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martes, 30 de mayo de 2017

METAFÍSICA TRINIDAD



INTERPRETACIÓN 


METAFÍSICA 


DE LA TRINIDAD 



Abbé Henri Stéphane   



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sanatanadharmatradicional


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Las tres interpretaciones de la Trinidad dadas por F. Schuon[1] pueden obtenerse por transposición metafísica[2] del dogma cristiano, bien a partir de las Hipóstasis[3], o bien a partir de las Procesiones[4] divinas, por medio de un conjunto de correspondencias analógicas[5] o de «identificaciones misteriosas» entre los elementos de las tres «representaciones».

En el caso de las Hipóstasis, la base de la analogía será la «determinación»; en el caso de las Procesiones divinas, será la Inteligencia y la Voluntad, o equivalentemente el Conocimiento y el Amor. Estas «bases de analogía» nos dan la clave de la transposición metafísica en cuestión. En la representación latina, las tres Hipóstasis están situadas en el mismo plano ontológico y de alguna manera horizontal; se las puede mirar como «determinaciones» particulares de la Esencia[6] divina.

El Padre es un «terminus a quo» (punto de partida) -en sentido escolástico- y el Hijo un «terminus ad quem» (punto de llegada), y ocurre lo mismo con el Espíritu Santo. La transposición metafísica, que desemboca en la primera interpretación de F. Schuon, opera un enderezamiento vertical: «La perspectiva "vertical" (Sobre-Ser, Ser, Existencia) ve las Hipóstasis como "descendentes" de la Unidad o del Absoluto; o de la Esencia, si se quiere, los grados de la Realidad». Se trata entonces de "determinaciones" de lo Indeterminado, determinaciones evidentemente principales, puesto que a este nivel no se sabría "salir" del Principio.

El Ser, según René Guénon, es la primera determinación del No-Ser[7]. Esta determinación corresponde al Hijo, primera «determinación» del Padre. En cuanto a la Existencia, debe ser considerada evidentemente en su realidad principal; se identifica entonces con Mâyâ[8] o la «Posibilidad universal»; es Mâyâ, en tanto que Theotokos[9], la que permite a Dios «existir», y es también el Espíritu Santo el que «revela» el Padre y el Hijo a ellos mismos.

Las «Hipóstasis descendentes» aparecen así como los grados de la Realidad (principial), o como determinaciones de lo Absoluto en lo relativo, pero siempre in divinis, lo cual les confiere el carácter «ilusorio» de Mâyâ, ya que es in divinis como Mâyâ debe de ser «concebida» (la Inmaculada Concepción). Mâyâ es entonces el "Juego" de Dios consigo mismo, y se identifica así con la Sabiduría: «YHVH[10] me ha poseído desde el comienzo de sus caminos, antes de sus obras más antiguas. Yo fui fundada en la eternidad (...) Yo era su obra, gozándome cada día, y jugando sin cesar en su presencia» (Libro de los Proverbios VIII, 22-31). Es por lo tanto Ananda, la Beatitud, el Amor: «Yo soy el océano de Infinita Felicidad, y es en mí que, al aliento caprichoso de Mâyâ, se elevan o se apaciguan todas las olas del universo»[11]

En las consideraciones precedentes, Ananda -que es el tercer término del ternario vedantino Sat-Chit-Ananda[12] - aparece nítidamente como el análogo del Espíritu Santo en la segunda interpretación de la Trinidad dada por F. Schuon, la que corresponde precisamente a este ternario. Esta «perspectiva horizontal suprema» sirve así de intermediario entre la «perspectiva horizontal no suprema» (Padre, Hijo, Espíritu) y la «perspectiva vertical» (Sobre-Ser, Ser, Existencia)[13] . De hecho, el papel de intermediario jugado por Sat-Chit-Ananda, va mucho más lejos. Permite en efecto pasar de la consideración de las Hipóstasis a la de las Procesiones divinas, poniendo así a la luz la perfecta coherencia del Misterio trinitario o más bien de su expresión a la vez teológica y metafísica, y en particular de los dos modos de analogía que permiten la transposición[14] .

