MEISTER ECKHART
El Nacimiento del Verbo
en el Alma
en el Alma
(V)
Reza Sha Kazemi
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Quinta entrega de la traducción inédita hasta la fecha en castellano del capítulo dedicado a Meister Eckhart del libro de Reza Sha Kazemi titulado "Paths to tracendence according to Shankara, Ibn Arabi y Meister Eckhart". Publicado en la editorial World Wisdom,
Inc, 2006.
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Tercera Parte
El Retorno Existencial
La posición de Eckhart respecto al retorno a la consciencia fenoménica se
puede establecer en relación a cuatro categorías amplias e interrelacionadas:
el modus operandi del santo perfecto,
esto es, el hombre en el que se ha consumado -y sigue consumándose- el
Nacimiento; su forma de “ver a Dios en todas las cosas”; la cuestión de si el
santo es susceptible al sufrimiento ordinario del mundo; y finalmente, la
naturaleza de la “pobreza” que caracteriza al santo en su relación con Dios.
1.
Pensamiento y acción
el mundo
La primera cuestión que hay que preguntarse sobre el hombre realizado es la
siguiente: ¿cómo actúa, piensa, y se mueve “fuera de” este estado de unión
supra-fenoménica; en el mundo y con la consciencia de los fenómenos e imágenes
diversas del exterior?
La respuesta de Eckhart
incluiría el siguiente principio importante: es Dios mismo el que actúa a traes
de un hombre así, en la medida en que ha realizado su unidad con la Divinidad. Entonces,
lo que fluye de un hombre tal es el Espíritu Santo, al igual que la primera
efusión de la deidad trascendente es la bondad que es el Espíritu Santo: “El Espíritu
Santo fluye hacia el exterior desde todos aquellos que son hijos de Dios, según
sea el grado -inferior o superior- en el que hayan nacido pura y únicamente de
Dios.” (III.85)
En una de sus descripciones del Nacimiento, muestra
que, en su modo ontológico, este flujo se deriva directamente de la unión en
modo supra-ontológico. Comienza con la proposición agustiniana clave: “la
naturaleza del bien es la de difundirse”, y a continuación procede diciendo que
el Nacimiento siempre va acompañado de luz: “En este nacimiento Dios insufla en
el alma una cantidad tal de luz que, inundando la esencia y el fundamento del
alma, desborda y anega el hombre exterior y sus potencias.” (I:16)
Al haber concentrado todas las potencias exteriores
del alma sobre el centro silencioso e inoperante del alma, no puede decirse que
subsista nada como potencias, sino que más bien cada una de ellas se funde en
la concentración indiferenciada que se requiere para el Nacimiento. Pero fuera
de esta concentración, y bajo la luz que fluye del Nacimiento, las potencias
del hombre exterior son iluminadas en el campo de sus actividades respectivas:
el “sueño” de sus potencias se corresponde con el “no-conocer” del hombre
exterior en relación al estado unitivo, “sueño” que es puro “despertar” y
conocimiento sobrenatural para el hombre interior. A su vez, las potencias
están plenamente despiertas únicamente con la luz que inunda al hombre exterior
en virtud de la consumación del Nacimiento.
La cuestión que lógicamente se plantea aquí es la
siguiente: dado este modo de Gracia ¿en qué medida continua funcionando el
intelecto de manera convencional cuando interactúa en el mundo con los
fenómenos particulares? La contestación de Eckhart a esta cuestión cabe
extrapolarla de su respuesta a una pregunta retórica similar que plantea él mismo.
En primer lugar distingue entre el intelecto activo y el pasivo; el primero
abstrae de los fenómenos sus imágenes apropiadas y las implanta en el intelecto
pasivo. De este modo, en condiciones normales opera con una sola imagen a la
vez, pero si el intelecto activo del hombre fuese detenido por y para Dios,
entonces Dios adopta su papel e impregna al intelecto pasivo, no con una
imagen, sino con “muchas imágenes a la vez en un punto”, es decir, con aquellas
imágenes que son necesarias para el cumplimiento adecuado de la obra en
cuestión.
