jueves, 13 de febrero de 2020

VIENDO A DIOS EN TODAS PARTES (1)






Viendo a Dios en todas partes (1)

Perspectivas coránicas acerca de la Santidad de la Naturaleza Virgen


1ª parte: El Tawhid y la Santidad del Cosmos

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Reza Shah Kazemi


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sanatanadharmatradicional


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Traducción al español:
Roberto Mallón Fedriani
(2020)

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“La corrupción se ha manifestado en la tierra y el mar por lo que los seres humanos han hecho, para que prueben algo de lo que han hecho y así, quizás, regresen al buen camino.”
(Corán, Sura Al Rum, “Los Romanos”, 30:41)

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Aun cuando este verso esté escrito en pasado, cabe leerlo como una profecía sobre nuestros tiempos, y no solo como una descripción de la situación existente en los tiempos de la revelación del Corán. Lo que vemos hoy a nuestro alrededor es exactamente lo que describe el Corán en términos de fasad (corrupción). Esto se hubiera entendido en los tiempos en los que fue revelado a los árabes del siglo VII como corrupción moral o desobediencia. Sin embargo, a los árabes les hubiera costado aplicar el término al tipo de corrupción que vemos hoy en día “en la tierra y el mar”; y no podrían haber entendido fasad en un sentido global, es decir, como la forma de contaminación a la que nos enfrentamos ahora por todas partes, tanto en la tierra como en el mar, debido a lo que han forjado nuestras manos. Este verso nos dice que debemos “saborear” las consecuencias de nuestras acciones y las de nuestros predecesores, no solo para ser castigados, sino con el fin de alertarnos de la necesidad de volver a Dios; no con el fin de que caigamos en el abatimiento, sino al revés, para hacer más ferviente nuestra resolución de cara a enderezar lo que está mal, y retornar a ese equilibrio natural en el que fuimos creados. Saborear las consecuencias de “nuestras” acciones significa aceptar que, de alguna manera misteriosa, no estamos exentos de responsabilidad en cuanto a corregir lo que han hecho nuestros predecesores; pues, como miembros de la especie humana formamos una unidad orgánica: “Vuestra creación y vuestra resurrección”,  así se dirige Dios a la totalidad de la Humanidad en uno de los versos más misteriosos del Corán, “Vuestra creación y resurrección no es sino como la creación de un solo ser.” (Sura Luqman, 31:28).

En este ensayo pretendo abordar cuatro temas a la luz de la importante profecía islámica que se hace en la Sura al-Rum:

·       El primero es el tema de la santidad del medioambiente natural desde el punto de vista del Corán. Aquí argumentaré que la crisis medioambiental no hubiera podido ocurrir en un mundo creado bajo el concepto islámico de Tawhid.

·      El segundo tema tiene que ver con las raíces espirituales de la crisis medioambiental: cómo llegó a darse esta crisis, no desde un punto de vista técnico, sino en cuanto a las actitudes profundas y espirituales que generaron las acciones que han conducido a la crisis.


·   El tercer tema concierne a la relación entre el ser humano individual -el microcosmos- y la totalidad del universo -el macrocosmos-. Aquí el argumento es que, aun cuando estemos bajo el dominio de una crisis global que puede ser el anuncio del “Fin del mundo” (o de un ciclo dentro de este cosmos), el resultado de este presentimiento debe ser un sentido más profundo de la responsabilidad personal para cambiar a mejor uno mismo, y al propio mundo.  Esta actitud de perpetua y renovada determinación, junto con una esperanza espiritual inagotable, contrasta crudamente con la desesperación y el sentido de impotencia personal que tantos están sintiendo ante la crisis medioambiental, que ya ha adquirido dimensiones catastróficas.