En la procesión de Inteligencia por la cual el Padre (Sat) engendra al Hijo (Chit), el Padre no conoce ningún «objeto»: «Tú no puedes conocer a Aquel que hace conocer lo que es conocido, y que es su Sí mismo en todas las cosas. Lo mismo que Dios mismo no conoce aquello que él es, porque Él no es ningún "esto"»[15] . Dios (Sat) es conocimiento Puro y Absoluto (Chit), conocimiento de "nada". Por eso mismo, este conocimiento se identifica a la Ignorancia (la Docta ignorancia) que no es otra que Mâyâ. Esta última, en tanto que Shakti[16] de Brahma[17], no es otra que la Omni-Posibilidad, la Omni-Potencia, la Voluntad, el Amor puro y Absoluto, el Espíritu Santo, que procede así del Padre (y del Hijo) por modo de Voluntad, y que es también Beatitud (Ananda).

Es en este contexto donde se sitúa entonces el misterio o el «milagro» de la Existencia, bajo cualquier modo que sea, desde el instante que ese modo está devuelto a su Principio, del cual no está separado más que ilusoriamente. No es en vano que la teología enseña que Dios ha creado el mundo por amor, pero no por «amor al mundo» que no tiene más que una existencia ilusoria (el juego de Mâyâ), y que no existe más que para permitir al Uno sin segundo afirmar que todo otro «diferente de El» no existe.[18]



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[1] F. Schuon, Comprender el Islam.
[2] Esta palabra designa en la obra de Aristóteles la parte de la reflexión teórica que viene después de los tratados de física. El empleo de la palabra se ha generalizado para designar la parte superior del saber, la que remonta a las causas primeras y a los principios primeros de los seres.
[3] Palabra griega que designa la substancia individual o la persona. En el vocabulario cristiano, designa las Personas de la Santísima Trinidad.
[4] Acción por la cual una Persona divina da origen a otra Persona.
[5] Una correspondencia analógica es la que está hecha en virtud de una analogía o de un símbolo, siendo analogía: «proporción entre realidades o conceptos diferentes que permite calificarlos los unos por los otros, o incluso por un término único que conviene a todos en razón de una cierta similitud»
[6] Lo que funda el ser de la cosa; aquello por lo cual una cosa es lo que es (id quio res est id quod est)
[7] El «No-Ser» en el sentido guenoniano corresponde al «Sobre-Ser» de Schuon, del que se ha hablado más arriba.
[8] La Shakti (ver nota 16) o potencia de Brahman (ver nota 17). La noción de Mâyâ es muy compleja; se traduce a menudo por «ilusión cósmica», pero ese no es más que uno de los aspectos de Mâyâ, que es también el «Juego Divino» y la «Posibilidad Universal».
[9] Madre de Dios, «la que alumbra a Dios»; título dado a la Virgen María en el 431 por el concilio de Efeso.
[10] Tetragrama sagrado del Nombre inefable de Dios. Los judíos dicen «Adonai» (mi Señor) cuando leen la Biblia. La vocalización Jehovah es antigua, pero la de las Biblias modernas (Yaweh o Yavé) no tiene ningún sentido.
[11] Viveka-Suda-Mani, de Shankaracharya.
[12] Palabra sánscrita que significa Ser-Consciencia-Beatitud, las tres características de la Realidad absoluta (Brahman).
[13] Según F. Schuon en la obra citada anteriormente (Comprender el Islam), la perspectiva horizontal «suprema» corresponde al ternario Sat-Chit-Ananda y ve la Trinidad en cuanto que está oculta en la Unidad; la perspectiva horizontal no suprema (Ser-Sabiduría-Voluntad o Padre-Hijo-Espíritu) sitúa la Unidad como una esencia oculta en la Trinidad.
[14] Es remarcable que un exoterista como el padre Monchanin haya reconocido en el Sat-Chit-Ananda lo que se aproxima más a la Trinidad cristiana, pero hay donde él no ve más que una «aproximación» del misterio cristiano, el metafísico ve una transposición metafísica. Ver J. Monchanin y H. Le Saux, «Ermites du Saccidananda».
[15] Comienzo del Brihadaranyaka Upanishad, III, 4,2.
[16] La potencia de manifestación de Brahman (ver nota 17), la Omni-Posibilidad u Omni-Potencia divina. Ver también Mâyâ (nota 8).
[17] Nombre neutro que designa el Principio supremo en la metafísica del Vedanta (el punto de vista más elevado de la doctrina hindú, es decir el que llega a la metafísica pura, Shankara (nota 11) es su doctor más eminente).
[18] L. Schaya, La Doctrina sufí de la Unidad.

jueves, 8 de septiembre de 2016

VIRGEN MARÍA Y PRAKRITI




SOBRE LA VIRGEN


Abbé Henri Stéphane


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Paralelismos entre el concepto metafísico de "la Virgen María" y Prakriti.  

