DIÁLOGO SOBRE EL DESTINO
Y EL LIBRE ALBEDRÍO
Sri Chandrashekara Bharati
*
&
Una tarde un discípulo se acercó a Su
Santidad con el propósito de ser instruido, pero no encontraba las palabras
para expresar su intención. Entonces su Santidad vino a aliviarlo comenzando él
mismo la conversación.
Su Santidad: Espero que continúes con tus estudios sobre Vedanta.
Discípulo: No puedo decir que esté estudiando de forma regular; más bien
estudio a ratos.
SS: A lo largo de
tus estudios te habrán surgido muchas dudas.
D: Ni siquiera se
puede decir que haya estudiado con la suficiente profundidad como para eso.
SS: No me refiero
a las dudas que surgen cuando intentamos entender las cuestiones técnicas del
Vedanta, sino solo a esos problemas que se le presentan a cualquiera que
intenta pensar seriamente.
D: Es cierto, hay
muchas dudas de esas.
SS: Dime cuales son,
por favor.
D: No es otra cosa
que el problema relativo al conflicto eterno entre el destino y el libre
albedrío. ¿Cuál es el terreno que ocupa cada uno, y cómo se puede evitar el
conflicto?
SS: El problema es
de hecho muy grande, y si se plantea de la manera que lo has hecho desconcertaría
el intelecto de los pensadores más elevados.
D: ¿Qué hay de
malo en mi planteamiento? De hecho solo he manifestado mi problema y ni
siquiera he explicado por qué lo encuentro difícil de resolver.
SS: Tu dificultad
surge incluso en la forma en la que planteas el problema.
D: ¿Cómo?
SS: Un conflicto
solo es concebible y posible si hay dos cosas. No puede haber conflicto si hay
una sola cosa.
D: Pero hay dos cosas,
el destino y el libre albedrío.
SS: Exactamente,
esa suposición es precisamente la responsable del problema que surge en tu
mente.
D: No es en
absoluto una suposición mía. ¿Cómo puedo ignorar el hecho de que existen como
factores independientes, tanto si acepto su existencia como si no?
SS: Ahí vuelves a
equivocarte otra vez.
D: ¿Cómo?
SS: Como seguidor
de nuestro Sanatana Dharma que eres, debes saber que el destino no es nada
externo a ti mismo, sino que es la suma total de los resultados de tus acciones
pasadas. Dios no es sino el dispensador de los frutos de tus acciones; tu
destino son esos frutos, no es una creación Suya, sino solo tuya. El libre albedrío
es lo que estás ejerciendo cuando actúas ahora.
D: Sigo sin ver
como no son dos cosas distintas.
SS: Míralo de este
modo. El destino es el karma (acción) pasado, el libre albedrío es el karma presente. Aunque puedan diferir en
cuanto al factor tiempo, en realidad ambas cosas son una, es decir, karma (acciones). No puede haber conflicto si en realidad son una
sola cosa.
D: Pero la
diferencia en cuanto al tiempo es una diferencia vital que no podemos pasar por
alto.
SS: Yo no pretendo
pasarla por alto, sino únicamente estudiarla más en profundidad. El presente
está delante de ti, y por el ejercicio del libre albedrío puedes intentar
moldearlo. El pasado es pasado, y por tanto está más allá de tu visión, por lo
que correctamente se considera que es adrishta, “no-visto”. Lógicamente,
no puedes intentar averiguar la fuerza relativa de dos cosas a menos que ambas
estén delante de ti, y en base a nuestra definición solo el karma presente está delante de ti, mientras
que el destino -el karma pasado- es
invisible. Incluso cuando estás viendo dos combatientes luchando físicamente
delante de ti, eres incapaz de determinar la fuerza relativa de cada uno de
ellos. Uno puede que sea pesado, y el otro ágil; uno puede que tenga gran
musculatura, y el otro tenacidad; uno puede que tenga mucha práctica y el otro
claridad de juicio, y así sucesivamente. Del mismo modo, podemos seguir
construyendo argumentos sobre argumentos para demostrar que un luchador determinado
será el ganador. Pero la experiencia nos demuestra que cada una de estas
cualificaciones puede fallar en cualquier momento, o puede que al final se
trate de una falta de ellas. El único método razonable, práctico y seguro de
determinar su fuerza relativa es pedirles que luchen entre ellos. Siendo esto así,
¿cómo esperas encontrar una solución por medio de argumentos al problema del
valor relativo del destino y del libre albedrío, cuando el primero es por
naturaleza desconocido?
D: ¿Entonces no
hay manera de resolver este problema?
SS: Hay una
manera. Los luchadores deben pelear entre sí y demostrar cuál de los dos es más
fuerte.