·     Finalmente, el cuarto tema se refiere a la ética práctica: qué es lo que debemos hacer respecto al mundo natural a la luz de los principios coránicos debatidos y a la Sunna. Aquí ofrecemos algunas de las maneras con las que, todos y cada uno de los individuos,  pueden llevar a cabo algunos cambios prácticos, de conformidad con el punto de vista coránico que de forma tan elocuente representó el Santo Profeta.



1.      El Tawhid y la Santidad del Cosmos

La palabra Tawhid se debe traducir como “unidad integradora” más que simplemente como “unidad”. “Integrar” o “hacer uno” se debe entender no solo al nivel de lo Divino, en donde no hay sino un Dios en oposición a muchos dioses. Se debe entender también a nivel de la Realidad. Hay una Realidad que abarca todo lo que es, que penetra todo lo que es. Debemos pasar de un concepto abstracto, estático, teológico, de la Unidad, a una intuición espiritual dinámica de la Unidad omni-abarcante; no se trata simplemente de afirmar un solo Dios, sino de captar y ser transformados por el principio de que solo hay un Ser, una Realidad que abarca, penetra, y trasciende todas las cosas. Esta perspectiva no es únicamente el resultado de la especulación mística; más bien es el fruto de la meditación sobre los versos coránicos clave que aluden a este misterio de la unidad de la Realidad Divina, que es “El Primero y el Último, el Manifiesto Exteriormente y el Oculto en el Interior.” (al-Awwal wa’l-Ākhir wa’l-Żāhir wa’l-Bāţin) (al-Ĥadīd, “Hierro”, 57:3).

Puede que los místicos del Islam hayan expuesto en detalle el significado espiritual y metafísico de esta Unidad, pero es en el Corán y en los dichos del Profeta donde se encuentra el fundamento de esta doctrina o visión del mundo. En este sentido, uno de los dichos más importantes en donde Dios habla en primera persona es este: “Yo era un tesoro oculto (kuntu kanzan makhfiyyan) y quise ser conocido (fa-ahbabtu an u’raf), así pues creé el mundo”. Quizás este dicho no reúna los criterios exactos de autenticidad establecidos por los eruditos de los hadices, pero hay un consenso general entre ellos en cuanto a que el significado del dicho es profundo. Llegan a esta conclusión a través del siguiente verso del Corán, y el comentario del mismo hecho por Ibn ‘Abbas, sobrino del Profeta y uno de los comentaristas del Profeta con mayor autoridad: “Y no he creado a los genios (Jinns) y los humanos excepto para que Me adoren.” (Sura al-Dhariyat, “Los vientos huracanados”, 51:56). Ibn Abbas dice que la palabra “adorar” se debe entender como “conocer”. Lo que esto implica es que la adoración de Dios está a la vez enraizada en el conocimiento de Dios, y encuentra su fruto más excelso en el conocimiento más elevado de la realidad divina, incluyendo una visión de esta realidad a través del mundo creado. Entonces, este   mundo se convierte en un velo transparente sobre la realidad divina, un velo a través del cual el “ojo del corazón” puede “ver”, no a Dios Mismo, sino Su “Rostro”. Pues, como veremos pronto, este Rostro ­­-la auto-revelación de algún aspecto de la realidad divina- ha de ser visto allá donde miremos.

