La Consumación de la Unidad
(Comentario al capítulo 106 del Evangelio de Tomás)
TERCERA PARTE
Roberto Pla Sales
*
*
... El Hombre que la conciencia conoce y que denomina el alma, no es sino una representación, una imagen, del hombre esencial, verdadero: el espíritu. El espíritu es el conocedor y el alma es lo conocido; una dualidad que sólo se resuelve en unidad cuando el conocedor descubre la imagen, el alma, como imagen y no como el sí mismo según creyó hasta entonces. A partir de eso, el enigma se levanta y el espejo cesa. Esto es lo que el logion explica como hacer del dos uno. Luego, dice que el uno que queda una vez se ha resuelto la unidad, es el Hijo del hombre. La conciencia de ser, es entonces ser el Hijo del hombre...
______
Capítulo primero
LOS MUNDOS DE LOS
MUERTOS
1. Ni en el relato elohista,
ni en el desarrollo yahvista que
sigue, menciona el
Antiguo Testamento la
creación de algún
lugar diferente de los
cielos y la tierra
que se pueda agregar a éstos.
Sin embargo, la tradición
testamentaria abunda en
referencias a la
existencia de algún lugar,
independiente de los
dos reinos creados, destinado a
ser morada de
los muertos.
El Nuevo Testamento
conoce dos nombres
para estos lugares, el Hades,
y la
géhenna. Por otra parte,
es sabido que los
LXX se sirvieron
en casi todos
los casos del vocablo
griego Hades para traducir
el seol
veterotestamentario. De igual
manera, la géhenna
es el nombre arameo del
hebreo Ge Hinon,
al que en
el Antiguo Testamento se
refieren especialmente los
profetas. Aunque la
identidad de nombres
no es demostrativa de identidad de
significados, existen sin
duda entre los lugares de
ambos testamentos importantes
coincidencias que deben
ser consideradas.
La etimología más
significativa del vocablo
Hades es el invisible, y
en la literatura griega
sirve para designar
el lugar donde
transcurre la existencia de
los muertos, los
cuales son descritos
como Sombras.
Eso mismo se
puede decir del Hades en
cuanto versión del seol hebreo,
pues es el mundo subterráneo que recibe
a los
difuntos[1]. Lo
más llamativo que
se puede decir del seol,
el mundo
de los muertos,
es que es un lugar
de vivos. Por
eso no es
posible identificar el seol con el
sepulcro terreno, visible, donde
se entierran los cuerpos
de los muertos
y que es
sólo un lugar
de muertos.
Esta distinción es
muy importante, pues
por ella es posible
esclarecer que las Sombras
que viven en
el seol son los
difuntos que abandonaron
su cuerpo a raíz de su
muerte corporal. El
cuerpo muerto es
depositado en el sepulcro
y la sombra, viva,
invisible -aunque a veces leve
y fugazmente perceptible
en circunstancias especiales-
va a vivir
en el seol
una vida individual
y diferenciada.
Acerca de este vivir diferenciado
hay documentación testamentaria. De
los hombres de
Coré se dice: Bajaron vivos
al seol con todo lo
que tenían[2]
, y de
los héroes de Egipto:
Le hablan (a
Yahvéh) en medio
del seol los más
esclarecidos héroes[3].
Además, los vivos del
seol conservan su
capacidad de conciencia,
pues pueden reconocer el
lugar donde se
encuentran: Me has echado en
lo profundo de
la fosa[4]
. También pueden lamentarse: Sólo
por él se
lamenta su alma [5], o
incluso implorar: ¿Quién
librará su alma de la garra del seol?[6].
Puesto que están
vivos los muertos
que bajan al seol, -y esto es
lo que puede
deducirse de los
textos' no hay
duda que estos
vivos, sólo son
muertos en cuanto al
cuerpo hílico que es depositado
en el sepulcro, por
lo que se puede
decir que lo que
permanece con vida es
su conciencia, cualquiera
que sea la
denominación, aunque privada de su cuerpo
material. Tal conciencia
es (según traducen los
LXX, el soplo), el
alma, que habita en
ese lugar o
estado de muertos
vivientes llamado seol.
Por esa particularidad de ser almas
sin cuerpo, invisibles para la
mirada de los
ojos terrenos, pero visibles a
veces, con visibilidad
ténue, los habitantes
del seol son designados
en ocasiones como Sombras, tal como
los habitantes del
Hades griego. Es
cierto que sombras no
quiere decir invisibles,
sino sólo que
son una réplica sutilmente
visible de la
forma corporal visible
que ha sido
abandonada.
También sabemos que
en el seol había,
al menos, dos categorías
de Sombras, los refaim, o
fantasmas, y los elohim, o
espectros de difuntos
superiores cercanos a ser
dioses. Ejemplos de refaim son
aquellos habitantes del seol
nombrados en el
Libro de Job: Las Sombras (refaim) tiemblan
bajo tierra[7]
, y
ejemplo de elohim es el
espectro de Samuel,
como veremos.
La otra particularidad que es
necesario consignar es que
el seol, tal como ocurre con el
Hades griego o con el Hades neo-testamentario, no
es un estado
o lugar de duración
eterna, sino limitada.
Algo que emparenta
con el purgatorio cristiano
posterior.
Este hecho de ser
el seol el reino donde
los difuntos habitan sólo
transitoriamente, ha sido negado
por la exégesis histórica
y no han
sido pocas las
consecuencias que esta opinión ha
ocasionado a la doctrina cristiana
manifiesta. Es cierto que
el secreto que
rodeó siempre las concepciones
vetero-testamentarias de este
orden propició que los doctores
se
pronunciaran siempre según
su propia opinión
y no de
acuerdo con un
conocimiento siempre difícil
de cimentar.
