La esperanza cristiana:
de la inmortalidad a la eternidad
Jean Tourniac
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Extracto del libro “Résurrection
et vie posthume dans le judéo-christianisme”. Ed. Dervy Livres. París.
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Sobre la inmortalidad del alma,
concepto originalmente extraño al judaísmo y al cristianismo, que no constituía
el elemento característico de la fe cristiana y de la "buena nueva",
queremos exponer el punto de vista de un exégeta moderno, el padre Claude
Geffré, dominico. Este religioso teniendo que contestar a lectores que
parecían, como los "espiritualistas" de antaño, hacer coincidir la fe
y la esperanza cristiana con "la inmortalidad del alma", exponía la
doctrina neo-testamentaria en unos términos que parecen reflejar efectivamente
la verdad evangélica -que se acepte o no, es otra cuestión-:
Es cierto que en el
Nuevo Testamento, el acento se pone ante todo sobre la vida nueva en el Cristo resucitado,
obtenido desde entonces por la fe y el bautismo. Sin ninguna duda, el Nuevo
Testamento testificó también sobre lo Resurrección de los cuerpos en el fin de
los tiempos. Pero no especula sobre el estado intermedio del alma separada después
de la muerte. En función de esta reserva de la Escritura es por lo que yo creo
poder decir que "no sabemos nada de la permanencia de un principio
espiritual inmortal separado del cuerpo" ... considero, en todo caso, que
la noción filosófica de la inmortalidad del alma no basta para definir la nueva
modalidad de existencia de los que han muerto con Cristo y que hacen con Él su
paso de la muerte a la vida ... Mantengo, de acuerdo con el pensamiento más
tradicional de lo Iglesia, que uno no puede darse cuento de la riqueza del misterio
de la Resurrección de lo carne entendiéndolo solamente como el hecho de
"reencontrar un cuerpo" para un alma inmortal. Se objetará que
hablar de la Resurrección de los muertos en términos de "nueva
creación" del hombre es absurdo, porque es confundir lo Resurrección con la
creación y negar la inmortalidad del alma. Yo podría responder con muchos
exégetas católicos que, paro el pensamiento bíblico, el alma creada por Dios con el cuerpo es mortal como
éste. El almo está muerta por el hecho
del pecado... Y paro San Pablo, será
recreada por el Espíritu vivificante del Cristo resucitado. Pero con estos mismos exégetas, no ignoro los pasajes del Nuevo Testamento que atestiguan
una vida con Cristo fuera del cuerpo, anterior a la Resurrección final. Todo el mundo piensa, por ejemplo, en la promesa de Jesús
en lo cruz al buen ladrón: "Hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Le.
23, 43) o también, en el deseo que expreso son Pablo: "preferimos dejar la
morada de este cuerpo para permanecer con el Señor" (2 Co. 5, 8). Para comprender
mejor estos textos, se puede invocar evidentemente uno doctrina filosófica de la inmortalidad del alma. Pero parece cloro que ni Jesús ni san Pablo pensaban en
un "alma inmortal" en la perspectiva del dualismo platónico. Más
bien, con la Escritura, hemos de confesar nuestra ignorancia sobre el cómo de
esta nueva modalidad de ser del que ha muerto con Cristo, y que espera -fuera
de su cuerpo- la Resurrección en el último día. Pero, ¿por qué concluir -como algunos
lectores quieren hacer- que lo muerte es la aniquilación de todo el
hombre y que hay ausencia de continuidad entre el que muere y el que resucita?
En la mismo línea que la enseñanza
de san Pablo, podemos admitir que el "espíritu" (pneuma) insuflado en
el hombre por la nueva creación y la habitación del Espíritu de Cristo (Cf. 2 Co. 5, 5)
guarda -más allá de la muerte del cuerpo terrestre- un misterioso vínculo con
el Cuerpo resucitado de Cristo. Es
ciertamente la misma persona, espiritual, quien inauguró una vida nueva en
Cristo por el bautismo, la que acabará su glorificación perfecta con Cristo en
la Resurrección final en el último día.