El “tesoro escondido” que ama ser conocido se revela a sí mismo en, a través, y como, la totalidad del universo. Esto significa que el amor divino esta incrustado en el mismo tejido de la existencia. Según las famosas palabras de William Blake, “todo lo que vive es sagrado”. Cuanto más se llega a conocer a Dios a través de la revelación de Su tesoro escondido en el mundo, tanto más se Le ama. Si el amor de Dios no se hace más profundo en la medida de nuestro conocimiento del mudo, entonces no se trata de auténtico conocimiento del mundo, sino que es mero conocimiento conceptual de datos externos. En contraste con esto, un conocimiento auténtico del mundo conduce a una intuición espiritual de los fenómenos de la Naturaleza Virgen como “signos” de Dios, ayat, que revelan alguna cualidad absoluta, infinita, y perfecta, de la fuente de la Naturaleza y de todas sus glorias y bellezas. Incluso los primeros atisbos de la visión de esta fuente de la belleza del cosmos, no pueden sino venir acompañados del amor a esta fuente. A su vez, este amor hacia la belleza divina eleva la propia capacidad de conocimiento espiritual; es así como amor y conocimiento sirven para ensalzarse el uno al otro en una relación mutua que se refuerza recíprocamente, y cuya dinámica participa en el mismo proceso de la creación: pues la totalidad de la creación es en sí misma el derramamiento del amor de Dios hacia las bellezas de Sus tesoros escondidos, y  que nosotros hemos de conocer y amar. Esto puede verse de forma implícita en el siguiente verso maravilloso: “No existe nada de lo que Nosotros no hayamos dispuesto grandes cantidades, pero no lo hacemos descender sino en una proporción determinada.” (Sura al-Hiyr, “La senda rocosa”, 15:21).

Los versos coránicos que se refieren de manera más explícita a esta manifestación del tesoro escondido son los que hablan de Dios siendo no solo “el Primero y el Último”, sino también, como hemos dicho anteriormente, “lo Exterior y lo Interior” (57:3). El aspecto exteriormente manifiesto de Dios, la realidad divina como al-Zahir, es el que ha dado lugar a algunas de las especulaciones y reflexiones más fructíferas sobre el misterio de la presencia de Dios dentro de la Creación. Pues para la gente más inteligente, está claro que Dios ha de ser el origen de todas las cosas, y que Él debe ser también el fin de todas las cosas; la realidad divina es la que está escondida en el interior -esto también es fácilmente inteligible-. Pero ¿cómo puede Dios manifestarse a través de todas las cosas, en todas las cosas, como todas las cosas, y a la vez estar escondido para ellas, escondido por ellas, y escondido en ellas? Reflexionar sobre el significado de Dios como al-Zahir nos ayuda a ver que ni en la realidad ni en la existencia hay otra cosa que no sea Dios. La totalidad del cosmos está penetrada por la realidad divina; la Faz de Dios está allí donde mires; tal y como se afirma en este precioso verso:

“A Dios pertenecen el Oriente y el Occidente. Por tanto, a donde quiera que os giréis, encontraréis el rostro de Dios.”(Sura al-Bakara, “La Vaca”, 2:115)

Uno no puede girarse hacia ningún lugar sin ver una manifestación de la realidad divina, refiriéndose esta auto-revelación como el “Rostro” de Dios: algún aspecto de la belleza divina, del tesoro escondido, se refleja en todos los fenómenos de la Naturaleza Virgen -los infinitos y variados espejos de la creación-. Pero esta capacidad para ver el Rostro de Dios implica la habilidad adicional de ver el plano sobre el que se manifiesta el Rostro de Dios -la superficie del espejo dentro del cual se reflejan las bellezas divinas, la pantalla cósmica sobre la que se proyectan las Cualidades divinas- este plano terrestre, es en sí mismo impermanente, perecedero, y por tanto condenado a la extinción. “Todas las cosas perecen excepto Su rostro.” (kullu shay’in hālikun illā wajhahu) (al-Qasas, “La historia”, 28:88).

Así pues, el dominio natural dentro del cual Dios es reflejado a través de todo, es un dominio evanescente. Es un continente que no puede sino  desintegrarse en el momento futuro; pero el Corán lo plantea de una forma más misteriosa, porque dice que todo está pereciendo, no que vaya a perecer: todo es halik; está siendo destruido ahora.

La naturaleza del cosmos es transitoriedad; está engranado en un proceso de descomposición, aun cuando parezca subsistir con estabilidad y permanencia. Lo único que verdaderamente subsiste, ahora y eternamente, es el Rostro de Dios: “Todo el que está en ella [la tierra] perecerá y sólo permanecerá el rostro de tu Señor, Dueño y Señor de la Majestad y la Generosidad.” (al-Rahman, “El Clementísimo”, 55:26-27).