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Uno a veces se asombra al constatar las paradojas que se presentan en relación con la Virgen; por una parte, la Iglesia le concede oficialmente un lugar considerable en su liturgia y existe toda una «literatura» religiosa que se consagra a ella; por el contrario, en la teología dogmática, la «mariología» ocupa un lugar ínfimo, mientras que existe una «cristología» fundada en los escritos de San Pablo y sólidamente estructurada gracias a una metafísica de origen griego. Otra paradoja: los fieles manifiestan  colectivamente» formas de devoción marial importantes y numerosas (cofradías, legiones, peregrinaciones, etc.) justificadas por lo demás por apariciones o milagros reconocidos oficialmente por la Iglesia, pero por el contrario, en el orden individual, muchos fieles parecen manifestar con relación a la Virgen una indiferencia y una incomprensión sorprendentes, ya que no saben como situarla en su devoción personal, mientras que grandes santos como San Bernardo y tantos otros, le han otorgado un lugar eminente. Se puede además añadir que los Protestantes la han rechazado por completo y que los ortodoxos le dan un lugar importante en su liturgia y en su iconografía, pero le niegan ciertos privilegios como la Inmaculada Concepción.

¿Cómo se puede remediar este estado de cosas? ¿Cómo llegar a estructurar sólidamente una dogmática de la Virgen susceptible de proporcionar al mismo tiempo una base indiscutible a la espiritualidad Tanto colectiva como individual? ¿Cómo hacer comprender, por ejemplo, que la Iglesia divinamente inspirada haya utilizado los textos de la Sabiduría para componer la liturgia marial, que haya definido los dogmas como a Inmaculada Concepción y la Asunción, que haya puesto en labios de sus fieles una oración «angélica» como el Ave María, recomiende el rosario, etc.?

Por nuestra parte, no hemos conseguido hacer la síntesis de todo ello más que apelando a la metafísica oriental. Esto nos ha parecido tan «razonable» como recurrir a la metafísica de Aristóteles para apoyar la «cristología» o la economía sacramental. Pero una síntesis tal, nunca se ha hecho oficialmente, y puede ser que su carácter algo «esotérico» impida que nunca se haga. Nada podemos hacer sobre eso. Precisemos ante todo que de ninguna manera se trata de un «sincretismo» cualquiera, ni de una adaptación al Cristianismo de elementos tomados prestados de una religión extranjera como el Budismo o el Islam; se trata de algo diferente de lo que los eruditos han llamado el «estudio de las religiones comparadas», y si resulta que después un estudio de este tipo viene a confirmar lo que vamos a exponer, eso no será más que una aportación completamente exterior, una especie de homenaje rendido a una verdad intrínseca que, en realidad, no tiene otro criterio que su propia luz.

Es indispensable, para nuestro propósito, comenzar por exponer una «concepción» de la Divinidad que sobrepasa incontestablemente la de la antigüedad greco-romana o de la escolástica medieval, pues a falta de ella nos parece imposible llegar a una inteligencia profunda del misterio de la Virgen y de sus aplicaciones a la espiritualidad.

Según el Vedanta, Dios debe ser concebido como el Infinito, es decir, como lo que excluye todo límite o toda determinación comprendida la determinación más principial  de todas, a saber la del Ser. Es a menudo en el nivel del Ser donde se detiene la metafísica occidental, que es propiamente una «ontología». Es necesario sobrepasar este nivel para tener una concepción suficiente, universal y total de la Divinidad. El Infinito, al excluir todo límite y toda determinación, se identifica necesariamente con la Posibilidad universal, es decir, con el conjunto de todas las posibilidades, tanto manifestadas como no manifestadas concebidas en modo principial, pues, de otro modo, si una posibilidad particular (un ser) escapara a la Posibilidad universal, constituiría para la divina Esencia una especie de límite situado «fuera de ella», lo que es imposible.

