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miércoles, 3 de enero de 2018

ESPERANZA CRISTIANA: INMORTALIDAD Y ETERNIDAD




La esperanza cristiana:
de la inmortalidad a la eternidad


Jean Tourniac



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Jean Tourniac_Inmortalidad Eternidad_Sanatanadharmatradicional



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Extracto del libro “Résurrection et vie posthume dans le judéo-christianisme”. Ed. Dervy Livres. París.


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Sobre la inmortalidad del alma, concepto originalmente extraño al judaísmo y al cristianismo, que no constituía el elemento característico de la fe cristiana y de la "buena nueva", queremos exponer el punto de vista de un exégeta moderno, el padre Claude Geffré, dominico. Este religioso teniendo que contestar a lectores que parecían, como los "espiritualistas" de antaño, hacer coincidir la fe y la esperanza cristiana con "la inmortalidad del alma", exponía la doctrina neo-testamentaria en unos términos que parecen reflejar efectivamente la verdad evangélica -que se acepte o no, es otra cuestión-:

Es cierto que en el Nuevo Testamento, el acento se pone ante todo sobre la vida nueva en el Cristo resucitado, obtenido desde entonces por la fe y el bautismo. Sin ninguna duda, el Nuevo Testamento testificó también sobre lo Resurrección de los cuerpos en el fin de los tiempos. Pero no especula sobre el estado intermedio del alma separada después de la muerte. En función de esta reserva de la Escritura es por lo que yo creo poder decir que "no sabemos nada de la permanencia de un principio espiritual inmortal separado del cuerpo" ... considero, en todo caso, que la noción filosófica de la inmortalidad del alma no basta para definir la nueva modalidad de existencia de los que han muerto con Cristo y que hacen con Él su paso de la muerte a la vida ... Mantengo, de acuerdo con el pensamiento más tradicional de lo Iglesia, que uno no puede darse cuento de la riqueza del misterio de la Resurrección de lo carne entendiéndolo solamente como el hecho de "reencontrar un cuerpo" para un alma inmortal. Se objetará que hablar de la Resurrección de los muertos en términos de "nueva creación" del hombre es absurdo, porque es confundir lo Resurrección con la creación y negar la inmortalidad del alma. Yo podría responder con muchos exégetas católicos que, paro el pensamiento bíblico, el alma creada por Dios con el cuerpo es mortal como éste. El almo está muerta por el hecho del pecado... Y paro San Pablo, será recreada por el Espíritu vivificante del Cristo resucitado. Pero con estos mismos exégetas, no ignoro los pasajes del Nuevo Testamento que atestiguan una vida con Cristo fuera del cuerpo, anterior a la Resurrección final. Todo el mundo piensa, por ejemplo, en la promesa de Jesús en lo cruz al buen ladrón: "Hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Le. 23, 43) o también, en el deseo que expreso son Pablo: "preferimos dejar la morada de este cuerpo para permanecer con el Señor" (2 Co. 5, 8). Para comprender mejor estos textos, se puede invocar evidentemente uno doctrina filosófica de la inmortalidad del alma. Pero parece cloro que ni Jesús ni san Pablo pensaban en un "alma inmortal" en la perspectiva del dualismo platónico. Más bien, con la Escritura, hemos de confesar nuestra ignorancia sobre el cómo de esta nueva modalidad de ser del que ha muerto con Cristo, y que espera -fuera de su cuerpo- la Resurrección en el último día. Pero, ¿por qué concluir -como algunos lectores quieren hacer- que lo muerte es la aniquilación de todo el hombre y que hay ausencia de continuidad entre el que muere y el que resucita? En la mismo línea que la enseñanza de san Pablo, podemos admitir que el "espíritu" (pneuma) insuflado en el hombre por la nueva creación y la habitación del Espíritu de Cristo (Cf. 2 Co. 5, 5) guarda -más allá de la muerte del cuerpo terrestre- un misterioso vínculo con el Cuerpo resucitado de Cristo. Es ciertamente la misma persona, espiritual, quien inauguró una vida nueva en Cristo por el bautismo, la que acabará su glorificación perfecta con Cristo en la Resurrección final en el último día.   


Se ve como el padre dominico, finalmente, evoca tres nociones: 

-Un alma mortal con el cuerpo, comprendiendo la "carne" a los dos. 

-Un vínculo post-mortem, entre el "pneuma" y el Verbo eterno divino.

-La resurrección de los cuerpos, dogma del cristianismo, que implica evidentemente, en el "momento" extra-temporal de la resurrección en Cristo, la revivificación eterna de la santa forma del cuerpo y del alma, revivificación que hace del cuerpo un "cuerpo glorioso" transformado, más allá incluso de la forma, puesto que la "santa forma" es el principio de las formas, luego, transformante por ausencia de limitación. Aquí Cristo es un pescador, allí un jardinero para María Magdalena, un compañero de viaje desconocido para los peregrinos de Emaús... y sin embargo en cada ocasión es Él mismo y se hace reconocer en la identidad de su Persona.