El secreto respecto
al seol es, en
efecto, muy cerrado,
y sólo en algunos textos
testamentarios cercanos, o ya
pertenecientes al judaísmo
tardío se revela
la no permanencia eterna de
las almas en
el seol. Como
ejemplo, puede contarse
el Salmo 49:
(Las almas), dice, son
pastoreadas por la
Muerte y llevadas
como ovejas a residir
en el seo!.
Pero Dios -explica
el salmista rescatará mi
alma; de las
garras del seo me
recobrará[8] .
La evocación de
las ovejas moradoras
provisoriamente en el seol, y que para los ojos de los hombres son
invisibles, o a
veces, tan ténues
como sombras, era, como
es bien sabido,
un acto calificado de
nigromancia que se hallaba
prohibido -y no sin razón-
en la
Ley[9] .
Pero la misma
Ley que prohibía
evocar a las almas del
seol, sirve para confirmar
que desde los
tiempos del Levítico hasta
Isaías, era una
creencia de fuerte
arraigo popular en Israel que los difuntos podían aparecer como Sombras, o Espectros,
es decir, vestidos con esa sutil corporeidad muy
leve y diferente
del cuerpo material que
el apóstol denominaría más
tarde cuerpo espiritual, en contraposición al
cuerpo natural.
Esta
comprobación permite desechar
por infundada la hipótesis
manifiesta, de que el
pueblo judío no
conocía la idea
de un soplo,
alma o Yo
real, independiente y con capacidad
de vida autónoma
después de su
separación del cuerpo
muerto.
La exégesis manifiesta se ha preocupado de dar una
explicación al hecho
nigromántico y reprobable
de la evocación del
difunto. En algún
caso, como el de Saúl y la
pitonisa de Endor
que evocaron el
espectro de Samuel,
la costumbre de
esta práctica es
muy patente[10]. Pero lo
que desde el
punto de vista
de la exégesis oculta
resulta importante no
es la catalogación ética
de la práctica[11], que
el narrador probablemente escenifica como ocurre
con tantos otros
pasajes de la
Escritura, sino la doctrina
que ello revela.
El narrador da
como un saber extendido,
participado por todos,
que el alma,
o difunto, vive en
el seo!, sin
su revestimiento corpóreo denso, el
cual ha sido
previamente muerto[12] .
El relato empieza por confirmar que Samuel había muerto;
todo Israel le había llorado y fue sepultado en Ramá[13]. Con esa
declaración previa queda excluida toda posibilidad de que Samuel se apareciera
en su cuerpo mortal, que yacía sepultado. Después, una vez fue evocado el
espectro de Samuel, lo que la pitonisa vio fue un elohim, que subía del
seol. El espectro o elohim puro que ahora era Samuel, debía ser similar
al Samuel vivo, pues era reconocible[14].
La escena de la evocación termina con una declaración de
carácter general: Mañana tú (Saúl) --dice el espectro- y tus hijos
estaréis conmigo (en el Seol)[15] .
En efecto, Saúl y sus hijos murieron en la batalla contra
los filisteos, por lo que fueron al seo, y lo hicieron como huéspedes
incorpóreos[16].
2. El heredero neo-testamentario del seol es el Hades[17], aunque no es
descartable que también la géhenna difundida en los tiempos de los profetas[18] , sea heredera en
buena parte del seol.
Como se sabe, en los textos del Nuevo Testamento aparece
nuevamente la palabra Hades, pero eso no autoriza a suponer que la
significación que los autores neo-testamentarios dan a ese vocablo es la misma
que tenía según los autores del Antiguo Testamento. Por otra parte cabe pensar
que la información cualificada de Jesús le permitió aportar motivos de una
variación substancial respecto al seol (Hades) tradicional.
Podemos decir en síntesis que con la palabra Hades se
designa en los textos neo-testamentarios un lugar o estado en el que las almas
a las que la muerte del cuerpo les llegó imperfectamente purificadas, quedan
sometidas a un fuego purificador de naturaleza eterna. Una vez que el proceso
de purgación ha sido consumado, las almas separadas del cuerpo mortal concluyen
su estancia pasajera en el Hades y acceden a la presencia del Juicio de
Dios.
Si esta descripción objetiva se ajusta a lo que el
Nuevo Testamento apunta en cuanto al Hades -y esto es lo que hemos de revisar
ahora en orden oculto--, resultará que el Hades neo-testamentario es en buena
medida el antecedente evangélico de ese lugar o estado que fue designado
oficialmente con el nombre de purgatorio por el papa Inocencio IV a raíz
del concilio I de Lyon (1245).
Esta identidad básica del Hades y el purgatorio hubiera sido
-y lo es aún- la prueba testimonial del periodo purificador necesario para las
almas que no alcanzaron el conocimiento de Dios durante su vida corporal, pues
el Hades está afirmado y explicado por varios textos canónicos del Nuevo
Testamento.
Pero cuando en los últimos años del siglo IV dio a conocer
San Jerónimo su revisión latina de los evangelios, trabajo llamado a formar
parte de la Biblia en latín llamada Vulgata, empleó para el Hades el
vocablo latino infernus.
Tal vez tuvo en cuenta Jerónimo para esta decisión, aquella
opinión del judaísmo tardío, según la cual las almas de los impíos son
castigadas en el Hades. Esto se confirma en el Salmo de Salomón: La herencia
de los pecadores es el Hades, la tiniebla y la perdición[19]. Lo cierto es que
al emplear el vocablo infierno, para designar el Hades, puso este lugar
en paralelo con la condenación eterna, y con ello consumió para el
infierno de condenación casi todos los textos neo-testamentarios que testifican
la necesidad y la acción del fuego purificador[20].