“Pues si Dios te empuja hacia una buena obra, todas
tus potencias se ofrecen a la vez para todas las cosas buenas: toda tu mente
tiende a la vez al bien en general. Cualquier bien que puedas hacer se presenta
ante ti a la vez en un destello, concentrado en un solo punto.” (I:30)
El hombre que alcanza la unión con la Divinidad
no-actuante -con el Más Allá del Ser- recapitula su experiencia interior por
medio de lo que puede denominarse una “actividad unitiva”, y ello en la medida
en que su propio intelecto activo está inactivo, de modo que el intelecto
divino opera dentro de él, no con múltiples imágenes, sino con lo que podríamos
llamar una imagen “polisintética”, una imagen que contiene todas aquellas
imágenes que requieren los poderes inferiores y los miembros corporales para el
cumplimiento de la buena obra.
Sin embargo, esto no significa que un hombre así sea
infalible; está claro que este modus operandi no es aplicable a todas y
cada una de las circunstancias de la vida, sino que más bien parece estar
referido a la obra esencial asumida por el individuo; por esto es por lo que
Eckhart acepta que es posible que incluso los mayores santos se “equivoquen” o
“yerren al hablar”: “Podría ocurrir que un hombre así se equivocara al hablar,
o que se deslizara algún error, pero si Dios comenzó la obra, Él debe soportar
el daño… En esta vida nunca podemos estar completamente libres de incidentes
así.” (III:28)
Aparte de esta posibilidad de
un error insignificante, el hombre en el que se ha consumado el Nacimiento ya
no está en adelante sujeto al craso error, y mucho menos al pecado: “Estoy
seguro de que el hombre que está establecido en el Nacimiento no puede verse de
ninguna manera separado de Dios. Yo digo que no puede caer en pecado mortal de
ningún modo.” (I:11-12).
Se debe señalar que el hombre
exterior es el que se ve impedido a pecar por la consciencia realizada del
hombre interior. En otro Sermón, Eckhart dice que después de la unión con el
Verbo, “el hombre exterior obedecerá a su hombre interior hasta la muerte, y estará
en todo momento en paz, sirviendo a Dios para siempre” (I:61). Mientras que el
hombre interior es consciente de la identidad con el Uno, el hombre exterior actúa
en el marco de la multiplicidad, pero de una manera conforme a su consciencia;
y esta conformidad u “obediencia” se traduce en serena devoción a Dios en todas
la cosas; en contraste con esa desobediencia que constituye el pecado.
Podría parecer que cuando
Eckhart habla de la posibilidad de “equivocaciones” tiene en mente este hombre
“exterior”, ya que el hombre interior es “impecable” en el estricto sentido de
ser “incapaz de pecar”. Esta interpretación cabe apoyarla en la siguiente
afirmación: “El alma tiene dos ojos, uno interior y otro exterior. El ojo
interior del alma es aquel que ve dentro del ser y obtiene su ser sin ninguna
mediación de Dios. El ojo exterior es aquel que está vuelto hacia las
criaturas, observándolas como imágenes y a través de los poderes.” (II:141)
Entonces, si existe la
posibilidad de error en el santo, esto solo puede pertenecer al hombre exterior
-o a su “ojo exterior”-, no a su hombre interior, y solo puede estar relacionado
con la existencia fenoménica, no con las realidades principiales, pudiendo
implicar solamente detalles menores, no acciones importantes. Por tanto, este
tipo de error tiene una significación tan relativa como el plano de los
fenómenos a los que se restringe. En otros términos, cuanto más cerca se está
de las realidades principiales -del Ser y del orden divino- menor es la posibilidad
de error; error que está por tanto limitado -intelectual, ontológica, y
moralmente- a los planos de existencia periféricos o epifenoménicos. De este
modo, el santo está en un estado cuasi-permanente de inspiración. La falibilidad
de su naturaleza humana específica se manifiesta en proporción a la distancia
del reino del puro Ser, y su insignificancia comparada con los niveles periféricos
de la existencia es inconmensurable.