A decir verdad la desaparición de los análisis judíos sobre el envolvimiento del alma en torno al cuerpo grosero y después en torno al Espíritu, conduce a todas las incomprensiones como: el dualismo alma/cuerpo, a veces llamado espíritu/cuerpo. O el alma tomada como única referencia no corporal, pero de la que no se sabe demasiado qué hay que decir y a lo que ella corresponde, después de siete u ocho siglos de errancia conceptual. De esto encontraremos una prueba en una reciente declaración del magisterio romano a propósito del sentido que hay que dar a las palabras "vida eterna". El redactor expone primeramente una cuestión de la cual sitúa el origen en las: controversias teológicas ampliamente difundidas entre el público y de las que la mayor parte de los fieles no están en disposición de discernir su objeto preciso ni su alcance. Se oye discutir la existencia del alma, la significación de una supervivencia, se pregunta sobre lo que pasa entre la muerte del cristiano y la resurrección general. El pueblo cristiano está desamparado al no reencontrar su vocabulario y sus conocimientos familiares.[1] He aquí en efecto la clave de este embrollo tradicional: "el vocabulario y los conocimientos familiares". De aquí estas preguntas: ¿Qué es el alma? ¿Qué conocimientos son realmente tradicionales? ¿Con qué pueden ser confundidos, en nuestra época, estos "conocimientos familiares"? He aquí lo que constata el magisterio romano: ¿Quién no constata que la duda se insinúa sutilmente y hasta lo más profundo de los espíritus? Incluso si felizmente, en la mayor parte de los casos, el cristiano no ha llegado todavía a la duda positiva, a menudo se abstiene de pensar sobre aquello que sigue a la muerte, puesto que comienza a sentir que surgen preguntas a las que duda si debe responder: ¿Existe algo más allá de la muerte? ¿Subsiste algo de nosotros mismos después de esta muerte? No es la nada lo que nos espera.[2]  

El remedio a esta duda, indicado por la Sagrada Congregación de la Fe, se mantiene en la enseñanza de la Iglesia dada en el nombre de Cristo: ... especialmente sobre aquello que sobreviene entre la muerte del cristiano y la resurrección general.

1) La Iglesia cree (cf. Credo) en una resurrección de los muertos.

2) La Iglesia entiende esta resurrección como del hombre todo entero; ésta no es para los elegidos otra cosa que la extensión a los hombres de la misma Resurrección de Cristo.

3) La Iglesia afirma la supervivencia y la subsistencia después de la muerte de un elemento espiritual dotado de conciencia y de voluntad de modo que el "yo" humano subsiste. Para designar este elemento, la Iglesia emplea la palabra "alma", consagrada por el uso de la Escritura y de la Tradición. Sin ignorar que este término toma en la Biblia varios sentidos, estima sin embargo que no existe ninguna razón seria para rechazarla y la considera como un instrumento verbal absolutamente indispensable para sostener la fe de los cristianos.

4) La Iglesia excluye toda forma de pensamiento o de expresión que haría absurdos o ininteligibles su oración, sus ritos fúnebres, su culto a los muertos, los cuales constituyen, en su substancia, lugares teológicos.

5) La Iglesia, conforme a la Escritura espera "la manifestación gloriosa de Nuestro Señor Jesucristo" (Dei Verbum, 1, 4), considerada sin embargo como distinta y diferida por relación al estado del hombre inmediatamente posterior a su muerte.

6) La Iglesia, en su enseñanza sobre la suerte del hombre después de su muerte, excluye toda explicación que quitase su sentido a la Asunción de María en lo que ella tiene de única, es decir, el hecho que la glorificación corporal de la Virgen es la anticipación de la glorificación destinada al resto de los elegidos.

7) La Iglesia, en su fidelidad al Nuevo Testamento y a la Tradición cree en la felicidad de los justos que un día estarán con Cristo. Cree que una pena permanente espera al pecador que será privado de la visión de Dios, y en la repercusión de esta pena en todo su ser. Cree finalmente en una eventual purificación previa a la visión de Dios para los elegidos, completamente ajena en cambio a la pena de los condenados. Esto es lo que la Iglesia entiende cuando habla de infierno y de purgatorio.[3]


Tenemos aquí ya bastantes afirmaciones para reflexionar: De entrada queda claramente indicado que el yo humano subsiste de modo "espiritual" bajo la forma de "elemento espiritual" y consciente en el estado post-mortem. El documento le da el nombre de alma... pero reconociendo que este término toma "en la Biblia varios sentidos". Lo utiliza sin embargo como "instrumento verbal" adecuado para la sustentación de la fe. Hecho remarcable: entre la vida corporal y la "manifestación gloriosa de NSJC", coincidiendo con la resurrección de los cuerpos, la Iglesia, recuerda el documento, cree en la existencia de un estado intermedio distinto al de esta resurrección "diferida"; se podría entonces hablar de una "liberación diferida" por retomar la expresión de la tradición hindú. Es en esta situación "intermedia" del estado individual humano total en la que se da una triple posibilidad: la felicidad del justo, la purificación eventual, la "pena permanente" reservada a los que estarán privados de la visión de Dios y, punto importante, la "repercusión de esta pena en todo su ser". Esto significa que, en el último caso, el ser no puede recorrer otros estados para "liberarse de su karma". Es lo que ha visto muy bien el padre Stéphane, fiel intérprete de la doctrina de la Iglesia. En el caso del cristiano -y de éste solamente- no hay ni pérdida del "yo" humano disolviéndose en un plazo más o menos largo con el compuesto orgánico grosero, ni pasaje del ser a otro estado individual cíclico, como lo indica justamente la teoría de los estados múltiples del ser para las tradiciones no cristianas.

En contrapartida se mantiene el estado individual "bloqueado" de alguna manera en una de las modalidades de este estado que reviste un aspecto de criba para los destinos últimos del ser, o de espera purificadora en algunos casos; de aquí la idea "purgativa" de purgatorio anímico pero que no es un pasaje a otra modalidad individual del ser, como tampoco ninguna "reencarnación". Parece claro que esta "prolongación” escapa a la duración temporal de nuestras cronologías corpóreas (tampoco existe tiempo "biológico" corpóreo entre la "hora" de la muerte y la última etapa de la resurrección, sino un equivalente
apropiado al mundo sutil. .. "mil años son como un día", dice Dios en la Biblia) sea en suma propicia a la gestación del cuerpo glorioso de resurrección "in Christo", la "cristificación" que sucede a lo que el Apocalipsis llama la segunda muerte. Ésta afecta al alma que, por este hecho, no puede ser considerada como inmortal sino como transfigurada con el cuerpo resucitado.