Las consecuencias fueron muy graves para la unidad de la
iglesia manifiesta de Cristo, pues cuando doce siglos más tarde impugnó Lutero
la existencia del purgatorio, su objeción más importante en su negación fue que
la existencia de éste no es afirmada por ningún texto canónico del Nuevo Testamento[21].
Capítulo segundo
EL HADES Y LA GEHENNA
1. La existencia del
Hades es afirmada
por Jesús, fuera de
toda duda, en
el curso de
una importante perícopa
mateana; es reafirmada
por Pedro en
su primer discurso
de catequesis recogido
en los Hechos,
en donde, de paso,
se autentifica el
Hades con una
referencia al Salmo 16;
y es confirmada
varias veces en
el Apocalipsis[22].
Los datos que
estos materiales proporcionan
son la única información
neo-testamentaria directa que
poseemos acerca del
Hades; aunque si
agregamos a ellos
las fuentes indirectas que
hablan del fuego,
del azufre, la muerte,
etc..., en conexión
con el Hades,
no será difícil construir una
imagen fundada estrictamente en la revelación
dada por los
textos.
En aquella ocasión
en que Simón
Pedro muestra reconocer en
Jesús al Cristo, el Hijo de Dios vivo, prevé el maestro
para él la
proximidad temporal de
la bienaventuranza de
la resurrección -hijo de Jonás,
le denomina en
forma alegórica-. Al rebautizar
a su discípulo con el nombre
de Pedro deja patente
con ello que la conciencia de
Simón está en
vías de identificación con
el Ser-que-es, la piedra
angular, cuya presencia
acaba de intuir.
Entonces es cuando explica Jesús que sobre esa piedra en su sentido colectivo y universal, sobre la esencia o partícula de luz de todos y cada hombre, habrá de edificar -él, Jesús, en cuanto Cristo oculto, preexistente- la comunidad de los elegidos: Y las puertas del Hades -agrega- no prevalecerán contra ella[23].
Entonces es cuando explica Jesús que sobre esa piedra en su sentido colectivo y universal, sobre la esencia o partícula de luz de todos y cada hombre, habrá de edificar -él, Jesús, en cuanto Cristo oculto, preexistente- la comunidad de los elegidos: Y las puertas del Hades -agrega- no prevalecerán contra ella[23].
Con esto, declara
Jesús lo transitorio del
paso por el Hades.
Quien sea huésped
del Hades podrá
salir por alguna de
sus puertas cuando
por identificación de
su sí mismo con
el Cristo preexistente
y universal, haya
alcanzado esa unidad
con el Hijo
del hombre que
Jesús pidió en su
magna oración al
Padre.
Pero no todos han de
hacer escala en el Hades,
pues según explica Pedro
(y hay que
suponer que en
cumplimiento de aquello
que dijo Jesús:
hay algunos que no
gustarán la muerte hasta
que vean al
Hijo del hombre venir en su Reino)[24] , ocurrió que
Jesús, como primicia
de los resucitados, fue librado
de los dolores
del Hades.
También, según el
salmo que Pedro
invoca, el rey salmista
manifestó la esperanza
de que en
virtud de su santidad
y de haber
mantenido con constancia
ante sí la presencia del Señor,
su alma no
recalaría en el
Hades[25].
Quien explica más cosas del Hades es el autor del
Apocalipsis y hemos
de estudiar varios
pasajes de su escrito.
Cuando el Hijo
del hombre se
le revela al
autor como el Primero y el último, el que vive, le
confiesa que tiene las
llaves de la
Muerte y del
Hades[26]
. Con
ello quiere decir que el que
ha alcanzado la
unidad con el Hijo
del hombre, no
se retiene en
la Muerte y el
Hades, sino que pasa
por los caminos
de estos jinetes sin
detención ninguna.
Según dice también
el autor del
Apocalipsis: Había un caballo
verdoso; el que lo montaba se llamaba Muerte y
el Hades le seguía[27]. El
color del caballo
se explica por el
verdor del cadáver y el hecho de ir detrás el Hades,
da el orden procesional
de las postrimerías:
La Muerte, y el Hades
y después, la
Gloria de la
resurrección.
Por último, da
el Apocalipsis, en
un pasaje muy extenso
y muy revelador
alguna información acerca
de la hora final
de los tiempos.
Por la dificultad de explicar lo que aborda,
se atiene a unas formas míticas
de las que no será
fácil desprenderse.
El mar devolvió los
muertos que guardaba, la
Muerte y el Hades
devolvieron los muertos que
guardaban, y cada
uno fue juzgado según
sus obras[28].
Al decir el
mar, el texto
quiere decir, sin
duda, el reino de
los cielos en
su acepción subjetiva
de ser las aguas, el elemento
asignado a las almas
por la Escritura. Los muertos que en ese mar habitan
son las almas vivas separadas del cuerpo.
Dicho de otra
manera; La Muerte y
el Hades devolvieron las almas
vivas que después
de la muerte del cuerpo
residían en el
Hades, que es
el mar psíquico.
Había llegado la
hora de la
consumación, el final del
mundo, la terminación
del tiempo. Por
eso había advertido el
autor del Apocalipsis
un poco más
arriba que el cielo y la tierra
huyeron de su presencia, esto
es, de la presencia de
Aquél[29]
. Con
eso quiere decir
que los dos reinos
que conforman el
mundo dejaron de
ser, tal como ya
lo había anunciado
Jesús en el
evangelio cuando dijo: Los cielos
y la tierra pasarán.