El cosmos se caracteriza por su ambigüedad: por un lado está el contenido divino, la manifestación o reflejo de las cualidades divinas en el cosmos, que son lo único real y permanente; y por el otro está el cosmos como tal, que es impermanente y está   desintegrándose en todo momento. ¿Cómo desciframos este contenido “sobrenatural” separándolo de su continente “natural”? El Corán nos ayuda a interpretar el universo refriéndose a los fenómenos de la naturaleza como ayat, como versos del “texto” cósmico. La palabra aya es polivalente, y significa un signo, un verso de las escrituras, un milagro, así como un fenómeno que existe en el mundo y en el alma. El Corán expresa claramente estas dos últimas connotaciones en el siguiente verso:

“Pronto les mostraremos Nuestras señales en el horizonte y en ellos mismos, hasta que sea evidente para ellos que Él es la Verdad. (Sura Fussilat, “Explicadas detalladamente”, 41:53)

En otras palabras, Dios mostrará a la Humanidad Sus signos en la Naturaleza Virgen, así como en la consciencia de los seres humanos, hasta que la Verdad de Dios se haga manifiesta. Así pues, los signos son a la vez interiores y exteriores. Tenemos aquí la expresión de un principio que es fundamental en la espiritualidad islámica: la idea del hombre como microcosmos, un “pequeño mundo”. El individuo es una recapitulación macrocósmica de la totalidad del universo. Lo que está dentro es idéntico –en esencia, no en forma- a lo que está fuera. La comprensión de este principio es una de las claves para resolver la crisis medioambiental, al menos en lo que concierne a la consciencia individual; pero las ramificaciones y repercusiones de esta solución aparentemente “individual” a la crisis son incalculables, tal y como veremos en breve a través de algunos versos coránicos.

La idea del universo como “libro cósmico” es a la vez una percepción concreta y una concepción espiritual. En la tradición sapiencial del Islam se habla de dos tipos de Corán: uno es al-Qur’an al-tadwini, que es el Corán escrito; el otro, al-Qur’an al-takwini, el Corán “creacional”. Este último es un “texto” que consiste en la totalidad de la creación, de modo que todos los “signos” de la naturaleza virgen cabe captarlos como revelaciones escriturarias, como versos, como signos de Dios que piden ser interpretados, contemplados, reverenciados y asimilados dentro de uno mismo. Es decir, las revelaciones formales de la belleza divina despiertan una consciencia “esencializante”: una consciencia más profunda de las esencias paradisíacas de las que deriva la belleza terrestre; un indicio de los Nombres y Cualidades Divinas que son el origen de esas esencias paradisíacas; y un presentimiento espiritual de la unidad absoluta de Dios –el “tesoro oculto”- en el que los Nombres y Cualidades están comprendidas en toda su gloria infinita. Es así como la contemplación de la Naturaleza Virgen puede definirse como el “recuerdo de Dios”, dhkr Allah (a lo cual volveremos más adelante). Los signos externos de Dios en los horizontes  reintegran los interiores dentro del alma; las revelaciones exteriores evocan inspiraciones interiores; las teofanías de belleza, santidad y majestad, infunden en el alma amor ilimitado, contemplación agradecida, y asombro reverencial ante el Rostro de Dios.