Ciertamente, como acabamos de decir, a la muerte corporal del bautizado (el cual por su "segundo nacimiento" está de alguna forma insertado definitivamente en este anima Christi que es al mismo tiempo su justificación y... su juicio post-mortem, sin posibilidad de "recomenzar") el alma no se disuelve en la "esfera psíquica global" de la que se alimentan los diferentes psiquismos de los hombres desde su nacimiento fetal al estado individual humano. Pero puede también morir, y definitivamente, cuando el tercer nacimiento -y este es el estado eterno, la nada-, o inversamente reencontrarse participando en la glorificación del cuerpo resucitado. El cuerpo de gloria es a la vez gloria eterna del cuerpo sutil, del cuerpo de carne y del cuerpo espiritual. Este tercer nacimiento eterno al que llamamos, a falta de mejor término, la liberación o "cristificación de los elegidos", implica un pasaje por la matriz y el útero espirituales que generan el Cuerpo del Resucitado. De aquí la función de la Virgen. Es preciso retener que si el "yo" del no cristiano "yerra" a la búsqueda de una nueva matriz, el del cristiano elegido, en la "liberación diferida" y mantenido en un estado individual humano, no puede esperar más que una matriz "resurreccional": Aquella que da a luz al "Dios hecho hombre" y que alumbra ya el segundo nacimiento cuando el bautismo de este cristiano. El "Útero divino", dice en alguna parte san Bernardo, el cantor de "Nuestra Señora". Aquí está el punto que hay que poner en correspondencia con el sexto parágrafo del documento de la Sagrada Congregación romana que recordamos: "La glorificación corporal de la Virgen es la anticipación de la glorificación destinada al resto de los elegidos". Tal es en definitiva la "Vida eterna" incluida en el símbolo bautismal y asegurada en Cristo, "el primer nacido de entre los muertos" y que ha "vencido a la muerte" así como lo enseña Pablo.

Siempre se podrá preguntar por qué la suerte reservada al cristiano difiere de la que se reserva al humano no cristiano. Pregunta cuya respuesta reposa en el hecho de que el Verbo se ha hecho carne, una vez por todas, que ha resucitado en su cuerpo, y que entonces Él está en todos y todos están en Él de una vez por todas también. Siendo el Ser ("antes que Abraham fuese Yo soy"); es evidente que los "llamados" a su incorporación y que la rechazan, los que han sido bautizados pero que se desligan del "Cuerpo" por la no configuración en Cristo (de aquí la importancia del pecado) pierden por allí mismo su parte de ser, su parte de eternidad y se aniquilan en el momento de la Resurrección. Para los que no pertenecen a la tradición cristiana, existen otros modos de realización que no vamos a considerar aquí, sólo diremos que la gracia de Cristo y la noción de "cuerpo místico" los sitúan a pesar de todo en la vía del Verbo redentor: "Nadie va al Padre sino por Mí”... excepto si lo rechazan.
Todo esto en el fondo es muy coherente.



A propósito del estado intermedio

Entre muerte corporal y resurrección de los cuerpos (liberación en Cristo Glorioso), hemos visto que se sitúa un proceso anímico intermedio que, si excluye el paso a una "reencarnación" o a cualquier otro estado cíclico individual en la indefinidad de éstos, ofrece en contrapartida una posibilidad de purificación y pre-configuración crística. Es lo que la Iglesia entiende por el purgatorium, "estado" del ser sutil y no localización geográfica (igual que el paraíso por otra parte). La noción precisa de este purgatorio se remonta a principios del S. XII y su definición se da oficialmente como "proceso purgatorio" en el segundo concilio de Lyon de 1274. Es conocido el lugar simbólico que le reserva Dante en la "Comedia". De hecho, del séptimo al duodécimo siglo, la idea de una purificación por un fuego -el vehículo ígneo del alma, del mundo sutil en relación con la sangre- no está en absoluto localizada espacialmente. No tiene expresión temporal sino es por relación a nuestra "evaluación cronológica" de seres carnalmente vivos. Es pues por relación a los vivos en su estadio corporal que se puede hablar de una purificación posible "en el tiempo", separando la muerte corporal de la resurrección de los cuerpos.

Entre el "estado paradisíaco" y el de la "aniquilación del ser" infernal, puede evocarse un "estado intermedio" que no es de ninguna forma un "tercer lugar", desconocido en la Escritura y por este hecho aborrecido por Lutero, tercer estado ya expuesto por san Agustín. Actualmente la Iglesia resume su doctrina tal como la presenta en algunas líneas Christian Dugnog profesor del Instituto Católico de Lyon: 1. Los seres humanos fallecidos en una actitud mediocre al respecto del Reino no entran en él sin una purificación previa. 2. La intercesión de la Iglesia no está desprovista de cierto peso en el cumplimiento de esta purificación. Estos dos elementos se apoyan sobre una doble convicción: por un lado, la relación con el Reino de Dios en el momento de la muerte no es la misma entre aquel que lo ha hecho el objeto constante de su búsqueda y aquel para el que fue un dato más entre otros; por otro lado, las plegarias de los creyentes, en virtud de la comunión de los santos, tienen una importancia real en el acceso al Reino.[4] Sea lo que fuere, esta "cámara", como la llama Jean Le Goff, si no es un situs intermedio, permanece como una: dilatación de las posibilidades de salvación en el más allá. Desde que entre los vivos y los muertos una solidaridad activa se revela como posible, un intercambio se establece, etc.[5] Todo esto podría relacionarse con la gran idea cristiana de la "comunión de los santos", pero retendremos especialmente tres enseñanzas:

a) Los destinos póstumos del cristiano dependen exclusivamente de las "dimensiones" del estado pneumo-somático, luego sin "transmigración" o pasaje por una indefinidad de estados cíclicos individuales; la "gracia" propia al cristianismo exigía para ser total que fuera extendida, si no al "tiempo" o al "lugar", al menos al "marco" operacional de esta gracia que pudiese actuar desde entonces en toda la extensión posible de las modalidades propias al estado individual humano y que pudiese también desbordar los límites restrictivos del estado corporal que acaba con la muerte del individuo. Esta gracia también puede ejercerse por la intervención de la "substancia virginal", con el recurso a la "carne de Cristo", es decir, la Bienaventurada Virgen María.