Esta «estructura» de la Divinidad, si se puede hablar así, considerada bajo su doble aspecto de «Infinito» y de «Posibilidad universal», debe reflejarse en todos los niveles de la existencia universal que no es, por decirlo así, más que «la apariencia exterior» de la Divinidad. Así, todo ser manifestado, en la medida en que se sitúa en un cierto nivel de existencia (el ser humano por ejemplo), no es más que la apariencia o la manifestación exterior de «su posibilidad principial» –su arquetipo eterno– en Dios. El conjunto de todos los «arquetipos», cuya «totalidad», constituye la Posibilidad universal, representa a nivel de la Divinidad o de lo no-manifestado una «concepción» de la divina Esencia, concepción puramente principial, no manifestada e indiferenciada, que es propiamente el misterio de la Inmaculada Concepción en su intelección más elevada.

En esta perspectiva, todo el misterio el mal consiste en la ilusión separativa, o en la separatividad aparente, en virtud de la cual el ser manifestado en un cierto grado de existencia olvida de algún modo su arquetipo eterno o su propia posibilidad principial, y por ello mismo se toma por algo autónomo, por un «en-sí», poniendo un límite, por otra parte ilusorio, al Infinito divino. Aquí reside el misterio del «pecado original», del que todos los demás no son sino consecuencias particulares; se trata, por tanto, de un «pecado de origen», es decir, de una salida ilusoria del Principio, y, por consiguiente, de un «pecado de naturaleza» que afecta necesariamente al mundo manifestado como tal, en cualquier grado que se lo considere, salvo a la Virgen que se identifica con la Posibilidad universal en su Inmaculada Concepción, y que está exenta del pecado original. Como consecuencia, reencontrar su arquetipo eterno, identificarse con su propia posibilidad principial, o con su propia realidad esencial in divinis, es realizar en sí el misterio de la Virgen. Lo que constituye en efecto la Omniposibilidad universal, en tanto que «concepción» de la Divinidad, es su exención de todas las determinaciones o limitaciones que constituyen el mundo manifestado como tal en todos los grados o niveles de la existencia. Estas limitaciones deben pues ser negadas o destruidas para que el Ser –o los seres– vuelvan a encontrar o realicen la pureza, la belleza, la bondad, la pobreza que son las cualidades principiales de la Virgen en su indiferenciación primordial, o en su Inmaculada Concepción.

A nivel del Ser –principio de la manifestación universal, aún no manifestado y primera determinación del Principio supremo, la más principial de todas, si puede decirse así– la distinción Infinito-Posibilidad (que no existe como tal, sino solamente desde el punto de vista del mundo manifestado) deviene la pareja Purusha-Prakriti o Principio activo (masculino) y principio pasivo (femenino). A este nivel, todavía no manifestado, Prakriti posee las cualidades que permiten considerarla como la sustancia universal, primordial e indiferenciada (la materia prima) a partir de la cual se desarrollarán todas las posibilidades de manifestación bajo la acción no actuante de Purusha, el Espíritu divino. En este plano, se puede hablar aún de la Inmaculada Concepción o de la virginidad de la sustancia primordial enteramente sometida al principio activo y aplicarle, por transposición, la expresión evangélica: Ecce Ancilla Domini[1].

Al nivel del cosmos, la pareja Purusha-Prakriti se vuelve a encontrar en «el Espíritu de Dios que se movía sobre la faz de las aguas» (primordiales) de que habla el Génesis (I, 2), simbolizando las aguas por su plasticidad la perfecta sumisión de Prakriti.