Se ve como el padre dominico,
finalmente, evoca tres nociones:
-Un alma mortal con el cuerpo,
comprendiendo la "carne" a los dos.
-Un vínculo post-mortem, entre
el "pneuma" y el Verbo eterno divino.
-La resurrección de los
cuerpos, dogma del cristianismo, que implica evidentemente, en el
"momento" extra-temporal de la resurrección en Cristo, la revivificación eterna de la santa forma del cuerpo y
del alma, revivificación que hace del
cuerpo un "cuerpo glorioso" transformado, más allá incluso de la
forma, puesto que la "santa forma" es el principio de las formas,
luego, transformante por ausencia de limitación. Aquí Cristo es un pescador,
allí un jardinero para María Magdalena, un compañero de viaje desconocido para
los peregrinos de Emaús... y sin embargo en cada ocasión es Él mismo y se hace reconocer
en la identidad de su Persona.
A decir verdad la desaparición
de los análisis judíos sobre el envolvimiento del alma en torno al cuerpo
grosero y después en torno al Espíritu, conduce a todas las incomprensiones como:
el dualismo alma/cuerpo, a veces llamado espíritu/cuerpo. O el alma tomada como
única referencia no corporal, pero de la que no se sabe demasiado qué hay que decir
y a lo que ella corresponde, después de siete u ocho siglos de errancia
conceptual. De esto encontraremos una prueba en una reciente declaración del
magisterio romano a propósito del sentido que hay que dar a las palabras
"vida eterna". El redactor expone primeramente una cuestión de la cual
sitúa el origen en las: controversias
teológicas ampliamente difundidas entre el público y de las que la mayor parte
de los fieles no están en disposición de discernir su objeto preciso ni su
alcance. Se oye discutir la existencia del alma, la significación de
una supervivencia, se pregunta sobre
lo que pasa entre la muerte del cristiano y la resurrección general. El pueblo
cristiano está desamparado al no reencontrar su vocabulario y sus conocimientos
familiares.[1] He aquí en
efecto la clave de este embrollo tradicional: "el vocabulario y los
conocimientos familiares". De aquí estas preguntas: ¿Qué es el alma? ¿Qué
conocimientos son realmente tradicionales? ¿Con qué pueden ser confundidos, en
nuestra época, estos "conocimientos familiares"? He aquí lo que constata
el magisterio romano: ¿Quién no constata
que la duda se insinúa sutilmente y hasta lo más profundo de los espíritus? Incluso si felizmente, en la mayor parte de los casos, el cristiano
no ha llegado todavía a la duda positiva, a menudo se abstiene de
pensar sobre aquello que sigue a la muerte, puesto que comienza a sentir que
surgen preguntas a las que duda si
debe responder: ¿Existe algo más allá de la muerte?
¿Subsiste algo de nosotros mismos después de esta muerte? No es la
nada lo que nos espera.[2]
El remedio a
esta duda, indicado por la Sagrada Congregación de la Fe, se mantiene en la enseñanza
de la Iglesia dada en el nombre de Cristo: ... especialmente sobre aquello que sobreviene entre la muerte del cristiano y la resurrección general.
1) La
Iglesia cree (cf. Credo) en una resurrección de los muertos.
2) La
Iglesia entiende esta resurrección como del hombre todo entero; ésta no es para los elegidos otra cosa que la extensión a los hombres de
la misma Resurrección de Cristo.
3) La Iglesia
afirma la supervivencia y la subsistencia después de la
muerte de un elemento espiritual dotado de conciencia y de voluntad de modo que
el "yo" humano subsiste. Para designar este elemento, la Iglesia emplea la palabra "alma", consagrada
por el uso de la Escritura y de la Tradición. Sin ignorar que este término toma en la Biblia varios sentidos, estima sin embargo que no existe ninguna razón seria para rechazarla y la considera como un instrumento verbal absolutamente indispensable para
sostener la fe de los cristianos.