D: En otras
palabras, el problema del conflicto solo ser resuelve cuando termina el
conflicto; pero entonces el problema habrá dejado de tener ningún significado
práctico.
SS: No solo eso,
sino que dejará de existir.
D: Es decir, que
antes de que empiece el conflicto el problema no tiene solución, y cuando
termina el conflicto ya no es necesario encontrar una solución.
SS: Exactamente.
En ninguno de los dos casos tiene ningún beneficio emprender la investigación
sobre la fuerza relativa del destino y del libre albedrío.
D: Entonces
¿quiere Su Santidad decir que debemos resignarnos con nuestro destino?
SS: No. Al
contrario debes dedicarte al libre albedrío.
D: ¿Cómo puede ser
eso?
SS: Como te acabo
de decir, el destino es el resultado del ejercicio pasado de tu libre albedrío.
Por medio del ejercicio de tu libre albedrío en el pasado has traído el destino
resultante. Quiero que, ejerciendo tu libre albedrío en el presente, elimines
tu historia si te hace daño, o por el contrario le añadas si lo encuentras
agradable. En cualquier caso, tanto para adquirir más felicidad como para
reducir el sufrimiento, debes ejercer tu libre albedrío en el presente.
D: Pero el
ejercicio del libre albedrío, por bien que esté dirigido, muy frecuentemente
falla de cara a conseguir el resultado perseguido, ya que el destino actúa y
anula la acción del libre albedrío.
SS: De nuevo estas
olvidando nuestra definición de destino. No se trata de una cosa extraña o
nueva que interfiere para anular tu libre albedrío, sino que al revés, es algo
que ya está en ti.
D: Puede que sí,
pero su existencia solo se siente cuando entra en conflicto con el libre albedrío. ¿Cómo podemos eliminar la historia pasada si
no sabemos ni tenemos los medios para conocer lo que es?
SS: En verdad, y excepto
para muy pocas almas avanzadas, el pasado permanece como algo desconocido. Pero
incluso nuestra ignorancia de ello es con frecuencia una ventaja, pues si llegáramos
a conocer todos resultados ilimitados y variados que hemos acumulado por
nuestras acciones en esta vida y en las incontables vidas que le han precedido,
nos quedaríamos estupefactos ante la magnitud y el número de consecuencias, y renunciaríamos
desesperados a cualquier intento por superarlas o mitigarlas. El olvido es una
gran ayuda que Dios misericordioso nos ha otorgado a fin que no estemos preocupados en todo momento
con el recuerdo de todo lo que ha resultado como consecuencia del pasado. De
modo similar, la chispa divina que hay en nosotros siempre brilla con la esperanza, y
nos posibilita ejercer nuestro libre albedrío con confianza. No debemos menospreciar el
significado de estas dos grandes ayudas: el olvido del pasado y la esperanza en
el futuro.
D: Nuestra
ignorancia del pasado puede que sea útil para no desalentarnos en el ejercicio
del libre albedrío, y la esperanza puede que estimule ese ejercicio, pero a su
vez no se puede negar que el destino representa muy frecuentemente un obstáculo
formidable en el camino de dicho ejercicio.
SS: No es del todo
correcto decir que el destino presenta obstáculos en el ejercicio del libre albedrío.
Por el contrario, pareciendo que se opone a nuestros esfuerzos, nos indica cual
es el grado de libre albedrío que es necesario ahora para conseguir resultados.
Normalmente se prescribe una determinada acción con el fin de asegurar un solo
beneficio; pero no sabemos con qué intensidad, o cuantas veces ha de repetirse
esa acción, o persistir en ella. Si no tenemos éxito en el primer intento,
podemos deducir fácilmente que en el pasado hemos ejercido nuestro libre albedrío
justo en la dirección contraria, de modo que primero se ha de eliminar el resultado
de la acción pasada y nuestro esfuerzo presente debe ser proporcional a esa acción
pasada. Así pues, el obstáculo que parece suponer el destino es justo el
indicador por medio del cual debemos guiar nuestras acciones presentes.
D: El obstáculo
solo se ve después del ejercicio de nuestro libre albedrío. ¿Cómo entonces puede
ayudarnos para guiar nuestras actividades al principio?