En el nivel del ser humano, encontramos la pareja Adán-Eva, o el andrógino primordial, y es en este nivel específico donde se sitúa la concepción habitual del pecado original que afecta a toda la descendencia de Adán. Por último, en el nivel más bajo de la manifestación grosera, tenemos el hombre y la mujer en el sentido ordinario. En el proceso inverso de retorno de lo manifestado a lo no-manifestado, por tanto, en el misterio de la Redención o de la regeneración espiritual, tendremos entonces la pareja Espíritu Santo-Virgen María, o más particularmente Cristo-Iglesia, o también Nuevo Adán-Nueva Eva, pareja que preside el «nuevo nacimiento», como la pareja Adán-Eva se encuentra en el principio del nacimiento ordinario. Se ve aparecer aquí claramente el papel de la Virgen como «corredentora», «mediadora de todas las gracias» o «madre de los hombres»: Ecce mater tua[2]. Estas palabras pronunciadas por Cristo en la Cruz deben considerarse a la luz del papel análogo de la Iglesia-Madre, igualmente mediadora de todas las gracias; en efecto, pocos instantes después de que estas palabras fueran pronunciadas, salió agua del costado de Cristo cuando lo atravesó la lanza del centurión Longinos. Los Padres de la Iglesia coinciden en ver en este acontecimiento el nacimiento de la Iglesia: «Esposa sagrada salida del costado de Cristo dormido, como Eva había salido del costado de Adán dormido»; ahora bien esta agua, «el agua viva» prometida por Jesús a la samaritana (Jn 4,14), no es otra que el agua del bautismo, el baño de la regeneración, que se identifica con las aguas del Génesis «sobre las que se movía el Espíritu», y finalmente con la Virgen de la Anunciación al a que el Angel dijo: «el espíritu de Dios te cubrirá con su sombra».

Existe pues una especie de ecuación o identidad ontológica entre estos diferentes aspectos del simbolismo del agua: María sustancia plástica universal, materia prima, mater, aguas primordiales, agua salida del costado de Cristo, aguas del bautismo, baño de la regeneración, Iglesia-Madre, lugar de la regeneración, Esposa sagrada salida del costado de Cristo, nueva Eva; todo esto, repetimos, no son más que aspectos de una misma realidad ontológica a diferentes niveles o desde diferentes puntos de vista. Por último, las palabras de Cristo a Nicodemo: «El que no naciere del agua y del
Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios» (Jn 3,5), ilustran todo lo que acabamos de exponer.

Sin embargo, lo que precede no es todavía, si puede decirse así, más que el lado objetivo o exterior del simbolismo de la Virgen y de sus diferentes aspectos: Iglesia, aguas del bautismo, etc. Nos es preciso examinar ahora el lado subjetivo o interior, es decir, los aspectos de este simbolismo en la medida en que se convierte en principio de regeneración espiritual del alma. Se trata por tanto, hablando con propiedad, de una «alquimia espiritual» por la que debe ser transformada el alma individual para identificarse con el alma universal, sirviendo aquí este término neoplatónico para designar a Prakriti en tanto que sustancia plástica universal. Es normal, en efecto, que, a la manera de la Encarnación, el Espíritu Santo no pueda actuar en un alma más que si ésta participa en las cualidades de la sustancia antes mencionadas: pureza, humildad, belleza, bondad, etc., cualidades que se podrían designar con una sola palabra, la plasticidad, análoga a la «sumisión», o «movilidad» del agua que se amolda a los contornos del vaso que la contiene. Todas estas cualidades sirven para caracterizar un estado, algo que debe ser realizado ontológica o existencialmente, y que sobrepasa –incluyéndolo– el punto de vista moral. En otros términos, no se trata de realizar actos de caridad, humildad, pureza o bondad, sino de ser la caridad, la humildad, la pureza, la bondad. La nieve no realiza actos de blancura, es blanca. Una transformación –o alquimia– espiritual de este orden supone la acción de ritos (sacramentos) y la actualización de los contenidos de estos ritos por un método contemplativo, una especie de encantamiento destinado a flexibilizar el alma, a proporcionarle esa plasticidad de las aguas primordiales en las que se movía el Espíritu de Dios. Para alcanzar efectivamente dicha plasticidad del alma que supone la realización de las virtudes espirituales –por tanto más que morales– o «mariales» –pureza, humildad, belleza, bondad, etc. – se requieren tres condiciones:

a) la transmisión de la influencia espiritual o comunicación del Espíritu Santo por ritos apropiados (sacramentos,Iglesia);
b) el conocimiento doctrinal de la meta que se quiere alcanzar; y
c) el método contemplativo o de encantamiento.