Pero la Muerte y el
Hades forman parte
de los cielos y la tierra, y en ellos,
en el mundo psicofísico, están.
Por eso su destino
es pasar, terminar
en simultaneidad con ellos,
con el mundo.
La Muerte pasa
porque con el pasar
del mundo la Muerte
cesa por sí sola. En el
mundo está lo viviente
que la Muerte separa
de la Vida,
y lo que
ha de quedar cuando
el mundo pase es
la Vida, lo
que no admite
la Muerte. Así pues,
la Muerte, falta
de razón de
ser, se desvanecerá como
la niebla, puesto
que nunca existió
en verdad.
En cuanto al
Hades, es un
lugar sin lugar,
invisible, el estado
o manera
de ser de las
almas. Esto quiere
decir que las almas sin cuerpo
son almas sólo y su lugar
propio es el reino
de las almas,
el cual por
ser puramente subjetivo no
está arriba ni
abajo, pues no
tiene hogar. Tal vez
lo más aproximado
a su carencia
de lugar sea decir
que está dentro,
a través, pues
su substancia consiste en ser un ramo de pensamientos y
sentimientos enmanojados.
¿Y por qué
iba a necesitar
esa substancia de
las almas un lugar diferente
de los cielos y la
tierra creados? En la
tierra viven los pensamientos y los sentimientos, la substancia, de las
almas con cuerpo,
y no se
ve porqué razón no
puede esa substancia
convivir con la
substancia de las almas
separadas del cuerpo.
Así pues, el Hades
no tiene porqué ser un lugar,
sino una denominación para
referirse al mar
psíquico de las almas
que viven sin cuerpo y que
han de residir allí hasta que consumen
la purificación que no
concluyeron en su vida corporal.
Si se dice
del Hades que
tiene puertas es
porque cuando las almas
están cargadas de
contenidos transitorios, lo
cual se reputa
como impurezas, se
dice que entran, y
luego, cuando todo
lo transitorio, mortal,
que hay en ellas,
ha sido desechado
por la purificación,
se dice que salen. Pero de
la misma manera
se podría decir que cuando lo
mortal se aloja en las
almas, no salen ellas a la
Vida, y sin embargo, si lo
mortal es en ellas
calcinado, la Vida
es reconocida y
resplandece.
El proceso de
purificación que cumple
al alma separada no
tiene porqué ser
diferente -y no lo es-
de la purificación del
alma unida al
cuerpo. Mientras el alma
no ha sido
purificada por el
espíritu padece la pena
de daño que consiste en no
ver a Dios; pero esa privación la
conocen muy bien
muchas almas y
otras pasan por ella
sin enterarse, y son almas
que viven en
cuerpo en este vivir
terreno, pues ésa y no
otra es la
pena capital del alma.
De cualquier forma, la obra del alma consiste en la negación de sí
misma, la muerte
de lo transitorio,
hasta el punto de
venir a ser
sólo la esencia,
el espíritu, que cuando
ha sido ungido por el
Espíritu al que se
une, es el Cristo oculto, eterno,
preexistente. Por eso
se dice que Cristo,
la luz inextinguible que
queda, tiene las
llaves del Hades y abre sus
puertas para siempre,
pues ése es el Juicio.
La Muerte y
el Hades fueron
arrojados al lago
de fuego -este lago de fuego
es la muerte
segunda-[30].
La Muerte y el Hades acogen en su seno a las almas
separadas, que en
conjunto son como
un mar, un
océano psíquico, y este
mar se suele
calificar de subterráneo porque sobre él descansa
la tierra y sólo puede ser visto en transparencia de materia, igual que la
substancia del alma, los pensamientos y sentimientos, sólo son conocidos a
través del cuerpo en que se manifiestan. Pues bien, este mar reposa a su vez,
sobre el lago de fuego, la raíz, el origen de todo, aquello que sólo puede ser
visto a través del alma hecha quieta y transparente por la purificación. Cuando
se comprende este misterio de la interpenetración de los Reinos es posible
recibir la intuición de la presencia de Dios.
Respecto al fuego sabemos que en el Deuteronomio fue
notificado: Tu Dios es un fuego devorador[31]. De ese mismo fuego habla Jesús cuando dijo: He
venido a arrojar un fuego sobre la tierra[32]. Incluso, aquellas lenguas como de fuego
que se repartieron y se posaron luego sobre cada uno de los doce renovados
apóstoles cuando se reunieron el día de Pentecostés[33], eran, sin duda,
vástagos del mismo fuego de Dios.
La opinión expresada a veces por la exégesis manifiesta de
que hay dos clases de fuego, uno de purificación y otro de castigo, parece
responder a una concepción muy limitada de la realidad del fuego, de este
fuego.
El fuego superior es siempre la acción hermosamente
destructora que con su destrucción incansable impulsa la Sabiduría de Dios. Al
alma, este fuego le llega siempre como conocimiento que viene para aliviarla de
su carga de ignorancia de Dios.
Dicho de otra manera: la ignorancia es la paja que el fuego
calcina, y de paso, deja el grano desnudo, puro, para la consumación. A la
inversa, el conocimiento le descubre al grano la belleza de su desnudez y el
grano, después, se desviste y arroja al fuego la paja que le estorba para la
consumación.
No son en verdad dos caminos, sino uno y el mismo, lo que
describe el fuego. El retorno y la destrucción convergen en ser fuego para
consumar la obra de Dios.