SS: No tiene
porque guiarnos desde el principio. Al principio no debes estar obsesionado en absoluto
con la idea de que habrá algún obstáculo en tu camino. Comienza con una
esperanza sin límites y sobre el supuesto de que no hay nada en el camino del
ejercicio de tu libre albedrío. Si no tienes éxito, dite a ti mismo que ha
habido en el pasado una influencia contraria traída por ti mismo al ejercer tu
libre albedrío en otra dirección, y que por tanto debes ahora ejercer tu
voluntad libre con un vigor redoblado y con la persistencia necesaria para
alcanzar tu objetivo. En tanto que el obstáculo aparente es obra tuya, dite a
ti mismo que ello está dentro de tus competencias para superarlo. Si no tienes
éxito después de este esfuerzo renovado, no puede haber ninguna justificación
para desesperarse, pues el destino, al ser una criatura de nuestro libre albedrío
nunca puede ser superior a la voluntad libre. Tu fracaso solo significa que el
ejercicio del libre albedrío que haces en el presente no es suficiente para contrarrestar
el resultado del ejercicio que hiciste de aquel en el pasado. En otras
palabras, no hay lugar para plantearse la proporción relativa entre el destino
y el libre albedrío como factores distintos en la vida. La proporción relativa se
da solamente entre la intensidad de nuestra acción pasada y la intensidad de nuestra
acción presente.
D: Pero incluso así,
la intensidad relativa solo se puede comprobar al final de nuestro esfuerzo
presente en determinada dirección.
SS: Siempre es así
cuando se trata de lo que es adrishta o “no-visto”. Pongamos por ejemplo
un clavo incrustado en un poste de madera. Cuando lo ves por primera vez te das
cuenta de que hay tres centímetros del clavo por fuera del poste. El resto está
dentro de la madera y no puedes ver cuál es la longitud exacta del clavo que
está incrustada en el poste. Por consiguiente, esta longitud es adrishta
-“no-vista”- en lo que a ti respecta. Resulta
además que al estar el poste bellamente barnizado no sabes en qué clase madera
está clavado el clavo. Eso también es adrishta, o “no-visto”. Ahora
suponte que quieres sacar ese clavo. ¿Podrías decirme cuántos tirones serían
necesarios, y qué fuerza se debería ejercer en cada uno de ellos?
D: ¿Cómo voy a
saber en ese momento el número de tirones que se habrán de dar? El número de
tirones y su intensidad dependen de la longitud del clavo metido dentro de la
madera.
SS: Ciertamente no
podrías. Y la profundidad con la que está penetrando la madera no es algo arbitrario,
sino que depende del número e intensidad de martillazos que se dieron para
clavarlo, así como de la resistencia que ofrecía la madera al darlos.
D: Así es.
SS: Por tanto, el número
e intensidad de tirones a dar para sacar el clavo depende del número e intensidad
de martillazos que se dieron para clavarlo.
D: Si.
SS: Pero los martillazos
que se dieron en el clavo, no los vemos ahora, ni los podemos saber. Dependen
del pasado, y son adrishta.
D: Si.
SS: ¿Acaso
desistimos de intentar sacar el clavo solo porque no sepamos la longitud del clavo
o el número e intensidad de martillazos que se dieron para clavarlo? ¿O más
bien insistimos y perseveramos tirando e incrementando el número y la
intensidad de nuestros esfuerzos presentes para sacarlo?
D: Es cierto. Como
hombres prácticos adoptamos la segunda postura.
SS: Pues adopta la
misma postura en todos tus esfuerzos. Empléate a ti mismo tanto como puedas. Tu
voluntad debe tener éxito al final.
D: Pero en verdad
hay muchas cosas que son imposibles de alcanzar incluso después de muchos
esfuerzos.
SS: Entonces estás
equivocado. Si hay algo, es que por su propia naturaleza puede ser
experimentado. No hay nada que sea realmente inalcanzable. No obstante, puede
que una cosa nos sea inalcanzable en el estadio particular en el que nos encontremos,
o con las cualificaciones que poseamos. Que una cosa determinada sea alcanzable
o no, no es una característica absoluta de esa cosa, sino que es relativa y
proporcional a nuestra capacidad de alcanzarla.
D: El éxito o
fracaso de un esfuerzo se puede saber con seguridad al final. ¿Cómo entonces
podemos saber de antemano si con nuestras capacidades presentes podemos o no
esforzarnos por conseguir determinado objetivo, y si ese es el esfuerzo
correcto que se debe hacer para alcanzarlo?
SS: Tu pregunta es
ciertamente muy oportuna. Todo el propósito de los Dharma Shastras es proporcionar
una respuesta adecuada a tu pregunta. Ellos analizan nuestras capacidades o
competencias, y prescriben las actividades que puede asumir una persona con un adhikara
(posición) particular. Las actividades son diversas e innumerables, así como lo
son las capacidades. La regulación de las actividades, o en otras palabras, el
direccionamiento de la voluntad libre en canales menos dañinos y más beneficiosos
para el aspirante, es la función principal de la religión. A esa actividad
regulada se le denomina svadharma. La religión no encadena el libre
albedrío del hombre. Le deja totalmente libre para actuar, pero a la vez le
dice lo que es bueno para él, y lo que no lo es. La responsabilidad es completamente
suya. No puede escapar a ella culpando al destino, pues el destino se lo hace
él mismo; tampoco culpando a Dios, pues Él no es sino el dispensador de los
frutos de acuerdo con los méritos de las acciones. Tú eres el señor de tu
propio destino. Depende de ti hacerlo mejor o estropearlo. Éste es tu
privilegio. Ésta es tu responsabilidad.