2.
Viendo a Dios en
todas partes
El fundamento de la percepción de
Dios en el mundo es la consciencia perpetua de Dios en uno mismo. Anteriormente
se vio como Eckhart criticaba la idea de que Dios estaba más presente, o
accesible, a través de un “camino” particular u otro, afirmando que uno debe
estar igualmente cerca de Dios tanto al calor del fuego como rezando. Este
logro parece estar más cerca de la descripción del santo que de una
prescripción normativa para el hombre ordinario –sin que esta distinción implique
ninguna exclusión mutua-. El propósito es estar unido a Dios en todas las
circunstancias, un propósito que es realizado por el santo y buscado por el
hombre ordinario, el cual, antes de la realización de este grado de consciencia,
debe ser consciente de ello como propósito, aun cuando esté ocupado en aquellas
prácticas que son más conducentes a esa interiorización y que son sine qua
non de esta realización. Este interpretación deriva en parte del siguiente
extracto de “Las instrucciones” de Eckhart:
“Cuando
hablamos de ‘igualdad’, ello no significa que uno deba considerar todas las
obras iguales, ni los lugares, ni las personas. Eso sería un error, pues rezar
es mejor tarea que coser, y la iglesia es un lugar más noble que la calle. Pero
en tus actos debes tener una mente igual, una fe igual, y un amor igual hacia
tu Dios.” (III:17)
El
hombre interior es el que santifica los trabajos y circunstancias exteriores,
haciendo de este modo igualmente presente a Dios; y ello en lo que se refiere a
su propia consciencia, la cual es la contrapartida subjetiva de la realidad
objetiva de la presencia inalienable de Dios en todas las cosas: “No pienses en
situar la santidad en el hacer; debemos situar la santidad en el ser, pues no
son los trabajos los que nos santifican, sino que somos nosotros los que
debemos santificar los trabajos… En la medida en que somos y tenemos ser, en
esa medida santificamos todo lo que hacemos… Aquellos en los que el ser es
escaso, cualquiera que sea la obra que hagan equivale a nada.” (III:15)
Si bien el Ser no puede ser sino
uno, el concepto de los grados del Ser expuesto anteriormente en la
Segunda Parte, permite distinguir entre los individuos con un grado de ser
“escaso” y los que “son” puro ser. En términos de la imagen utilizada anteriormente,
estos últimos se corresponden con la gota de individualidad que está sumergida en el océano del cual no constituye
sino una parte infinitesimal, mientras que los primeros se corresponden con aquellos
que aun siendo –es decir, cuyas gotas no pueden ser sino agua-, están sin embargo como separados de su origen debido
a la opacidad de su sustancia personal. Esto contrasta con el hombre
santificado cuya sustancia es transparente, de modo que permite que brille
plenamente la gloria del Ser a través de él; y es a través de esta misma
radiación por lo que puede decirse que “santifica” todo lo que hace.
El
hombre distraído de Dios por los fenómenos no puede participar en la visión de
Dios en ellos solo por su propio descuido; es así como “en él Dios no se ha
convertido en todas las cosas” (III:17). Esto muestra que el acento no se pone
en las “cosas” mismas, sino que todo el énfasis está en el hombre, y más
particularmente en su consciencia: es en esta consciencia en donde se debe
revelar la Divinidad en todas las cosas. Entonces todas las cosas se interpretan
igual por medio de la transmutación espiritual efectuada interiormente sobre
ellas por el hombre santificado, el cual, siendo uno con la naturaleza
indiferenciada del puro Ser, es capaz de reducir los múltiples fenómenos de la existencia
exterior a su principio inherente y unitivo, que nos es sino el mismísimo Ser
puro.