4) La
Iglesia excluye toda forma de pensamiento o de expresión que haría absurdos o ininteligibles su oración, sus ritos fúnebres, su culto a los muertos, los cuales constituyen, en su substancia, lugares teológicos.
5) La
Iglesia, conforme a la Escritura espera "la manifestación gloriosa de Nuestro Señor Jesucristo"
(Dei Verbum, 1, 4), considerada sin embargo como distinta y diferida por relación al estado del hombre inmediatamente posterior a su muerte.
6) La
Iglesia, en su enseñanza sobre la suerte del hombre después de su muerte,
excluye toda explicación que quitase su sentido a la Asunción de María en lo
que ella tiene de única, es decir, el hecho que la glorificación
corporal de la Virgen es la anticipación de la glorificación destinada al resto
de los elegidos.
7) La
Iglesia, en su fidelidad al Nuevo Testamento y a la Tradición cree en la felicidad de los justos que un día estarán con Cristo. Cree que una pena
permanente espera al pecador que será privado de la visión de Dios, y en la
repercusión de esta pena en todo su ser. Cree finalmente en una eventual purificación
previa a la visión de Dios para los elegidos, completamente ajena en cambio a
la pena de los condenados. Esto es lo que la Iglesia entiende cuando habla de infierno y de purgatorio.[3]
Tenemos aquí
ya bastantes afirmaciones para reflexionar: De entrada queda claramente indicado
que el yo humano subsiste de modo
"espiritual" bajo la forma de "elemento espiritual" y consciente en el estado post-mortem. El documento le da el nombre de
alma... pero reconociendo que este término toma "en la Biblia varios sentidos". Lo utiliza sin embargo como "instrumento verbal" adecuado para la
sustentación de la fe. Hecho remarcable: entre la vida corporal y la
"manifestación gloriosa de NSJC", coincidiendo con la resurrección de
los cuerpos, la Iglesia, recuerda el documento, cree en la existencia de un estado intermedio distinto al de esta
resurrección "diferida"; se podría entonces hablar de una
"liberación diferida" por retomar la expresión de la tradición hindú.
Es en esta situación "intermedia" del estado individual humano total
en la que se da una triple posibilidad: la felicidad del justo, la purificación
eventual, la "pena permanente" reservada a los que estarán privados
de la visión de Dios y, punto importante, la "repercusión de esta pena en
todo su ser". Esto significa que, en el último caso, el ser no puede
recorrer otros estados para "liberarse de su karma". Es lo que ha visto muy bien el padre Stéphane, fiel
intérprete de la doctrina de la Iglesia. En el caso del cristiano -y de éste solamente-
no hay ni pérdida del "yo" humano disolviéndose en un plazo más o
menos largo con el compuesto orgánico grosero, ni pasaje del ser a otro estado individual
cíclico, como lo indica justamente la teoría de los estados múltiples del ser
para las tradiciones no cristianas.
En
contrapartida se mantiene el estado individual "bloqueado" de alguna manera en una de las modalidades de este
estado que reviste un aspecto de criba para los destinos últimos del ser, o de
espera purificadora en algunos casos; de aquí la idea "purgativa" de
purgatorio anímico pero que no es un pasaje a otra modalidad individual del
ser, como tampoco ninguna "reencarnación". Parece claro que esta
"prolongación” escapa a la duración temporal de nuestras cronologías
corpóreas (tampoco existe tiempo "biológico" corpóreo entre la
"hora" de la muerte y la última etapa de la resurrección, sino un
equivalente
apropiado al
mundo sutil. .. "mil años son como un día", dice Dios en la Biblia)
sea en suma propicia a la gestación del cuerpo glorioso de resurrección "in Christo", la "cristificación"
que sucede a lo que el Apocalipsis llama la segunda
muerte. Ésta afecta al alma que, por este hecho, no puede ser
considerada como inmortal sino como transfigurada con el cuerpo resucitado.