Por la misma convergencia de ser un solo camino que parecen
dos, hay que entender !a referencia apocalíptica a la muerte segunda provocada
por el fuego. El texto testimonial de esta muerte segunda, que es la puerta
para la consumación, aparece en las condiciones previas que pone Jesús: Niégate
a tí mismo, toma tu cruz y sígueme[34].
La negación de sí mismo es una manera de explicar ese
difícil camino que consiste primero en destruir lo que es paja en uno mismo y
luego en la generosidad y valor para desprenderse de ella, porque lo fácil es
creer que la paja es idéntica a sí mismo.
Esta es una experiencia común y muchos la conocen. Por cada camisa
de la que el alma se despoja hay llanto y crujir de dientes, porque la muerte
que el alma entrega al fuego, parecía ser vida que vestía al grano; parecía ser
el grano mismo y no el vestido. Ignoraba el alma, como luego descubre, que su
desnudez es el único resplandor verdadero.
Esto es lo que se explica en la parábola de la cizaña: Y
los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el crujir de dientes.
Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que
tenga oidos que oiga[35].
La muerte segunda que el Apocalipsis describe, es la
muerte del alma, el último tránsito de la negación de sí mismo, que Jesús
anuncia cuando dice en su hora de agonía: Mi alma está triste hasta el punto
de morir[36].
En verdad, cuando el lago de fuego ha hecho su obra, es llegada la hora
decisiva, difícil y generosa de entregar el alma para salvar la Vida.
Esta entrega del alma para resucitar a la Vida, puede
hacerse como lo hizo Jesús y lo hacen tal vez, los pocos, los elegidos
que llegan al Hijo del hombre antes de gustar la muerte. Pero también hay que
hacerla después de la muerte primera, la del cuerpo. En tal caso,
reservado a los muchos, la muerte segunda, la del alma, vendrá por
inmersión en el lago infinito de fuego eterno que es el Hades.
La misericordia de Dios es la obra eterna de su fuego
devorador. Por eso, cuando dice Jesús que el pecado contra el Espíritu no será
perdonado[37]
, ni en este mundo ni en el otro (en el Hades)[38] , lo que explica
es que el que no ha recibido la unción ígnea del Espíritu antes de la muerte
primera, recibirá este bautismo en Espíritu Santo y fuego[39] después, en un
inmenso baño de fuego preparado para su alma en el Hades, y por el que ha de
venir su venturosa muerte segunda.
Allí, en aquel océano infinito, recibirá el alma la luz del
conocimiento que necesita para saber ver a través del cristal diáfano y ya menguado,
de su alma negada a sí misma, el rayo de la presencia de Dios que garantiza su
bienaventuranza.
2. La géhenna de
los evangelios es una
confluencia del seol y el
Hades con la
tradición del relato
de los sacrificios humanos
de niños quemados
en honor de Moloc,
ocurridos en el
Valle de Ben Hinón. El
profeta Jeremías dedica a estos
sacrificios uno de
sus más bellos poemas elegíacos[40].
En su vertiente
histórica y por
su vigencia en el
tiempo de Jesús,
la géhenna es el Horno
(el Tófet) donde fueron quemados los cuerpos del sacrificio, y también el quemadero permanente de
las inmundicias residuales
de la ciudad de
Jerusalén. En este
sentido, la géhenna
sirve para describir, con
gran fuerza dramática,
un fuego visible, no
eterno, para unos
cuerpos hílicos, perecederos,
que en él
pueden ser inmolados
como castigo.
En su otra
vertiente, testamentaria, la
géhenna es trasunto del
Hades invisible en el
que un fuego
eterno, invisible y purificador, actúa sobre
las almas hasta
que éstas echan fuera el gusano
que nunca muere. Las
similitudes de esta
vertiente de la
géhenna con el
Hades son grandes. El lago hirviente
del Hades, aparece
como un Horno, y
el azufre regenerador
de las almas
que sirve para encender
el fuego del
lago, se convierte en
la sal que da
consistencia interior al
fuego del conocimiento que no cesa, en
la géhenna.
Como se ve,
en ninguna de
las referencias a la
géhenna aparece una
declaración que afirme
o sugiera la duración
eterna de la
géhenna, salvo que
se interprete como eternidad
del lugar lo
que allí arde,
y que es el
fuego invisible que
por ser el
Espíritu de Dios,
no fue creado, ni ha
de apagarse. En
cuanto al fuego visible,
el del Horno, no es eterno
sino fácilmente extinguible.
Con todo esto
hay motivos para
preguntarse ¿cómo ha podido ser
que durante tantos
siglos, la exégesis manifiesta cristiana,
con tantos varones
sabios y virtuosos,
no haya pensado
en discernir la diferencia
que va de la eternidad
del fuego invisible
que hace su
obra purificadora en
la géhenna invisible,
al carácter necesariamente transitorio
de un lugar
creado, en donde
se mantiene un
fuego visible natural,
que no se
refiere a las almas
sino a los
cuerpos?
Incluso, el símbolo atanasiano, que
sienta magisterio, no
consigue decir lo que
tal vez pretende
según la exégesis manifiesta,
si es que pretende
afirmar un infierno
eterno, pues dice: Y los
que obraron bien
irán a la vida eterna, y los que mal al fuego eterno[41]. Lo que eso significa realmente es
lo que sigue:
Los que (obraron) mal (irán) a la
purificación con el fuego
del Espíritu, que es eterno, hasta
ser devueltos a la resurrección y la Vida.