Este aspecto del mensaje coránico nos lleva a un punto muy cercano a las religiones primordiales y su concepción del cosmos como una revelación. Para los chamanes y para los representantes de las religiones primordiales de todo el mundo en general, la totalidad del cosmos es un mundo de signos: las estrellas, los árboles, los animales, y así sucesivamente, son tantos modos del Espíritu, maneras y medios a través de los cuales el espíritu Supremo que está por encima de la Creación se comunica con el espíritu íntimo dentro del alma humana. A todos ellos se les otorga un significado sacramental, al igual que en el Corán se les da un significado sagrado –véanse la cantidad de veces que Dios Mismo jura por los fenómenos de la naturaleza virgen: “Lo juro por los planetas”; “Por el Sol y su brillo”; “Por la Noche cuando se consagra”, y así tantas otras veces. El Corán es absolutamente destacable por la  variedad, la profundidad, y la sutileza con la que hace referencia a los fenómenos naturales; ninguna otra escritura revelada contiene tantas  referencias espiritualmente fecundas a las bellezas del mundo natural. Muchos de los títulos de sus capítulos indican la importancia del orden natural; títulos como: “La Abeja”, “La Estrella”, “La Luna”, “El Sol”, etc. Esta continua referencia a los fenómenos de la naturaleza virgen invita a contemplar, meditar, y reflexionar sobre estos signos como expresiones de la creatividad Divina, y por tanto a venerarlos en su propia substancia.

La afirmación hecha por muchos medioambientalistas musulmanes según la cual la crisis medioambiental no podría haberse dado en un universo moldeado por la visión coránica de la naturaleza, es incontrovertible. No podemos concebir un pequeño grupo de científicos rompiendo con una comunidad de creyentes inspirados por el Corán y con el sentido de santidad de la naturaleza virgen.  Y esta santidad no es solamente una santidad abstracta, sino que es poderosa y apremiantemente concreta. El Corán nos dice que “No hay cosa alguna que no le glorifique con su forma de glorificar.” (al-Isra, “El Viaje Nocturno”, 17:44). Ahora bien, para una persona externa resulta fácil decir que esto es una especie de ideal filosófico, un concepto abstracto: todo “glorifica” a Dios por su propia existencia, porque la cosa creada manifiesta el poder de su Creador. Manifestar al Creador es una forma de “glorificar” al Creador. Este punto de vista filosófico es inadecuado, aun cuando sea correcto en su plano; a su lógica abstracta se le ha de añadir un elemento dinámico, transformador, si es que se quiere captar correctamente la perspectiva coránica. Considérese este destacable verso que de manera retórica nos pregunta: “¿Acaso no has visto que quienes están en los cielos y en la Tierra glorifican a Dios?” (al-Nur, “La Luz”, 24:41). Y entonces, tan pronto como se podría pensar que esto puede ser una idea abstracta, el Corán nos da una descripción deslumbrante, una gráfica imagen de las aves volando: wa’l-ţayru saffatin—kullun qad ‘alima salatahu wa tasbihahu: “y las aves con sus alas, cada cual sabe cómo rezar y glorificar y Dios”. Cuando se recitan estas palabras según el tajwid, la entonación ritual correcta, uno no puede escapar al efecto onomatopéyico, pues la primera alif (la vocal “a”) en la palabra saffatin debe prolongarse hasta al menos seis compases. El resultado es que se recita la palabra de una manera que evoca, poderosa y casi irresistiblemente, la gloriosa visión de una bandada de pájaros volando perfectamente al unísono.

Aquí no cabe quedarse con una mera idea filosófica abstracta.  En un nivel se expresa la metafísica de la alabanza universal, y a ello le sigue una  ejemplificación concreta del principio, siendo aquí las aves el más maravilloso ejemplo a poner, pues simbolizan los estados espirituales más elevados. El vuelo de los pájaros indica el desafío de la gravedad, por consiguiente algo sobrenatural; su canto evoca las melodías celestiales. Los “pájaros volando” nos dan entonces una maravillosa imagen de la plegaria y glorificación de la totalidad de la naturaleza.