Este método es la oración en el sentido espiritual que vamos a definir brevemente. No se trata de «pedir» alguna cosa para sí o para otro, sino de crear en el alma un estado de sumisión total y de plasticidad ontológica. Esta oración espiritual es una «vibración» que armoniza el alma con las cualidades de la Virgen. Recitando el Ave María, el alma se aplica a sí misma las palabras del ángel a María, y la repetición casi indefinida, o el ritmo, del rosario engendra esta vibración que transforma el alma en su prototipo virginal. De paso diremos que el carácter propiamente técnico de la oración espiritual que acabamos de considerar, la relaciona con la «oración de Jesús» utilizada en la Iglesia de Oriente, así como con métodos análogos que se encuentran en otros lugares y que se basan todos en la invocación de un Nombre divino, pero no hay lugar para desarrollar ahora este tipo de consideraciones. Nos bastará con señalar que el Ave María contiene, como joyas incrustadas, los nombres de Jesús y de María. A este respecto, no carece de interés indicar que estos dos nombres no figuraban en el saludo del ángel a María y que han sido añadidos por la Iglesia.[3]

La utilización del Ave María –o del Rosario– en tanto que oración espiritual aparece como medio susceptible de crear en el alma esta receptividad a la gracia: es la aplicación al microcosmo humano del Fiat Lux cosmogónico del Génesis que viene a «organizar el caos», o del misterio de la encarnación, descendiendo el Verbo, Luz del mundo, al seno virginal de María para engendrar en él a Cristo. Según la primera perspectiva, el alma humana, en su estado de caída o de «separatividad», es un caos caracterizado por el endurecimiento, la dispersión, la torpeza, la distracción, la fealdad, etc., siendo todo ello contrario a las virtudes espirituales de pureza, bondad y humildad de la sustancia primordial. Según la segunda perspectiva, el alma humana debe identificarse con el seno virginal de María para convertirse en el «lugar» de la generación del Verbo. Según el Maestro Eckhart –y según toda la tradición específicamente cristiana y la concepción trinitaria de la Divinidad– la Voluntad del Padre es engendrar eternamente al Hijo, no teniendo ninguna otra voluntad. Este «nacimiento eterno» del Hijo se produce entonces fuera del tiempo y del espacio en este «lugar» que es la Virgen; es la misma generación del Hijo la que se produce en María por obra del Espíritu Santo en el misterio de la Encarnación que es a la vez temporal e intemporal. Es también la misma generación del Hijo la que debe producirse en la Iglesia –y en cada alma– y ello también en el tiempo y fuera del tiempo. Por consiguiente, es en la medida en que el alma se identifica con la Virgen cuando se realiza en ella el misterio de la Encarnación; es preciso, por tanto, que el alma se vuelva «intemporal».

La recitación de las palabras del Ave María produce y realiza en el alma las «cualidades» de la Sustancia primordial y el «contenido» del misterio de la Encarnación:

Ave María – Al saludar a María, el alma reconoce la misteriosa belleza de la sustancia primordial y de sus diversas «cualidades», es decir, se identifica misteriosamente con lo que nunca ha dejado de ser eternamente en Dios, si no es por la «ilusión separativa» de la «caída».

Gratia Plena – La Sustancia primordial no debe sus «cualidades» más que a esta  gracia» que hace de ella la Inmaculada Concepción.

Dominus Tecum – El Verbo está constantemente en comunicación con la sustancia, que, sin él, no tendría realidad alguna.

Benedicta tu in mulieribus – Entre todas las sustancias «microcósmicas», la sustancia universal es llamada buena, bella, etc.

Et benedictus fructus ventris tui, Jesus – Jesús que es la Bendición y que, según las apariencias, nace de la Virgen, es llamado «ser bendito»; sin embargo, no es el Verbo eterno quien en realidad nace de la sustancia, sino ésta, y con ella todas las sustancias «separadas» las que mueren en el Verbo y resucitan en él: es el misterio de la Asunción de María.

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[1] «He aquí la sierva del Señor», respuesta de la Virgen al ángel de la Anunciación.
[2] «He aquí a tu madre», palabras de Cristo en la cruz dirigidas a San Juan. Sobre el papel de san Juan en relación con María, véase J. Tourniac, Symbolismo maçonique ete Tradition chrétienne, un itinéraire spirituel d´Israel au Christ, partes II, «Les deux Saint Jean», y III, «Art royal et art spirituel».
[3] Las razones profundas que justifican este hecho son demasiado sutiles para que intentemos explicarlas aquí, pero hay una «sugerencia» para la aceptación del papel de los Nombres divinos de Jesús y María en el método contemplativo que nos ocupa.