En este sentido,
resulta importante revisar
algunos de los textos
escritutarios que la
exégesis manifiesta consideró
decisivos para fundamentar el dogma de
la existencia y eternidad
del infierno de
condenación eterna. He
aquí algunos de
estos textos:
a) Antiguo Testamento
Según la lectura
en su sentido
oculto, este texto explica que
la humildad o
anonadación del alma
(la negación de sí
mismo según el
lenguaje de Jesús)
es lo único que
servirá para evitar
la acción dolorosa
del fuego purificador antes
de acceder a
la Vida eterna. Sabemos que
el fuego es eterno
y que el
gusano nunca muere, pero
la eternidad del
castigo no es
mencionada en la perícopa.
Por otra parte,
los gusanos de
que aquí se
habla parecen ser los
que engendra el
cuerpo putrefacto, el cadáver
que se arroja
al Tófet de
la géhenna visible.
Ni en esos gusanos, ni
en ese fuego
se ven signos
de eternidad.
2. Se espantaron
en Sión los pecadores,
sobrecogió el temblor a los
impíos; ¿quién de nosotros
podrá habitar con el fuego
consumidor?, ¿quién de nosotros podrá habitar
con las llamas
eternas?[43]
Ningún alma podrá
habitar con el
fuego eterno, porque las
llamas de este
fuego cosumen todo
lo que en el
alma es paja,
pecado, impiedad. Consumen
toda la paja, y
cuando llega a estar
el alma desnuda,
alcanza la segunda muerte.
Entonces el grano,
libre, resucita de entre
los muertos.
3. Y al salir (de la presencia de Yahvéh), verán
los cadáveres de aquellos
que se rebelaron
contra mí; su gusano
no morirá, su
fuego no se
apagará y serán
el horror del mundo[44].
Los que se prosternan para adorar al Señor son las
partículas de luz,
los granos que
obtuvieron su desnudez perfecta. A
éstos les es
dado contemplar al
salir, es decir, si
salen de sí
mismos, los cadáveres
-lo muerto, la paja ya
cernida- de las almas
que se negaban
a reconocer al Señor
como su Ser
verdadero.
Estas almas recubiertas de paja
tuvieron por su Ser
verdadero, por su
Yo real, al yo
psicológico, al Adversario.
Si de este
gusano se dice que no
morirá, es porque nunca
existió sino en
la falsa interpretación del hombre. Lo
que no existe
no puede morir,
y sólo cuando
su no existencia real
es descubierta, es echado
fuera, a la
nada de lo no
creado.
Esto es lo
que explicó Jesús
cuando refiriéndose al gusano
que no muere,
es decir, a
la serpiente antigua, cuya figura y representación
fue asignada a Judas por el
evangelio, dijo: Ahora
el Príncipe de
este mundo será echado
fuera[45]. No
dijo, ahora morirá,
sino ahora será echado
fuera. Con eso
quiso decir que
una vez reconocido
como inexistente, ese
gusano que no
muere, no tiene lugar
en el mundo.
¿Pero qué es
ser echado del
mundo? Porque fuera del mundo,
sólo se puede
decir del Reino
del Hijo, ingénito -que no
es del mundo-, o
también, del Abismo
y las tinieblas
sobre las cuales
se hicieron los
cielos y la tierra -el mundo-, y que fueron reputados
como la nada. A
esa nada o Abismo,
exterior al mundo
creado, es echado el
gusano que no
muere, el príncipe
del mundo, cuando su inexistencia es derrotada por el conocimiento del
fuego que no
se apagará.
Todo esto lo
confirma el Apocalipsis, menos mítico en
este caso que
el profeta y
los evangelios: El
Dragón, la Serpiente antigua
-que es el Diablo y Satanás (uno y
lo mismo)-, fue arrojado
al Abismo y
encadenado por mil años;
es decir, por
un número casi
infinito, incontable, de
años, hasta la
nueva generación, que
tal venga después, una vez que
estos cielos y tierra de ahora hayan pasado[46].
4. Muchos de
los que duermen
en el polvo
de la tierra se
despertarán. Unos para
la vida eterna,
otros para el oprobio,
para el horror
eterno.[47]
Si no conociéramos
la imagen mateana
de la paja y
el grano
venteados con el
bieldo, podríamos pensar
que Daniel habla esta vez de hombres enteramente buenos y
enteramente malos. Pero
Juan el Bautista
y quizás también Daniel parecen extraer su imagen del
profeta Isaías: Triturarás los montes
(los seres humanos)
y los desmenuzarás (con
el bieldo); y los cerros (los
falsos contenidos adheridos)
convertirás en tamo.
Los beldarás, y el
viento (el espíritu),
se los llevará,
y una ráfaga
los dispersará (a todos
los agregados de
paja que no
son el grano desnudo).[48]
b) Nuevo Testamento
Este es el
testimonio textual,
el más importante, pues fue
tomado como guía
por la exégesis
manifiesta para certificar la
condenación eterna. Una
vez más, como en el caso
del símbolo atanasiano,
que en cierto modo
reproduce implícitamente este
perícopa, lo que aquí
se afirma es
la eternidad del fuego
divino y no la
eternidad del castigo. También sabemos por
otros textos que
este fuego, del conocimiento, fue
preparado para que el Diablo y sus
ángeles sean echados
fuera, al Abismo; para
librar así de su
maldición de cautiverio a
los hijos de la luz.
2. No temáis
a los que
matan el cuerpo,
pero no pueden matar
el alma; temed,
más bien a
Aquel que puede llevar a la perdición
alma y cuerpo en la géhenna91[50]. Ver.
en Lc.: No temáis a los que matan el cuerpo y
después de esto ya no pueden hacer más.
Temed a Aquel que después
de matar, tiene
poder para arrojar
a la géhenna.[51]
Aquel que puede
llevar a la perdición
alma y cuerpo en la
géhenna, es el
Adversario de Dios.