b) Para que esto sea así, es necesario que la individualidad humana persista conscientemente y con su "ego" entre la muerte corporal y la Resurrección, si no el purgatorio estaría vacío de sentido. Ahora bien, con la Resurrección, es el hombre todo el que revive en cuerpo glorioso, transfigurado en Cristo y transformado por identificación con la forma perfecta principial del Verbo en la expresión Una -y sin embargo particular- que "definía" la persona de tal o cual individualidad corporal humana. Nada pues podría perderse en quien participa en el Ser, y es en este sentido únicamente que se puede concebir una "inmortalidad del alma".

c) Durante la estancia intermedia entre la muerte corporal y la resurrección de los cuerpos, la individualidad humana permanece "provisionalmente" en su modalidad sutil; pero hay que convencerse de que este estado es el de la manifestación "sutil", propia no sólo al estado individual humano sino igualmente a una multitud indefinida de otros estados individuales, tanto "inferiores" como "superiores" al hombre... y que, por otra parte, a partir de este estado humano, el individuo puede también acceder a los "estados superiores" del ser, estados llamados angélicos, y que corresponden a aquellos que se pueden adquirir en la posición "central" del estado individual.

d) La permanencia del "ego" sutil hasta el fin de los tiempos, en una modalidad en la que sus posibilidades de "liberación" por los estados superiores del ser se conservan intactas, es, si se puede decir así, una posibilidad "extraordinaria", en el orden de las posibilidades metafísicas. Aparte de esta "puesta en reserva", propia al cristianismo, el ser que ha acabado el recorrido individual humano pero no ha obtenido su realización, pasa a otros estados individuales cíclicos, y ocurre entonces que su "yo" humano se disuelve en la biosfera anímica humana para agregarse a otras individualidades viviendo en este estado individual. Luego, en un nuevo estado individual, nada prueba que nacerá en una posición "central" como la que ocupa el hombre en el estado individual humano, posición que es la más favorable a la realización de los estados superiores del ser, informales y no manifestados. Además, si los "estados superiores" del ser son accesibles al hombre en la prolongación sutil post-mortem de su individualidad, hay que recordar el hecho de que dichos estados son los que la teología llama "angélicos", y todos son "recapitulados" en la asunción de la Virgen, la cual jugará, pues una función intercesora eminente en esta estancia de espera de la resurrección. A este respecto, ella "añade", se podría decir, a la gracia propia de Cristo, pero de forma no "concurrente" con el Verbo hecho carne, puesto que ella es esta misma carne de Cristo, y que en la "resurrección de la carne" o "cuerpo de gloria" nada puede ser distinguido del Espíritu-Alma-Cuerpo. Todo está "no confundido" y sin embargo "fundido", de una forma sin duda difícil de ver con los ojos de la carne pero perceptible a la visión del corazón. Aquí la Virgen es matriz espiritual, arca de la alianza. Habiendo revestido el Verbo de su carne, el Cuerpo de Israel, ella se ha revestido en la asunción celeste como la Mujer vestida de sol del Apocalipsis (cap. 12, 1).



La Liberación ante la Resurrección

Hay que recordar siempre que esta modalidad de prolongación de la individualidad humana, entre la muerte y la resurrección de los cuerpos, es de orden "sutil". En el estado sutil, el "tiempo" no es del todo como el de la vida corporal. Hay algo que en cierto modo corresponde simbólicamente al tiempo (de donde el Aevum latino y el sempiterno) pero sin la significación cronológica y "durativa" del tiempo corporal. Es esta "reducción" del tiempo biológico a su principio sutil, casi "instantánea", la que permite la curación milagrosa de los tejidos orgánicos lesionados y la que existe en los "centros" terrestres donde se manifiesta una influencia espiritual generalmente prodigada por la madre de Cristo o por la infusión del Espíritu Santo. El "tiempo" de las curaciones es un "tiempo carismático". También la cuestión relativa a la "duración" de la espera de la resurrección para los seres fallecidos hace mil años o más, y la de los fallecidos en el presente, carece de fundamento. Se puede tener una idea de esto señalando que, ya ahora, la memoria permite repasar, en un tiempo extremadamente breve, acontecimientos que se han sucedido a lo largo de días, meses o años, y que se desplaza de un lugar del recuerdo a otro en algunos segundos, como si la "distancia" corporal y topológica estuviese anulada. Pero esta demostración es todavía más evidente en el estado de sueño. En él, el tiempo pasado o futuro, así como la distancia espacial e incluso la individualidad autónoma de las formas que lo pueblan, están prácticamente reducidas al mínimo de su realidad ontológica.