Ciertamente,
como acabamos de decir, a la muerte corporal del bautizado (el cual por su
"segundo nacimiento" está de alguna forma insertado definitivamente
en este anima Christi que es al mismo
tiempo su justificación y... su juicio post-mortem, sin posibilidad de
"recomenzar") el alma no se disuelve en la "esfera psíquica
global" de la que se alimentan los diferentes psiquismos de los hombres
desde su nacimiento fetal al estado individual humano. Pero puede también
morir, y definitivamente, cuando el tercer nacimiento -y este es el estado eterno, la nada-, o inversamente reencontrarse participando
en la glorificación del cuerpo resucitado. El cuerpo de
gloria es a la vez gloria eterna del cuerpo
sutil, del cuerpo de carne y del cuerpo espiritual. Este tercer nacimiento eterno al que llamamos, a falta de mejor término, la
liberación o "cristificación de los elegidos", implica un pasaje por
la matriz y el útero espirituales que generan el Cuerpo del Resucitado. De aquí
la función de la Virgen. Es preciso retener que si el "yo" del no
cristiano "yerra" a la búsqueda de una nueva matriz, el del cristiano
elegido, en la "liberación diferida" y mantenido en un estado
individual humano, no puede esperar más que una matriz "resurreccional":
Aquella que da a luz al "Dios hecho hombre" y que alumbra ya el
segundo nacimiento cuando el bautismo de este cristiano. El "Útero
divino", dice en alguna parte san Bernardo, el cantor de "Nuestra
Señora". Aquí está el punto que hay que poner en correspondencia con el sexto parágrafo del documento de
la Sagrada Congregación romana que recordamos: "La glorificación corporal de la Virgen es la anticipación de la
glorificación destinada al resto de los elegidos". Tal es en definitiva la
"Vida eterna" incluida en el símbolo bautismal y asegurada en Cristo,
"el primer nacido de entre los muertos" y que ha "vencido a la
muerte" así como lo enseña Pablo.
Siempre se
podrá preguntar por qué la suerte reservada al cristiano difiere de la que se
reserva al humano no cristiano. Pregunta cuya respuesta reposa en el hecho de
que el Verbo se ha hecho carne, una vez por todas, que ha resucitado en
su cuerpo, y que entonces Él está en todos y todos están en Él de una vez por
todas también. Siendo el Ser ("antes que Abraham fuese Yo soy");
es evidente que los "llamados" a su incorporación y que la rechazan,
los que han sido bautizados pero que se desligan del "Cuerpo"
por la no configuración en Cristo (de aquí la importancia del pecado) pierden
por allí mismo su parte de ser, su parte de eternidad y se aniquilan en el
momento de la Resurrección. Para los que no pertenecen a la tradición
cristiana, existen otros modos de realización que no vamos a considerar aquí,
sólo diremos que la gracia de Cristo y la noción de "cuerpo
místico" los sitúan a pesar de todo en la vía del Verbo redentor:
"Nadie va al Padre sino por Mí”... excepto si lo rechazan.
Todo esto en
el fondo es muy coherente.
A propósito del estado intermedio
Entre muerte
corporal y resurrección de los cuerpos (liberación en Cristo Glorioso), hemos
visto que se sitúa un proceso anímico intermedio que, si excluye el paso a una
"reencarnación" o a cualquier otro estado cíclico individual en la
indefinidad de éstos, ofrece en contrapartida una posibilidad de purificación y
pre-configuración crística. Es lo que la Iglesia entiende por el purgatorium,
"estado" del ser sutil y no localización geográfica (igual que el
paraíso por otra parte). La noción precisa de este purgatorio se remonta a principios
del S. XII y su definición se da oficialmente como "proceso purgatorio"
en el segundo concilio de Lyon de 1274. Es conocido el lugar simbólico que le
reserva Dante en la "Comedia". De hecho, del séptimo al duodécimo
siglo, la idea de una purificación por un fuego -el vehículo ígneo
del alma, del mundo sutil en relación con la sangre- no está en absoluto
localizada espacialmente. No tiene expresión temporal sino es por relación a
nuestra "evaluación cronológica" de seres carnalmente vivos. Es pues
por relación a los vivos en su estadio corporal que se puede hablar de una
purificación posible "en el tiempo", separando la muerte corporal de
la resurrección de los cuerpos.