El cuerpo, será quemado
en el Horno
de la géhenna
visible, y el
alma, que para perdición
suya no llegó
a negarse a
sí misma durante su
vida en el
cuerpo, será arrojada
en la géhenna,
en donde el
fuego invisible y
eterno, paralelo a la
géhenna invisible y al alma
invisible, hará su obra de consumación.
3. Si tu mano te es ocasión de pecar, córtatela (si
tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo; si tu ojo te es ocasión de pecado,
córtatelo ... ). Más vale que entres manco (cojo ... ) en la Vida,
(con un solo ojo en el Reino de Dios ... ) que con los dos pies (las dos
manos, los dos ojos ... ) ser arrojado a la géhenna, donde su gusano no
muere y el fuego no se apaga, pues todos han de ser salados con fuego[52]
El texto marcano alterna con habilidad su referencia a la
géhenna visible, de Jerusalén, donde podría ser arrojado el cuerpo de un
malvado aunque se mantuviera íntegro, y la gehenna invisible, donde el gusano
que no muere puede ser echado fuera del alma para que ésta reciba el baño de
fuego purificador, que ahora, carente de sal, necesita.
Ni el gusano que no muere, ni el fuego que no se apaga
anuncian una condenación eterna, sea en la géhenna o en el Hades, sino un
camino de regeneración para el alma separada de su cuerpo, la cual puede
encontrar su purificación definitiva por medio del fuego de Dios convertido en
fuente del conocimiento.
Hay que insistir en ello. El infierno de condenación
defendido por la exégesis manifiesta vino sólo de una lectura inmadura de los
textos evangélicos. A este error histórico, de orden más bien irracional, ayudó
bastante la mala lectura que las escuelas manifiestas judías enseñaban en sus
textos veterotestamentarios y por la cual anunciaban en ciertos casos un seol o
un Valle de Hinón de condenación eterna.
Los tormentos del fuego evangélico, enseñado por Jesús, son
los dolores de parto en que está sumida la creación entera, y no el castigo de pecadores
sin remedio. Buena prueba, la calificación del fuego de la géhenna en este
texto de Marcos, como instrumento para salar.
En los escritos testamentarios se dice que el fuego que trae
conocimiento de Dios, debe ser salado en nosotros para mayor consistencia de la
purificación propuesta, para persistencia del conocimiento allegado. Según se
dice en Mateo, los discípulos de Jesús eran ricos en sal pura y consistente,
hasta el punto de que ellos eran sal, la sal del mundo[53]. Ese
enriquecimiento en purificación de las almas es lo que busca el fuego de la géhenna.
La sal en las víctimas era Ley según el Levítico: En ninguna
de tus oblaciones permitirás que falte nunca la sal de la alianza de (la
unidad con) tu Dios[54]. Lucas, siempre
profundo, agrega: Tened sal en vosotros. Como si dijera que la
consumación directa del hombre no sólo consiste en recibir el fuego de Dios,
sino en hacerse uno con ese mismo fuego, pues ése es el propósito del fuego eterno:
Lograr una alianza (unidad) de permanencia eterna.
COLOFÓN
SUBIDA AL MONTE DE
DIOS
El Hombre que la conciencia conoce y que denomina el alma,
no es sino una representación, una imagen, del hombre esencial, verdadero: el
espíritu.
El espíritu es el conocedor y el alma es lo conocido; una
dualidad que sólo se resuelve en unidad cuando el conocedor descubre la imagen,
el alma, como imagen y no como el sí mismo según creyó hasta entonces.
A partir de eso, el enigma se levanta y el espejo
cesa. Esto es lo que el logion explica como hacer del dos uno. Luego,
dice que el uno que queda una vez se ha resuelto la unidad, es el Hijo del
hombre. La conciencia de ser, es entonces ser el Hijo del hombre.
La unidad perfecta significa que cuando hay hambre, sed,
soledad, desnudez, enfermedad, o cautiverio, siempre es, en todos los casos, el
Hijo del hombre el que tiene hambre, sed, soledad, desnudez, enfermedad, o cautiverio.
Esto hay que verlo, hay que saberlo ver, de
manera directa, con la consistencia que da al fuego del conocedor la sal
añadida. Y hay que verlo, aunque sea en la transparencia de las cosas, pues ésa
es, al principio, la presencia de Dios.
Cuando el hombre descubre esa presencia bendita, allí
donde pone su mirada, lo que ve es la simple mirada de Dios, es decir, el Hijo
del hombre. El hambre, la sed, la soledad, la desnudez, la enfermedad, o el
cautiverio que se descubre entonces, es el Hijo del hombre sobre el que se ha
puesto la mirada, y también es eso mismo el Hijo del hombre que gobierna la
mirada que mira.
Nadie hay en la unidad que sea diferente del Hijo del
hombre, pues la unidad es que la creación entera se ha redimido en la unidad,
en la consumación de ser uno con el Hijo del hombre.[55]
Sólo así se verá cumplida, cuando llegue la hora decretada
de la disolución de lo creado, la magna oración de Jesús al Padre:
Que sean (perfectamente) uno,
como nosotros somos uno:
Desvanecidos entonces los cielos, como humareda que son, y
desgastada la tierra, abrasada por la acción corrosiva del tiempo, para ya no
ser, la creación habrá pasado.
La montaña, el Lugar Santo, recóndito, donde el sí mismo del
hombre ha de subir y mirar con ojos de transparencia, para adorar en espíritu y
verdad, se desplazará entonces, empujada por el fuego de Dios y cubrirá el mar
de las almas.