Ahora bien, el estado de sueño es precisamente el que corresponde a la modalidad sutil, mundo fantástico quizás pero donde la ausencia de un marco carnal estabilizador, "sólido", racional y materializador hace posibles todas las derivas "involuntarias" del ego; mundo de terrores, pues, de fantasmas, de delirios oníricos, de la imaginación desbocada, mundo de Alicia en el país de las maravillas, mundo de los infiernos y del paraíso o del purgatorio. Mundo laberíntico donde la necesidad de un guía y de un "viático" es indispensable. Mundo de pavores, del "Bardo" -pero para el cristiano de un bardo sin extinción por renacimiento en un nuevo estado individual-; mundo en el que ciertos elementos del "pasado corporal" toman todo su valor:

-Acciones, pensamientos, palabras, deseos: crean el "decorado" del sueño de aquellos que duermen en la espera del último juicio.

-Gracia actuante de los ritos, virtud del bautismo, germen de vida divina.

-Soportes de influencia espiritual, plegarias, escapularios, objetos bendecidos e invocación de los Nombres divinos o santos.

-Obras de méritos manifestando el Amor de Dios y el respeto de los dos mandamientos "Amarás a Dios" y "Amarás a tu prójimo", pero obras realizadas no por obediencia mental sino realmente por el corazón, luego sin espíritu de beneficio para uno mismo: es la pérdida voluntaria del alma por el amor divino "des-individualizante". Quien quiera salvar su alma la perderá, dice Cristo.

-Llamada a las intercesiones angélicas protectoras y refugio Virginal, oraciones a la Virgen, los ángeles y los santos.

En efecto, es en "modo sutil" como actúan los ángeles... y también los demonios. El mundo sutil está abierto por arriba y por abajo, mientras que el mundo corpóreo está cerrado por arriba y por abajo. Podría decirse que hay allí, en la modalidad sutil, un campo libre a los "contactos de fuerza" y es en este sentido que los elementos citados anteriormente de la vida corpórea, propedéuticos al estado de ser post-mortem sutil, tienen un "peso" tranquilizador o agravante considerable.[6]  Hay más, y es aquí a donde queríamos llegar para medir las posibilidades reservadas a la individualidad póstuma "sutil". Es en esta modalidad, en sueño o "modalidad sutil", que Jacob tuvo la visión de la escala angélica. En el lugar llamado "luz" por alusión al "hueso" imperecedero de la resurrección y a la "mandorla" o almendra de la "re-incorporación" en caro spiritualis Christi. Consúltese lo que escribió Guénon sobre "luz" en "El Rey del Mundo": Jacob "ve", pues, la columna vertebral que religa el cielo y la tierra y por donde suben y bajan los ángeles (en el doble sentido de la gracia descendente de las bendiciones de lo Alto y de la alabanza ascendente de las bendiciones de lo Bajo, el doble "bendito seas"). Esta escala corresponde a lo que Guénon llama los "estados superiores" del ser. Su recapitulación, como hemos dicho precedentemente, está en su plenitud en la Virgen por la asunción celeste de la "Gratia plena". Ella es verdaderamente entonces, verticalmente, el acueducto de las gracias, como la llamará san Bernardo (de aquí su representación en “mandorla" figura de la almendra, otro nombre del Luz).

Todo esto nos muestra la evidencia de que la “realización de los estados superiores del ser” puede perfectamente obtenerse durante la permanencia en modo sutil post-mortem, puesto que la individualidad permanece siempre en el estado "central" propio a la individualidad humana; estado central que también habría podido perder si, en lugar de en lugar de estar prolongado en su modalidad sutil, hubiera pasado a otro estado individual. Además, el “fin” de la prolongación sutil coincide con la "resurrección" o liberación, asegurando así la posibilidad de la más alta de las realizaciones espirituales. De "aquí a allí", si se puede expresar así, su elevación en los estados superiores del ser en la manifestación informal permanece inalterada.



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[1]   Cf.: "La Documentation Catholique", nº 1769. Ed. La Bonne Presse, Paris, 1979.
[2]   Ibid.
[3]   lbid.
[4]   Cf. "La Croix", 1981.
[5]   Entrevista a Jean Le Goff en "!'Express", 1981.
[6]   En este sentido Cristo dice que hay que temer más a lo que mata la vida del alma que a lo que mata la vida de los cuerpos, tanto más que en virtud de lo que hemos precisado, la duración de los sufrimientos corporales es efímera, mientras que la de los sufrimientos anímicos es "sempiterna", puesto que está ligada a un tiempo sin tiempo, si se puede decir así, desde que permanece en modo sutil.

domingo, 5 de junio de 2016

INMORTALIDAD




EL PROBLEMA DE LA INMORTALIDAD

“Ea” (Julius Evola)


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Artículo extraido de "La Magia como ciencia del Espíritu" (Grupo de Ur).