D: Me doy cuenta
de ello. Pero con frecuencia ocurre que no soy el señor de mi mismo. Por
ejemplo, sé que determinado acto es incorrecto, y a la vez me siento impelido a
hacerlo. Y a la inversa, sé que otro acto es correcto, y sin embargo a la vez
me siento incapaz de hacerlo. Parece que hay algún ser que puede controlar o
desobedecer mi voluntad libre. Como ese poder es potente ¿cómo puedo entonces
decir que sea el señor de mi propio destino? ¿Qué es ese poder sino el destino?
HH: Estas confundiendo evidentemente dos cosas distintas. El destino
es una cosa bastante distinta de eso otro que llamas poder. Suponte que coges
un instrumento por primera vez. Lo harás con mucha torpeza y con gran
esfuerzo. Sin embargo la siguiente vez
que lo cojas lo harás con menos torpeza y con menos esfuerzo. Cuando lo hayas
tocado repetidas veces habrás aprendido a hacerlo con facilidad y sin ningún
esfuerzo. Es decir, la facilidad con la que usas una cosa determinada se incrementa
con el número de veces que la usas. La primera vez que un hombre roba lo hace
con mucho esfuerzo y con mucho miedo; la siguiente vez su esfuerzo y su miedo
serán mucho menores. A medida que aumenten las oportunidades de robar se
convertirá en un hábito normal en él, y no requerirá esfuerzo alguno. A esta tendencia
es a lo que se llama vasana (tendencia latente). El poder que te hace
actuar como si fueses en contra de tu voluntad es solamente el vasana,
el cual es a su vez algo construido por ti mismo. Esto no es destino. El único
territorio del destino es el castigo o la recompensa -sea en forma de dolor o
placer- que no es sino la consecuencia inevitable de un acto, sea bueno o malo.
El vasana que la realización de un acto deja detrás en la mente, en forma
de sabor, o en forma de una mayor facilidad o tendencia para hacer lo mismo
otra vez, es algo bastante diferente. Puede que en circunstancias ordinarias el
castigo o la recompensa de un acto pasado sean algo inevitable -si es que no
hay un esfuerzo contrario-; pero el vasana se puede manejar fácilmente
solo ejerciendo de forma correcta nuestro libre albedrío.
D: Pero el número
de vasanas o tendencias que gobiernan nuestros corazones son
interminables. ¿Cómo es posible que podemos controlarlos?
HH: La naturaleza esencial de un vasana es buscar la manera de
expresarse en actos exteriores. Esta característica es común a todos los vasanas,
sean buenos o malos. El flujo del vasana -el vasana-sarit- tiene
dos corrientes, la buena y la mala. Si intentas reprimir todo el flujo, puede
haber peligro. De aquí que los Shastras (las Escrituras Sagradas) no te pidan
que lo intentes. Por el contrario, te piden que te guíes por la corriente de
los buenos vasanas, y te resistas a ser arrastrado por la corriente de los
malos. Cuando sabes que está surgiendo un vasana determinado en tu
mente, no puedes decir que estés entonces a merced de él. Tú te observas a ti mismo,
y la responsabilidad de decidir si lo vas a alentar o no es completamente tuya.
Los Shastras enuncian con detalle qué vasanas son buenos y se
deben alentar, y qué vasanas son malos y se deben superar. Cuando por
medio de la práctica has conseguido hacer todos tus vasanas buenos y has
eliminado prácticamente la oportunidad de que ningún vasana malo te
extravíe, entonces, los Shastras adoptan la función de enseñarte cómo
liberar tu voluntad libre incluso de la necesidad de ser guiado por los buenos vasanas.
Poco a poco serás llevado a un estadio en el que tu voluntad libre estará completamente
librada de todo tipo de coloración debida a ningún vasana. En ese estadio, tu
mente estará pura como el cristal, y dejará de existir todo motivo para llevar
a cabo ninguna acción en particular. La liberación de los resultados de las
acciones particulares es una consecuencia inevitable de ello. Tanto el destino
como los vasanas desaparecen, hay libertad para siempre. A esa Liberación
se le llama Moksha.
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