Entre el
"estado paradisíaco" y el de la "aniquilación del ser"
infernal, puede evocarse un "estado intermedio" que no es de ninguna
forma un "tercer lugar", desconocido en la Escritura y por este hecho
aborrecido por Lutero, tercer estado ya expuesto por san Agustín. Actualmente
la Iglesia resume su doctrina tal como la presenta en algunas líneas Christian
Dugnog profesor del Instituto Católico de Lyon: 1. Los seres humanos fallecidos
en una actitud mediocre al respecto del Reino no entran en él sin una
purificación previa. 2. La intercesión de la Iglesia no
está desprovista de cierto peso en el cumplimiento de esta purificación. Estos dos elementos se apoyan sobre una doble
convicción: por un lado, la relación con el Reino de Dios en el momento de la
muerte no es la misma entre aquel que lo ha hecho el objeto constante de su
búsqueda y aquel para el que fue un dato más entre otros; por otro lado, las plegarias de
los creyentes, en virtud de la comunión de los santos, tienen una importancia real
en el acceso al Reino.[4] Sea lo que fuere, esta "cámara", como la llama
Jean Le Goff, si no es un situs intermedio, permanece como una: dilatación
de las posibilidades de salvación en el más allá. Desde que entre los vivos y
los muertos una solidaridad activa se revela como posible, un
intercambio se establece, etc.[5] Todo esto podría relacionarse con la gran idea cristiana de la
"comunión de los santos", pero retendremos especialmente tres enseñanzas:
a) Los
destinos póstumos del cristiano dependen exclusivamente de las
"dimensiones" del estado pneumo-somático, luego sin
"transmigración" o pasaje por una indefinidad de estados cíclicos
individuales; la "gracia" propia al cristianismo exigía para ser
total que fuera extendida, si no al "tiempo" o al "lugar",
al menos al "marco" operacional de esta gracia que pudiese actuar
desde entonces en toda la extensión posible de las modalidades propias al
estado individual humano y que pudiese también desbordar los límites
restrictivos del estado corporal que acaba con la muerte del individuo. Esta
gracia también puede ejercerse por la intervención de la "substancia
virginal", con el recurso a la "carne de Cristo", es decir, la
Bienaventurada Virgen María.
b) Para que
esto sea así, es necesario que la individualidad humana persista
conscientemente y con su "ego" entre la muerte corporal y la
Resurrección, si no el purgatorio estaría vacío de sentido. Ahora bien, con la
Resurrección, es el hombre todo el que revive en cuerpo glorioso, transfigurado
en Cristo y transformado por identificación con la forma perfecta principial
del Verbo en la expresión Una -y sin embargo particular- que "definía"
la persona de tal o cual individualidad corporal humana. Nada pues podría perderse
en quien participa en el Ser, y es en este sentido únicamente que se puede
concebir una "inmortalidad del alma".
c) Durante
la estancia intermedia entre la muerte corporal y la resurrección de los cuerpos,
la individualidad humana permanece "provisionalmente" en su modalidad
sutil; pero hay que convencerse de que este estado es el de la manifestación
"sutil", propia no sólo al estado individual humano sino igualmente a
una multitud indefinida de otros estados individuales, tanto "inferiores"
como "superiores" al hombre... y que, por otra parte, a partir de
este estado humano, el individuo puede también acceder a los "estados
superiores" del ser, estados llamados angélicos, y que corresponden a
aquellos que se pueden adquirir en la posición "central" del estado
individual.