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En las notas que siguen queremos indicar brevemente cómo el problema de la supervivencia y el de la inmortalidad misma se presentan desde el punto de vista iniciático que, como ya se ha dicho, es esencialmente un punto de vista de experiencia y de realidad. El primer punto a precisar es éste: ¿para quién se plantea el problema de la supervivencia respecto de la muerte? Aquí no puede importarnos alguna entidad abstracta concebida por la filosofía o por la teología, sino aquello que concretamente se es, es decir aquello que se puede denominar como la conciencia viviente. Esta es una conciencia individualizada que prácticamente recaba el sentido de sí de la correlación con la unidad de un determinado organismo psico-físico, además que con la experiencia sensorial en general. Ahora bien, afirmar sin más la supervivencia, o aun la inmortalidad, para una tal conciencia no es una cosa que se pueda hacer despreocupadamente. En efecto, se debe sobre todo tener en cuenta la medida en la cual las facultades de una tal conciencia, comprendidas las que sirven de base para su unidad organizada, se resienten de las contingencias corporales. Se ve luego que ya con el sueño, en razón del venir a menos de las percepciones sensoriales, también viene a menos la conciencia, o bien permanecen de ella tan sólo las formas reducidas, propias del soñar común. Por cierto, nosotros despertamos del sueño y la conciencia retorna; pero ello es así porque la unidad orgánica subsiste. Sin embargo no se deberían descuidar algunos datos de la patología. Hay algunas enfermedades que atacan gradualmente a la unidad orgánica, avanzando, pero también retrocediendo, de modo tal de hacer sentir de nuevo la vida con una mediana salud, y retomando luego su curso. Ha sido justamente resaltado que en casos de tal tipo se prueban sucesivamente las impresiones de quien nace a la vida y luego va hacia la muerte; al desarrollarse el mal, se tiene una especie de experiencia de la muerte, nos acercamos bastante a que, por medio de lo que en matemática se denomina pasaje al límite, se pueda sentir su sentido: sentido que es de un hundimiento, de una disolución. De hecho no sería legítimo esperarse otra cosa allí donde se trata de aquella conciencia que está amalgamada con la vitalidad animal. Entonces el problema debería plantearse de manera diferente: sería necesario ver en cuáles casos y bajo cuáles condiciones en el hombre sea actual de hecho alguna cosa diferente, superior a lo que se ha llamado la "conciencia viviente". Aquí la enseñanza iniciática se diferencia netamente de la gran mayoría de las concepciones religiosas (por lo menos de acuerdo a su acepción exotérica), porque no plantea el problema de la supervivencia y de la inmortalidad en manera abstracta y genérica -para el hombre en general- sino teniendo relación con varias posibilidades y condiciones. Mientras tanto, si no es a una conciencia organizada y centralizada que se tiene en vista, como aquella en la cual se piensa cuando se dice "yo", puede admitirse desde ya la supervivencia de algo a la crisis y al hundimiento de la muerte. Así como el organismo físico con la muerte no se disuelve en la nada, sino que da lugar primero a un cadáver, luego a productos de disociación del mismo que seguirán las normas de las diferentes leyes físico-químicas, debe pensarse lo mismo en forma aproximada respecto de la parte "psíquica" del hombre: sobrevive a la muerte, por un cierto tiempo, algo así como un "cadáver psíquico", una especie de facsímil de la personalidad del difunto, que, en ciertos casos puede dar lugar a manifestaciones diferentes. Son justamente estas manifestaciones o del cadáver psíquico, o bien de partes del mismo (en el caso de que su sucesiva disociación haya acontecido) que son ingenuamente asumidas como pruebas "experimentales" de la supervivencia del alma por parte de los espiritistas, cuando, con una mirada más aguda, ellas más bien demostrarían lo contrario. El carácter automático propio de esas fuerzas sobrevivientes y ya convertidas en impersonales no impide que a veces las mencionadas manifestaciones tengan una particular intensidad. Este es por ejemplo el caso cuando sentimientos, pasiones e inclinaciones profundas fueron despertadas a la vida y alimentadas hasta la muerte. Son tales fuerzas ahora las que llevan la imagen vaciada del muerto, tomando, por decirlo así, el lugar de su "Yo", como por lo demás, si bien en menor medida, en tales casos muchas veces había ya acontecido en vida. Son siempre acciones "elementales" que no tienen nada que ver con lo que puede llamarse personalidad espiritual del muerto (1)  . El uso de esta última expresión reclama sin embargo una clarificación, porque ella implica evidentemente alguna cosa más que no la que hemos denominado conciencia viviente. A nivel ontológico está claro que sin alguna relación con un principio trascendente no sólo el hombre, sino también cualquier ser de naturaleza no podría tener una existencia, ni siquiera una existencia ilusoria. Desde el punto de vista iniciático debe decirse que nos sentimos "Yo" justamente por el reflejo de un principio superior, y la condicionalidad ya indicada por la conciencia ordinaria viviente puede ser entendida como la que existe entre una imagen refleja y el medio en el cual tal imagen se forma. Entre la una y el otro hay en efecto una estrecha relación que define y, es más, organiza lo que en términos hindúes se podría llamar el "Yo de los elementos" o, mejor aún, el “Yo samsárico” (2) , mientras que la noción que corresponde en la terminología clásica es el alma, en cuanto contrapuesta al nous;  a la mente comprendida como un principio olímpico incorruptible.
Cuando un espejo se rompe, ello no afecta al objeto que en él se refleja, sino que sólo desaparece su imagen refleja. En tales términos es necesario interpretar el fenómeno de la muerte cuando el mismo tenga un final solo negativo, como hace poco se dijo al hablar de la conciencia viviente. Lo que tiene naturaleza de Yo humano en tal caso no sobrevive. Más exactamente, interviene un verdadero y propio cambio de estado y, aparte del espectro y de los residuos psíquicos de los cuales se ha hablado, y que son como automatismos subsistentes por fuerza de inercia, aquello que es propiamente vida del Yo samsárico es reabsorbido en una cepa subpersonal, a la cual se pueden dar los caracteres de un "ente-raíz". Sobre este plano es nuevamente concebible una supervivencia sui generis, puesto que este ente no sólo ha dado vida a un determinado cuerpo, sino que puede darla también a otros, antes y después de ello; al disolverse de una determinada agregación psicofísica y del reflejo del Yo llevado por ésta, aquella fuerza persiste, se convierte sólo en latente, como la potencialidad de un fuego capaz de volverse a encender en una nueva combinación, la cual significa un nuevo individuo, una nueva existencia. Naturalmente no se trata aquí sólo de especie o de la cepa biológica, ni de las vidas producidas por una misma sangre a través de la generación sexual. Las existencias, que son diferentes manifestaciones de aquel ente, salvo excepciones rarísimas, pueden aparecer absolutamente despegadas y extrañas la una a la otra. Las une un nexo que huye a los sentidos físicos, un nexo invisible que no tiene una base material. Es forzoso limitarnos aquí a esta mención, necesaria para una orientación en su conjunto, porque el problema de las relaciones entre las diferentes herencias que el hombre resume nos conduciría demasiado lejos y, eventualmente, será tratado en otra ocasión.
De cualquier modo, en razón de las confusiones que pudiesen expresarse, es indispensable disipar el equívoco de la reencarnación, concepción que, contrariamente a lo que piensan muchos "espiritualistas" y teósofos de la actualidad, no corresponde para nada a una enseñanza esotérica, sino que cuando diferentes textos antiguos de Oriente y de Occidente parecieran referirse a ella, no se trata de otra cosa que de una forma simbólica y popular para exponer una doctrina con un significado muy diferente. En general es una contradicción en los términos suponer que un "Yo samsárico" --que para la inmensa mayoría vale como su "Yo", como el Yo tout court pueda reencarnarse; es una contradicción en los términos porque la relativa identidad de un tal Yo existe en función de un determinado organismo psicofísico, es decir de una determinada combinación que, una vez disuelta, no se volverá a presentar más como era antes. Aquello que continua en una serie de existencias, no es lo que es producido, sino la fuerza que produce, es decir el poder subpersonal del cual se ha hablado antes. En otros términos: si llamamos A,B,C, etc. a los diferentes "Yo"' que han respectivamente tomado forma en varias existencias de la serie, no es A quien se reencarna en B y de B en C, y así sucesivamente, sino que es más bien la fuerza que ha actuado en A, y en la cual A se vuelve a disolver, la que se manifiesta en B,C, etc. La continuidad se encuentra únicamente en la parte de esta fuerza que no es ni un Yo ni la conciencia viviente. Si en virtud de un prodigio, A -el Yo de una determinada existencia- pudiese ver ante sí a B, C, etc., es decir a los seres que serían sus "reencarnaciones", ellos se le aparecerían y deberían aparecérsele tan extraños como otros hombres o Yo diferentes de él en el espacio.