Otra
forma de exponer esta idea es que, en virtud de la cualidad espiritual de este
hombre, las cosas resultan transparentes a la luz del Ser que las permea
inmanentemente, ya que su propia existencia fenoménica –su hombre “exterior”-
se ha convertido a su vez en un velo transparente sobre el Ser de Dios:
habiendo visto a través de sí mismo –la ilusión subjetiva que comporta el ego
empírico- él a su vez ve a través de su correlato objetivo, esto es, a través
de la opacidad existencial de los fenómenos exteriores.
Surge
aquí la siguiente pregunta: esta manera de ver a Dios en todas las cosas ¿requiere
la facultad activa del discernimiento, o la excluye? A la vista de lo que se ha
dicho anteriormente respecto a Dios asumiendo el papel del intelecto activo, la
respuesta a esta cuestión cabe asumir que estaría en favor de la idea de la
exclusión; y Eckhart afirma que mientras que en los estadios tempranos de la vía
espiritual se requiere un esfuerzo de discriminación, sin embargo resulta
innecesario para el hombre que está totalmente impregnado de la presencia
divina. Al principio el hombre debe esforzarse por ver todas las cosas como
divinas, es decir, “como si fuesen más grandes de lo que son en sí mismas”
(II:18). Esta percepción no implica una suspensión del discernimiento de forma que
uno pudiera llegar a ver a Dios incluso en las cosas malvadas, sino que mas
bien se requiere un modo de discernimiento ontológico superior: uno debe distinguir
entre las cualidades particulares de una cosa y su puro ser. En base a esto, si
la cosa es mala, su cualidad privativa se rechaza, mientras que si es buena su
cualidad positiva es remitida a su origen divino. De este modo se acrecienta la
consciencia de la presencia de Dios dentro del ser positivo de todas las cosas.
Cabe suponer que un discernimiento así es lo que, entre otras cosas, quiere
señalar Eckhart cuando dice respecto a la anterior exhortación a tomar las
cosas como si fuesen divinas:
“Esto
requiere empeño y amor, y una percepción clara de la vida interior, así como un
conocimiento atento, verdadero, sabio, y real de aquello en lo que se ocupe la
mente entre las cosas y las personas.” (III:18-19)
Este
proceso se compara con el arte de escribir: al principio se requiere mucha practica,
mucha atención cuidadosa a cada letra, la memorización de su imagen, etc. Este
esfuerzo da fruto a la habilidad de escribir fluidamente, sin esfuerzo, y de
forma espontánea: “Así pues, un hombre debe estar impregnado de la presencia de
Dios, transformado con la forma de su Dios amado, y hecho esencial por Él, de
modo que la presencia de Dios brille por él sin ningún esfuerzo.” (III:19)
En este estadio, el intelecto personal activo
puede decirse que ha abierto el camino al intelecto divino, de modo que el
intelecto pasivo recibe intelectual e intuitivamente las imágenes divinas
apropiadas de las cosas. Dicho de otro modo: una vez que está actualizada la
esencia increada del intelecto, el elemento divino que está en las cosas
exteriores se capta por medio del elemento divino que hay en el intelecto. Se
observa aquí un reflejo, en modo manifiesto, de la realización supra-manifiesta
de la unión: así como es el Dios infinito dentro del alma el que únicamente
puede conocer y ser uno con el Dios infinito que está por encima de aquella,
así, es solo la substancia increada plenamente despierta del intelecto la que
puede ver a través de los accidentes creados y captar la substancia increada de
la Divinidad dentro de todas las cosas.
En
cuanto al concepto de “posesión”, Eckhart afirma que “todas las cosas pertenecen”
solo al hombre que a su vez pertenece a todas las cosas; pero no como son en sí
mismas, sino mas bien como lo son en Dios, a quien pertenece este hombre
exclusivamente: “Él es por completo nuestro, y todas las cosas son nuestras en
Él… Debemos tomarle a Él de igual manera en todas las cosas, no más en unas que
en otras, pues Él es el mismo en todas las cosas.” (I111-112).