d) La
permanencia del "ego" sutil hasta el fin de los tiempos, en una
modalidad en la que sus posibilidades de "liberación" por los estados
superiores del ser se conservan intactas, es, si se puede decir así, una posibilidad
"extraordinaria", en el orden de las posibilidades metafísicas. Aparte
de esta "puesta en reserva", propia al cristianismo, el ser que ha
acabado el recorrido individual humano pero no ha obtenido su realización, pasa
a otros estados individuales cíclicos, y ocurre entonces que su "yo"
humano se disuelve en la biosfera anímica humana para agregarse a otras
individualidades viviendo en este estado individual. Luego, en un nuevo estado
individual, nada prueba que nacerá en una posición "central" como la
que ocupa el hombre en el estado individual humano, posición que es la más
favorable a la realización de los estados superiores del ser, informales y no
manifestados. Además, si los "estados superiores" del ser son accesibles
al hombre en la prolongación sutil post-mortem de su individualidad, hay que
recordar el hecho de que dichos estados son los que la teología llama
"angélicos", y todos son "recapitulados" en la asunción de
la Virgen, la cual jugará, pues una función intercesora eminente en esta
estancia de espera de la resurrección. A este respecto, ella "añade",
se podría decir, a la gracia propia de Cristo, pero de forma no
"concurrente" con el Verbo hecho carne, puesto que ella es esta misma
carne de Cristo, y que en la "resurrección de la carne" o
"cuerpo de gloria" nada puede ser distinguido del
Espíritu-Alma-Cuerpo. Todo está "no confundido" y sin embargo "fundido",
de una forma sin duda difícil de ver con los ojos de la carne pero perceptible a
la visión del corazón. Aquí la Virgen es matriz espiritual, arca de la alianza.
Habiendo revestido el Verbo de su carne, el Cuerpo de Israel, ella se ha
revestido en la asunción celeste como la Mujer vestida de sol del Apocalipsis
(cap. 12, 1).
La Liberación ante la Resurrección
Hay que
recordar siempre que esta modalidad de prolongación de la individualidad humana,
entre la muerte y la resurrección de los cuerpos, es de orden
"sutil". En el estado sutil, el "tiempo" no es del todo como
el de la vida corporal. Hay algo que en cierto modo corresponde simbólicamente
al tiempo (de donde el Aevum latino y el sempiterno) pero sin la
significación cronológica y "durativa" del tiempo corporal. Es esta
"reducción" del tiempo biológico a su principio sutil, casi "instantánea",
la que permite la curación milagrosa de los tejidos orgánicos lesionados y la
que existe en los "centros" terrestres donde se manifiesta una
influencia espiritual generalmente prodigada por la madre de Cristo o por la
infusión del Espíritu Santo. El "tiempo" de las curaciones es un "tiempo
carismático". También la cuestión relativa a la "duración" de la
espera de la resurrección para los seres fallecidos hace mil años o más, y la
de los fallecidos en el presente, carece de fundamento. Se puede tener una idea
de esto señalando que, ya ahora, la memoria permite repasar, en un tiempo
extremadamente breve, acontecimientos que se han sucedido a lo largo de días,
meses o años, y que se desplaza de un lugar del recuerdo a otro en algunos
segundos, como si la "distancia" corporal y topológica estuviese anulada.
Pero esta demostración es todavía más evidente en el estado de sueño. En él, el
tiempo pasado o futuro, así como la distancia espacial e incluso la
individualidad autónoma de las formas que lo pueblan, están prácticamente
reducidas al mínimo de su realidad ontológica.
Ahora bien,
el estado de sueño es precisamente el que corresponde a la modalidad sutil, mundo
fantástico quizás pero donde la ausencia de un marco carnal estabilizador,
"sólido", racional y materializador hace posibles todas las derivas
"involuntarias" del ego; mundo de terrores, pues, de fantasmas, de
delirios oníricos, de la imaginación desbocada, mundo de Alicia en el país de
las maravillas, mundo de los infiernos y del paraíso o del purgatorio. Mundo
laberíntico donde la necesidad de un guía y de un "viático" es
indispensable. Mundo de pavores, del "Bardo" -pero para el
cristiano de un bardo sin extinción por renacimiento en un nuevo estado
individual-; mundo en el que ciertos elementos del "pasado corporal"
toman todo su valor:
-Acciones,
pensamientos, palabras, deseos: crean el "decorado" del sueño de
aquellos que duermen en la espera del último juicio.