El plano en el cual la reencarnación puede ser verdadera es el plano samsárico (el mundo de las Aguas, el helénico "ciclo de la necesidad") y no tiene nada que ver con el de la personalidad espiritual. Por lo cual -sea dicho de pasada- hay un motivo fundado de sospecha en lo referente a toda doctrina que otorgue relieve a la idea de reencarnación, a no ser que la finalidad sea sólo la práctica de crear un encuadre para dar relieve a una dirección totalmente opuesta, a la dirección de la "liberación". Que existan experiencias especiales, las cuales pueden dar a la doctrina de la reencarnación una especie de prueba, ello no se lo rebate, se trata tan sólo de interpretarlas bien. Experiencias de tal tipo se han convertido hoy en día, y en especial en Occidente, sumamente raras por el hecho de que el Yo individual ha asumido una forma siempre más rígida se ha cerrado cada vez más en sí mismo. Sin embargo, es posible que por alguna improvisada rendija, o también por prácticas iniciáticas, la limitación sea removida y se tenga un cierto conocimiento de la raíz más profunda de la propia vida: surge entonces la conciencia samsárica, la cual puede también asumir la apariencia de un recuerdo; en el tronco profundo, subpersonal, existe efectivamente la memoria de otras existencias, de aquellas que en una serie discontinua de Yo surgieron como manifestaciones caducas de un mismo e inexhausto tronco. Ello posee pues el solo significado de una remoción momentánea de la conciencia individual y de un "descenso a los infiernos" sui generis. Y la cosa, de acuerdo a los casos, va a corresponder o a una regresión, o a una cierta y por lo menos virtual super-individualidad. En efecto, una vez removido el límite de la conciencia individual, en rigor la misma conciencia despierta vendría a menos como en el sueño y no se tendría más ninguna experiencia. Sólo por una especie de eco de estados más antiguos una semi-conciencia samsárica fue a atenuar en Oriente aquel sentimiento de la única vida del Yo en la tierra, que en Occidente es hoy el sentimiento normal y general. Pero si no debe tratarse de regresiones y casi de franjas o prolongaciones de una conciencia no del todo definida y estabilizada, la conciencia samsárica debe considerarse como una forma de la conciencia iniciática. Y cada uno puede acordarse de que en los textos budistas de los orígenes en donde se habla de la visión de las múltiples vidas, esta visión está justamente ligada, y de manera inequívoca, a estadios de la alta contemplación. Es una experiencia que presupone el desapego. 
Y por tal camino se ha llegado al núcleo central del problema iniciático de la supervivencia y a la doctrina de la naturaleza condicionada, sea de ella, sea de la inmortalidad. Se ha usado para el Yo la imagen de un reflejo ligado al medio en el cual el mismo se ha formado. Ahora se puede concebir un volver a elevarse del reflejo hasta el origen, cosa que implica justamente una separación, una revulsión, un desapego que corresponde él también a un cambio de estado o a una crisis profunda, puesto que se realiza allí como en la muerte en mayor o menor medida un venir a menos del apoyo habitual provisto por el cuerpo y por la vitalidad samsarica. Tal es la muerte iniciática, la cual puede muy bien llamarse como una muerte efectiva realizada a nivel experimental, después de lo cual a la persona en cuestión le ha sido transmitido un poder capaz de sostener su conciencia (3) . Quien ha pasado efectivamente a través de esta muerte ha dejado de ser hombre; él no se encuentra más vinculado por la forma individual, su Yo no es más un reflejo, sino en vez un ente. Él ha llevado justamente al acto la "personalidad espiritual". Arribados a tal punto puede venir a menos el apoyo del cuerpo y de la experiencia sensible sin que la conciencia se disuelva y se hunda. La condición positiva para la supervivencia resulta en estos términos realizada y es susceptible eventualmente de pruebas en contrario. En determinadas condiciones pueden ser provocados estadios en los cuales se puede decir: "Todo lo que me viene del mundo de los sentidos está ahora suspendido, y sin embargo siento mi conciencia clara, transparente, intangible". En cuanto al carácter concreto de la transformación iniciática, bastará recordar el dicho, que tanto escándalo despertó en la Grecia ya entonces "iluminista", de que un delincuente, si está iniciado en Eléusis no puede compararse su destino tras la muerte con el que le espera al hombre más virtuoso e ilustre, pongamos un Epaminondas.
En este punto vale la pena poner de relieve que la supervivencia consciente no se identifica sin más con la inmortalidad. Esto nos remite a la teoría de la jerarquía de los mundos y de los estados del ser, como también a las denominadas leyes cíclicas. Sobre todo esto por ahora sólo puede hacerse una mención. Inmortal, en sentido absoluto, es sólo lo incondicionado, el principio más allá de toda manifestación. Inmortalidad hay pues sólo como inmortalidad "olímpica" en sentido superior, procedente de un estado de unión con lo Incondicionado. El que ha ya realizado las condiciones para la supervivencia puede tender a este fin supremo. Pero no está dicho que lo logre. Puede buscarse, mientras se viva, la "liberación" completa que convierte en inmortales. Algunas posibilidades son dadas en el momento de la muerte. Otras en estadios póstumos, en los cuales el conocimiento y la conciencia del iniciado, a diferencia de las de los hombres comunes, subsisten (4)  . Es decisivo para la inmortalidad quemar toda tendencia que empujaría a asumir ésta o aquella "sede" suprahumana -si se quiere, "angélica" o "celeste"- puesto que todo esto, desde el punto de vista iniciático, pertenece siempre a la manifestación, a lo condicionado y no a lo incondicionado, y no posee carácter "eterno". Cuando la lucha por la inmortalidad se desarrollase en sede propiamente mágica, la tarea es la de ponerse a la cabeza de los entes con los cuales se entra en relación (personificaciones de determinados modos del ser), creándose, sobre su misma dirección, una intensidad mayor que la de ellos. Aquí el principio es que, una vez que se ha creado la relación, no dominar significa inmediatamente ser dominados, y además agregados a una determinada condición de existencia. Pero también en la vía mágica, en su ápice la fuerza se debe transfigurar en pura luz, para la "Gran Liberación". 
En su conjunto debe trazarse una línea bien neta de demarcación entre quienes sobreviven y los "inmortales" por un lado, y la gran masa de los hombres por la otra, de acuerdo a aquello que no sólo las escuelas iniciáticas, sino también casi todas las religiones antiguas, si bien por símbolos, siempre han reconocido. La idea de que cada uno posea un "alma inmortal", concebida por lo demás como un facsímil de la conciencia viviente y del Yo individual terreno, es una verdadera aberración ideológica, si bien su utilidad como opio para las masas quizás no pueda ser discutida. Capaz de sobrevivir e inmortal no es el "alma", sino la mente como nous, como elemento sobrenatural. Pero es inútil hablar de ella, decir que ella es indestructible y eterna, cuando entre la conciencia viviente en el reflejo samsárico y un principio semejante no exista contacto alguno, ni ninguna continuidad. El "alma" puede sobrevivir sólo cuando se agrega a la "mente", convirtiéndose en el alma que permanece y no cae, de la cual habla AGRIPA (cfr. pg. 127). Y ésta es la metabolé, el cambio de polaridad, de la cual la iniciación es el punto de partida. El alma, en vez de apoyarse en el ser natural, se apoya entonces en el ser sobrenatural y se integra a él. Por tal camino se constituye una forma nueva, la cual no es afectada por la muerte. Al disgregarse el cuerpo, en vez que el residuo espectral, en vez que la que fue llamada como la "segunda muerte", se libera esta forma, como un cuerpo de luz incorruptible. Ello corresponde a la energía que, por transformaciones congruentes, se manifestará luego sobre el plano del ser que corresponde al variado "conocimiento" y "dignidad" del iniciado. También a nivel particular, rehuirá de la muerte e irá a constituir una especie de sustrato de continuidad todo aquello perteneciente a la conciencia viviente que es integrado al alma que permanece y no cae, la cual, por lo demás, como dice AGRIPA, es también el principio agente de toda operación de alta magia.