viernes, 2 de septiembre de 2016

EL SÍ MISMO


El Sí-mismo


Abbé Henri Stéphane


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«Dixit insipiens in corde suo: no es Deus» (Sal. XIV,1) (1). Aquel que está en lo Incognoscible, cuya mente está tranquilizada y que no se goza con nada más, ha dicho en su corazón: Dios no está. Ya que si Dios está, todo el Universo, el mundo y el ego están con El, y la Existencia Universal (Maya) envuelve al Sí Mismo con una nube impenetrable: «Dios no aparece más que cuando todas las criaturas lo enuncian... Es por eso que rogamos a Dios que nos libere de Dios» (Eckhart). (2)

Uno puede disertar indefinidamente sobre Dios, el mundo, el hombre, el bien y el mal, la vida, la muerte, el cielo, el infierno, todo esto no lleva a nada: Atman permanece prisionero de Mâyâ. No es necesario disertar sobre el Sí Mismo: «Nada se puede decir del Principio, quien habla de ello se equivoca» (Lao-Tse): es necesario liberar al Sí Mismo de los estorbos psicológicos del ego por medio de la pobreza en espíritu: «El Reino de Dios no es para nadie sino para el muerto perfecto» (Eckhart); «Dichosos los muertos que mueren en el Señor» (Apoc. XIV. 13).

Insipiens: «Hemos dicho a veces que el hombre debía vivir como si no viviera ni para sí mismo, ni para la Verdad, ni para Dios. Pero ahora hablamos de otra manera y vamos más lejos. Para llegar a esa pobreza, el hombre debe vivir de tal manera que ni siquiera sepa que él no vive ni para sí mismo, ni para la Verdad, ni para Dios, de la manera que sea. Es más, es necesario que esté hasta tal punto vacío de todo saber que no sepa, ni conozca, ni sienta que Dios vive en él. Es necesario que esté vació de todo conocimiento que pudiera todavía manifestarse en él. Porque cuando el hombre se encontraba todavía en el eterno modo de Dios, nada más vivía en él; lo que vivía era él mismo. Así, nosotros decimos, el hombre debe de estar vacío de su propio saber, como en el tiempo en el que él no era todavía, y debe dejar a Dios operar lo que Le place y permanecer por su parte enteramente disponible» (Eckhart).(3)

Lo que constituye el «saber propio» del hombre, es que Dios existe, que el Universo existe, que él mismo existe. Debe vaciar su mente de este conocimiento «objetivo» que está «sobreimpuesto» al Sí Mismo (Shankara) y decir en su corazón: «Dios no está». Negando el Principio mismo de la manifestación y de la objetividad (o de la «objetivación»), él permite al Sí Mismo afirmarse él mismo in corde suo. La frase dixit insipiens debe de relacionarse con el Sí Mismo; ella es pronunciada en el corazón y el Sí Mismo dice: «No hay Dios». En lenguaje teológico, es la Palabra eterna pronunciada por el Padre engendrando al Hijo Unico: «Tu eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy» (Sal. II,7); es así como el hombre debe «dejar a Dios operar lo que le place» ya que, dice también Maestro Eckhart, «el Padre no puede querer más que una cosa, y es engendrar al Hijo Único», lo que supone que, por su parte, el hombre permanece enteramente disponible. Toda racionalización, todo discurso, toda discusión, van en contra de esta disponibilidad. En términos vedánticos, cuando las cinco envolturas (kosha) que envuelven el Âtmâ (anna, prâna, manas, vijñâna, ânanda, – el cuerpo grosero, el hálito vital, el mental, el intelecto y la felicidad) han sido rechazadas por el aspirante, lo que subsiste al termino del análisis, es el Testigo, el Sí Mismo, Atman.