Todas las criaturas son dignificadas con el título de “umma”, “comunidad”. Hay un verso en el Corán que dice: “No existe animal en la Tierra ni ave que vuele con sus dos alas que no forme comunidades [ummam, plural de umma] como las vuestras.” (al-Anam, “Los Rebaños”, 6:38). Y para concretar este principio podemos dirigirnos a este verso: “Y tu Señor reveló a la abeja: «Pon tu casa en las montañas y en los árboles y en lo que construyen. Luego, come de todos los frutos y transita sumisa los caminos de tu Señor.»” (al-Nahl, “La Abeja”, 16:69). Incluso la humilde abeja recibe una forma de revelación de Dios. Aquí el termino Revelación puede entenderse como el instinto que le es dado a todas las criaturas naturales para que hagan aquello que nosotros, como seres humanos, hemos de aprender a hacer a través de la Revelación sobrenatural.  Aprendemos de estas criaturas, todas las cuales pueden ser consideradas seres inspirados: es decir, seres inspirados por su Señor. Lo que los animales hacen por naturaleza y por instinto, nosotros lo hemos de hacer a través de lo “sobrenatural”, a través de la Revelación en sentido estricto: nuestra sumisión a la Revelación es nuestra manera de ser fieles a nuestra naturaleza más profunda, nuestra manera de ser “naturalmente sobrenaturales”. El principio de la Revelación es uno, pero cada especie lo recibe y lo aplica según su capacidad.

Así pues, al ser cada especie una umma, constituye una comunidad de seres queridos por la divinidad; son receptáculos de la Revelación. “Y para cada comunidad hay un Mensajero.” (Yunus, “Jonás”, 10:47). Desde el punto de vista medioambiental esto está lleno de significado sagrado: se debe captar intuitivamente -no solo especular conceptualmente sobre ello- que todo ser viviente es un miembro de una umma, y que cada una de estas comunidades tiene su propio modo de recepción de la revelación natural, así como su propia manera de participar en la oración y la glorificación. Una de las implicaciones de esta forma de concebir el mundo natural es esta: la pérdida de cualquier tipo de especie, cualquier tipo de criaturas, no es solamente una catástrofe, sino que es una forma de sacrilegio cósmico. Cada especie, al ser una umma, no es solo una particularidad accidental de la evolución, cuya pérdida pueda justificarse de alguna manera por la causa mayor de nuestro progreso en la escala evolutiva. Al contrario, cuando el cosmos y sus criaturas se ven como manifestaciones sagradas de la creatividad divina, la pérdida de cualquier forma de vida adquiere verdaderas dimensiones trágicas y sacrílegas.

Para resumir esta primera parte del ensayo: Dios no es solo el creador del cosmos, ex nihilo, “de la nada”. Dios también rodea y penetra el cosmos tal y como era in principio, “en principio”, y no solo “en el comienzo”. Este punto de vista se sugiere con la misma palabra “medio-ambiente” (muhit): es aquello que engloba todo, y este mundo se da como uno de los nombres de Dios, al-Muhit, “El que todo lo engloba”.

Entonces, cuando hablamos de la crisis medioambiental estamos hablando de una crisis que lesiona la naturaleza sagrada del contenido de este medio-ambiente divino; el medioambiente que es en última instancia la manifestación del Nombre Divino, al-Muhit. La crisis que azota este medio-ambiente es global, y si se quiere abordar, se debe hacer igualmente de una manera global, yendo a la misma raíz del mal que la originó, y no simplemente ocupándose de las manifestaciones superficiales al nivel de las soluciones prácticas. Así pues, uno de los mensajes más importantes que podemos inferir de la perspectiva coránica sobre el medio-ambiente es el siguiente: una crisis global como la medioambiental, que lesiona los aspectos espirituales, morales y físicos de nuestro ser, debe abordarse a través de una serie de enfoques que sean igualmente integrales, lo cual es una aplicación del principio del Tawhid: todos los fenómenos están interconectados orgánicamente dentro de la unidad de la Realidad divina, una unidad que integra todos los niveles del ser, desde el más físico al más espiritual. Aquello que el biólogo Rupert Sheldrake denominó “resonancia mórfica” –la sutil interconexión energética de todos los fenómenos- no es sino uno de los vestigios de esta dinámica inherente al principio del Tawhid.