Respecto
a las “cosas” en cuanto personas, Eckhart aclara la naturaleza de esta
percepción supra-empírica de Dios dentro de ellas por medio de una comparación
con el principio teológico mencionado anteriormente, el de la Divinidad
indiferenciada que trasciende la distinción de las Personas aun cuando las
contenga:
“Quienquiera
que existiese en la desnudez de esta naturaleza, libre de toda mediación, debe
haber dejado atrás toda distinción de persona, de modo que tenga la misma buena
disposición ante un hombre que está atravesando el mar a quien nunca haya
visto, que ante un hombre que está con él y es su mejor amigo. Mientras
favorezcas tu propia persona más que a un hombre a quien nunca has visto, estarás
equivocado y nunca habrás visto este terreno ni un solo instante.” (I:116)
Esto
muestra la objetividad total que caracteriza la consciencia del hombre
realizado: considera que su personalidad como criatura -su ego empírico- no
merece más afecto o apego que la de ninguna otra persona. Respecto al “terreno
simple”, las afirmaciones diferenciadas o las especificidades personales constituidas
por las criaturas son igualmente eliminadas; y aun así, como el terreno es
absolutamente simple y único, cada una de estas personalidades no pueden sino
ser una en este terreno, pero solo en
un grado ontológico que excluye tanto su carácter de criatura como su especificidad.
En otras palabras, para el hombre que ha alcanzado el Nacimiento, en virtud de la
identificación efectiva con la humanidad como tal, y en virtud de su
trascendencia de la naturaleza creada que comporta ese ser ‘tal y tal’ ser
humano --para esa persona-- todos los seres particulares se pueden captar en su
esencia más profunda: son vistos como otras tantas recapitulaciones de la
naturaleza humana integral, o como otros tantos modos del Uno, sin detenerse en
sus particularidades limitativas. Solo a
quien ha realizado su propia naturaleza más interior le resulta posible ver a
los demás con la profundidad correspondiente; captar por medio de ello la
Divinidad que constituye su esencia, y también conocer que esta Divinidad no
puede ser sino una y la misma dentro de ellos y de uno mismo, de modo que no
cabe hacer distinciones rígidas entre uno mismo y los demás.
Eckhart
muestra esta consciencia permanente de la Divinidad en todas las cosas en términos
de la visión del Sol. Al explicar que uno de los criterios clave para determinar
la autenticidad del Nacimiento es que todas las cosas deben recordarnos a Dios,
dice lo siguiente: “Para todas las cosas se convierte simplemente en Dios, pues
en todas las cosas solo ve a Dios, al igual que el hombre que mira al sol
durante mucho tiempo, después solo ve el sol allá a donde mire.” (I:44)
De
acuerdo con la triple naturaleza del Verbo, como Poder-Sabiduría-Dulzura, el
concomitante invariable de esta consciencia de la Divinidad es la experiencia
de beatitud. Una de las pruebas de haber realizado efectivamente la unión es
que a partir de entonces la presencia de Dios es inalienable, incluso en el
mundo, y la consciencia de esta presencia es la bendición:
“Dios
esta más cerca de mí que yo mismo… Él esta también en una piedra y en un tronco
de madera, solo que ellos no lo saben… El hombre es más bienaventurado que una
piedra o un trozo de madera porque es consciente de Dios, y sabe cuan cerca
esta Dios de él. Y yo soy mas bienaventurado cuanto más me doy cuenta de esto…
Yo no soy bendito porque Dios esté en mi…. sino porque soy consciente de cuan cerca
esta Él de mí, y porque yo conozco a Dios.” (II:165-166)
En
otras palabras, no es la presencia objetiva e inalienable de Dios la que
produce la bienaventuranza, sino el grado en el que la consciencia está
sintonizada con esta presencia, o proporcionada a este Ser.
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