-Gracia
actuante de los ritos, virtud del bautismo, germen de vida divina.
-Soportes de
influencia espiritual, plegarias, escapularios, objetos bendecidos e invocación
de los Nombres divinos o santos.
-Obras de
méritos manifestando el Amor de Dios y el respeto de los dos mandamientos "Amarás
a Dios" y "Amarás a tu prójimo", pero obras realizadas no por
obediencia mental sino realmente por el corazón, luego sin espíritu de
beneficio para uno mismo: es la pérdida voluntaria del alma por el amor divino "des-individualizante".
Quien quiera salvar su alma la perderá, dice Cristo.
-Llamada a las
intercesiones angélicas protectoras y refugio Virginal, oraciones a la Virgen,
los ángeles y los santos.
En efecto,
es en "modo sutil" como actúan los ángeles... y también los demonios.
El mundo sutil está abierto por arriba y por abajo, mientras que el mundo
corpóreo está cerrado por arriba y por abajo. Podría decirse que hay allí, en
la modalidad sutil, un campo libre a los "contactos de fuerza" y es
en este sentido que los elementos citados anteriormente de la vida corpórea, propedéuticos
al estado de ser post-mortem sutil, tienen un "peso" tranquilizador o
agravante considerable.[6] Hay más, y es aquí
a donde queríamos llegar para medir las posibilidades reservadas a la
individualidad póstuma "sutil". Es en esta modalidad, en sueño o
"modalidad sutil", que Jacob tuvo la visión de la escala
angélica. En el lugar llamado "luz" por alusión al
"hueso" imperecedero de la resurrección y a la "mandorla" o
almendra de la "re-incorporación" en caro spiritualis Christi. Consúltese
lo que escribió Guénon sobre "luz" en "El Rey del
Mundo": Jacob "ve", pues, la columna vertebral que religa el
cielo y la tierra y por donde suben y bajan los ángeles (en el doble sentido de
la gracia descendente de las bendiciones de lo Alto y de la alabanza ascendente
de las bendiciones de lo Bajo, el doble "bendito seas"). Esta escala
corresponde a lo que Guénon llama los "estados superiores" del ser.
Su recapitulación, como hemos dicho precedentemente, está en su plenitud en la
Virgen por la asunción celeste de la "Gratia plena". Ella es
verdaderamente entonces, verticalmente, el acueducto de las gracias, como la
llamará san Bernardo (de aquí su representación en “mandorla" figura de la
almendra, otro nombre del Luz).
Todo esto
nos muestra la evidencia de que la “realización de los estados superiores del
ser” puede perfectamente obtenerse durante la permanencia en modo sutil post-mortem,
puesto que la individualidad permanece siempre en el estado "central"
propio a la individualidad humana; estado central que
también habría podido perder si, en lugar de en lugar de
estar prolongado en su modalidad sutil, hubiera pasado a otro estado individual. Además, el “fin” de la prolongación sutil coincide con la "resurrección"
o liberación, asegurando así la posibilidad de la más alta de las realizaciones
espirituales. De "aquí a allí", si se puede expresar así, su
elevación en los estados superiores del ser en la manifestación informal permanece
inalterada.
*
[1] Cf.: "La Documentation Catholique",
nº 1769. Ed. La Bonne Presse, Paris, 1979.
[2] Ibid.
[3] lbid.
[4] Cf. "La Croix", 1981.
[5] Entrevista a Jean Le Goff en "!'Express",
1981.
[6] En este sentido Cristo dice que hay
que temer más a lo que mata la vida del alma que a lo que mata la vida de los
cuerpos, tanto más que en virtud de lo que hemos precisado, la duración de los
sufrimientos corporales es efímera, mientras que la de los sufrimientos anímicos
es "sempiterna", puesto que está ligada a un tiempo sin tiempo, si se
puede decir así, desde que permanece en modo sutil.