El Sí Mismo, es «Eso» (eseidad) que la mente recubre de esencia (quididad). San Alberto el Grande dice: «Yo digo: Dios es una esencia, pero inmediatamente, yo lo niego, diciendo: Dios no es una esencia; Dios es una esencia más allá de toda esencia. Procediendo así, mi inteligencia se establece en el infinito y se oculta»

En la identidad entre «Ishwara» y «Jiva» proclamada por el mantra: «Tú eres eso» (4), aparece una contradicción aparente entre estos dos términos, pero se sobrepasa; esta contradicción es creada por las sobre-imposiciones: no existe realmente. Si se trata del Señor (Îshwara) la sobre-imposición es Mâyâ o la Ignorancia; si se trata del «alma particularizada» (Jîva), esta vez son las cinco envolturas –ellas mismas, en efecto, envolturas de Mâyâ–, las que se interponen. Es por lo tanto indispensable distinguir estas dos sobre-imposiciones, tanto las que se aplican a Îshwara como las que se aplican a Jîva: es necesario negar a Dios tanto como al ego: entonces subsiste solo el Testigo, el Sí Mismo, Atman. (5)

La definición escolástica del Sí Mismo, dada por René Guénon: «El Sí Mismo es el Principio transcendente y permanente del cual el ser manifestado, el ser humano por ejemplo, no es más que una modificación transitoria y contingente, modificación que no podría además afectar de ninguna manera al Principio (6)», plantea el discernimiento fundamental entre lo Real y lo Irreal: Atman y Maya, Brahma y su Shakti. Este discernimiento es el previo indispensable a la realización de la Identidad: «Tú eres Eso». Antes que negar a dios y al ego, hay que comenzar por afirmar a Dios y reconocer que el ego es ilusorio frente a Dios.

Discernimiento e identidad son los dos polos de la Vía espiritual. La invocación «Jesús-María» (o «Mani-padmé» o «lâ ilaha illâ´Llâh») (7) comporta estos dos aspectos: la distinción Jesús-María corresponde al discernimiento entre lo Real y lo Irreal (Âtma y Mâyâ) y el carácter ilusorio de Mâyâ subraya la identidad de Âtmâ a través de todos los estados del ser, la reintegración de la multiplicidad en la Unidad, la «recapitulación de todas las cosas en Jesucristo». Pero esta reintegración supone la perfecta disponibilidad de Mâyâ, la pobreza de espíritu tal como la hemos visto más arriba, la sumisión de María con relación al Verbo divino, la «virginidad del alma» del «Profeta iletrado», la indiferenciación primordial de Prakriti frente a Purusha o de la Tabla guardada frente al Cálamo supremo (8). La repetición indefinida del mantra –la oración perpetua– determina una «vibración» que se repercute a través de la serie indefinida de los estados del ser, o a través de los «tres mundos» o los tres estados de vigilia, de sueño con sueños, y de sueño profundo, permitiendo así la actualización, en las diversas modalidades del ser humano, de la presencia de Brahman, lo único Real, el «Uno sin segundo», o, equivalentemente, la liberación de Atman de los obstáculos sicológicos y fisiológicos del «yo» o de las sobre-imposiciones de la mente.

«Realidad absoluta, Inteligencia absoluta, Beatitud absoluta, (sat-chit-ânanda) ¡el Sí Mismo que es infinito e inmutable, es Brahman, y tú eres ese Brahman! Medita entonces en él, en el loto de tu corazón» (Shankara).


NOTAS
1.- El insensato ha dicho en su corazón: no hay Dios. Aquí, insipiens designa a aquel que no tiene sabiduría.
2.- Ver El Misterio de la Deidad en Maestro Eckhart y San Dionisio el Areopagita, (tratado I.5)
3.- Sermón: porque debemos liberarnos de Dios mismo.
4.- Tu eres Eso, tat tvam asi, gran mantra (mahâvâkya) sacado de la Chândogya Upanisad (VI, 8,7)
5.- El ateo que niega a Dios tendría razón, si fuera capaz al mismo tiempo de negar el ego y el mundo, lo cual no lo hacen ni el materialista ateo, ni el existencialista ateo.
6.- René Guénon, El Hombre y su Devenir según el Vedanta.
7.- La primera fórmula es un mantra fundamental del budismo: Om mani padme hum, «¡Salud a la Joya en el Loto!». La segunda es la Shahâdah, fórmula fundamental de la fe islámica: «No hay más dios (o realidad) si no es Dios (o la Realidad)»
8.- Tabla guardada (al-Lûh al mahf^z) corresponde al Alma universal (an-Nafs al-kulliya); es sobre ella que se escriben todos los «destinos» de la creación por el Cálamo supremo, que a su vez corresponde al Intelecto primero o al Espíritu, siendo la primera creatura de Dios, la que escribe la creación en la Tabla guardada.