A esa montaña interior donde siempre reinó y reinará la
unidad, con creación o sin ella, quería subir el salmista cuando dijo:
Ya tengo yo consagrado en Sión a mi rey,
en Sión mi monte alto.[57]
*
[1] La denominación
mundo subterráneo relaciona
el seol hebreo con
el mundo invisible
subterráneo del antiguo
Egipto.
[2] Cf. Num 16,
33
[3] Ez 32,
20-21. Ver el pasaje
entero: 32, 17 .ss
[4] Cf. Sal 88,
6.
[5] Cf. Jb 14,
22.
[6] Cf. Sal 89, 49
[7] Jb 26,
5b. También, en
Is 14, 9:
Por tí (Yahvéh) despierta el
seol a Las sombras.
[8] Cf. Sal 49,
15-15. A consignar el símil
almas=ovejas, tan usado en
los evangelios de Mateo y Juan con el mismo sentido. También: Hen (et) 22; 51, 1; 102,
5; 103, 7; 2M 6,
23. Según Josefo,
esto era lo que pensaban
fariseos y esenios.
[9] Cf. Lv 19, 21; 20,
6; Dt 18. ll.
[10] El relato completo
en lS 28,
1-19.
[11] La explicación
manifiesta oscila entre: intervención divina, intervención diabólica o
superchería de la mujer.
[12] Con su opinión de
que lo que ocurrió ciertamente fue que Dios permitió manifestarse el alma de
Samuel, la exégesis de la teología manifiesta niega la veracidad de la práctica
nigromántica, pero deja intacta la popularidad de la doctrina referente a las
almas en el seol.
[13] Cf. !S 28. 3.
[14] Cf. lS 28, 13-15.
La interrogación de Samuel a Saúl: ¿Por qué me perturbas evocándome?, es
la misma que podrían recibir aquellos nigromantes, o espiritistas que aún
quedan en el mundo. En cuanto al hecho de que la sombra o espectro de Samuel
fuera reconocido por la pitonisa como un elohim (un dios) y no como un refaim,
o sombra común, señala una diferencia importante.
[15] Cf. lS 28, 19. Es
de esperar que nadie piense que dijo que estarían con él en cuerpo muerto, sino
en Sombra psíquica.
[16] Cf. !S 31. 1 SS.
[17] Con el Hades toma
para sí el Nuevo Testamento el nombre griego que ya los LXX habían dado al seol
veterotestamentario.
[18] Géhenna es el
nombre arameo del Valle de Ben Hinón. Alude al valle de este nombre situado
cerca de Jerusalén, en el cual bajo el reinado de Ajaz y Manasés, los judíos
habían inmolado sus hijos en los braseros (Tófet) en honor del ídolo Moloc.
Josías declaró impuro este lugar y ordenó que se arrojaran allí todas las
inmundicias, incluso cadáveres, etc... Esta práctica se continuó, por lo que
ese Valle vino a ser la sentina y cloaca de Jerusalén. El fuego permanente
consumía aquellas inmundicias y los profetas, especialmente, Isaías y Jeremías
tomaron este nombre como figura del seol.
[19] Cf. Sal SI 14, 9.
[20] En rigor, con el
nombre común de infierno, mundo inferior, subterráneo, designa la
Iglesia varios lugares distintos: El infierno de los condenados, el purgatorio,
el limbo de los niños y el limbo de los patriarcas, ya cancelado.
[21] Lutero: Retractationem
purgatorii (1530).
[22] Cf. Mt 16,
18; Hch 2, 24 (Sal 16, 10); Ap 1, 18; 6,
8; 20, 13-15; 21, 28. A esto
hay que agregar el lamento por la imperfección de Cafarnaúm (Mt 11,
23).
[23] La Iglesia reivindicó
para sí la ekklésia edificada por Cristo y no se le
negará aquí nada
en cuanto Iglesia
manifiesta; pero los elegidos
en sentido oculto son la
comunidad de partículas de luz, el
espíritu de cada uno de los hombres.
[24] Cf. Mt 16, 28.
[25] Cf. Sal
!6. 8.10 (Hch
2. 25-28).
[26] Cf. Ap 1, 18.
[27] Cf. Ap 6,
8.
[28] Cf. Ap 20, 13.
[29] Cf. Ap 20,
11.
[30] Cf. Ap 20, 14.
[31] Cf. Dt 4. 24.
[32] Cf. Le 12. 49.
[33] Cf. Hch 2, 3-4.
[34] Cf. Mt 16, 24; Me
8. 34; Le 9, 23.
[35] Cf. Mt 13, 42-43.
[36] Cf. Mc 14, 34.
[37] Entiéndase por pecado,
falta, carencia.
[38] Cf. Mt 12, 32.
[39] Cf. Lc 3, 16.
[40] Cf. Jr 7, 29-8,
3; 19, 3-9.
[41] Símbolo atanasiano
(Quicumque), Denz 40.
[42] Cf. Si 7, 17.
[43] Cf. ls 33,
14.
[44] Cf. ls 66, 24.
[45] CL Jn 12,
31.
[46] Cf. Ap 20,
1-3.
[47] Cf. Dn 12,
2.
[48] Cf. Is 41,
15b-16
[49] Cf. Mt 25,
41.
[50] Cf. Mt 10, 28.
[51] Cf. Lc 12, 4-5.
[52] Versión abreviada
de la larga perícopa de Mc 9, 43-39.
[53] Cf. Mt 5, 13.
[54] Cf. Lv 2, 13.
[55] Cf. Mt 25. 31 SS.
[56] Cf. Jn 17, 22-23.
[57] Cf. Sal 2, 6.