NOTAS:
(1) Hay otro caso a ser considerado: aquel en el cual los residuos psíquicos Y los facsímiles sean animados y asumidos por fuerzas oscuras del más allá, y es sobre esta base que debe explicarse un número de fenómenos metapsíquicas mayor de lo que se crea. Hay en fin una posibilidad de la necromancia, en la cual el operador presta la vida y el "Yo" a una larva, extrayéndola momentáneamente del estado apagado que en las tradiciones clásicas correspondía al Hades.
(2) Un término sumamente expresivo usado por los Gnósticos para este mismo principio es “espíritu contrahecho”.
 (3) La "separación" hermética, que en los textos es dada muchas veces como sinónimo de "mortificación" y de "muerte", tiene justamente este significado. Se puede también recordar el pasaje en donde San Pablo (Hebreos, IV, 13), dice: "La palabra de Dios es una espada viviente que penetra hasta la división del alma y del espíritu y escinde la mente de los movimientos del corazón". Orígenes (De princ., 111, 3) habla de un alma de la carne -el "Yo samsárico"- opuesta al espíritu, agregando que ella está ligada a la "sangre del hombre". Véase la expresión iniciática: "convertir en fría a la sangre". 

 (4) Es lo que es considerado en términos sugestivos por el Bardo Todol, o Libro Tibetano de los Muertos, en parte también en el Libro Egipcio de los Muertos.



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