martes, 11 de octubre de 2016

DUO SUNT IN HOMINE



Duo sunt in homine

 (COMENTARIO AL LOGION 48 DEL EVANGELIO DE TOMAS)

Roberto Pla



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picasso dualidad


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Extracto del libro "El hombre, templo de Dios vivo. Exégesis oculta de la religión de Cristo". Roberto Pla. Editorial Sirio, Málaga, 1990.


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JESÚS HA DICHO: SI DOS HACEN LAS PACES ENTRE ELLOS EN ESTA MISMA CASA, DIRÁN A LA MONTAÑA: DESPLÁZATE Y ELLA SE DESPLAZARÁ [1]



COMENTARIO:

Los dos moradores de una misma casa cuyas buenas relaciones producen un efecto tan excepcional, son el hombre psíquico y el pneumático, los cuales residen conjuntamente en cada hombre. Se refiere con ello el logion al corazón mismo de la antropología religiosa explicada por el mensaje cristiano, que consiste en la necesidad de que la conciencia del hombre, fundada sólo en los muchos movimientos de la psiquis, cese en su hábito de vivir de espaldas a su propia esencia, y se decida a descubrir en sí misma y por misma la conciencia superior, eterna, perfecta, del hombre en Cristo.

En verdad, de esto tratan en todos los casos, de una manera u otra, los dichos de Jesús seleccionados en este evangelio de Tomás que nosotros comentamos. De igual manera, éste es casi por entero el fondo común en el que se mueven, especialmente si se miran según su vertiente oculta, la mayor parte de las perícopas, parábolas y hechos narrados en los evangelios canónicos. De cualquier forma que se miren, lo que indican en varias direcciones los escritores neotestamentarios es que el hombre psíquico que la mente cree conocer y que denominamos el alma, no es el hombre esencial sino la representación o imagen de sí mismo que tal hombre esencial reproduce en su conciencia. Según esto, el alma es un conjunto, suma, o sucesión de datos de naturaleza psíquica, o si se quiere, psicosomática, que son contemplados secretamente por el nosotros-mismos.

Por supuesto que el nosotros-mismos, que en el léxico testamentario hay que descubrirlo bajo la denominación de Hijo del hombre[2], no puede ser contemplado por nadie, pues él es siempre el que contempla, y en todo acto de busca introspectivo, ¿quién podría contemplar al contemplador? De ahí que la conciencia, construida siempre con los contenidos psíquicos, ignora al Hijo del hombre, su Ser verdadero, y en consecuencia vive de espaldas a su soplo vivificador e inmortal, a su hálito de sabiduría. De tal modo, el hombre, sumido en el horizonte limitado de sus propios datos de conciencia, se cree ser únicamente un alma, un desierto, una isla para el dolor y la muerte. Pero eso no impide que ténuemente difundida en esa conciencia permanezca, cual un perfume que nunca se extingue, la intuición del Ser verdadero, del Yo Soy. De manera incesante, intenta Jesús avivar en todo el que se acerca a oirle, la presencia de ese hombre esencial al que indebidamente se mantiene marginado.

Es verdad que merced a la persistencia inagotable de ese perfume del Ser, no olvida nunca del todo la conciencia que hay en ella, en su trasfondo, un contemplador que no es ella misma, sino su Ser real; por eso son comunes y nunca sorprenden las expresiones en las cuales se denota de manera implícita la dualidad formada por el alma, transida de estados diversos, y el Hijo del hombre que contempla dichos estados: Y diré a mi alma: alma, tienes muchos bienes[3] ; amarás al Señor, tu Dios ... con toda tu alma[4]; Engrandece mi alma al Señor[5]; o como se dice explícitamente en aquel agraphon que transmite Clemente Alejandrino: Sálvate tú y tu alma[6] ; o en aquella exclamación bellísima y llena de conocimiento, de Jesús: Mi alma está triste hasta el punto de morir[7].

Hay que entender que no es el alma, en cuanto yo o ente personal, quien dice: Diré a mi alma; Engrandece mi alma; Mi alma está triste; o a quien se encomienda y advierte: Con toda tu alma; salva a tu alma. Es cierto que el alma, la conciencia, posee, como sabemos, una virtud reflexiva que la dota de la capacidad protéica de transformarse sucesiva y voluntariamente en actor o espectador de sí misma y pasar de un ángulo al otro con vertiginosa rapidez. El alma es unas veces el actor único y exclusivo del que dispone cada hombre y otras veces es un crítico interesado de sus propios actos; pero eso no invalida el hecho evidente de que en la conciencia domina la convicción firme - podríamos decir que con arraigo instintivo-- reflejada incluso en el lenguaje, de que el alma es un actor que responde con mayor o menor docilidad y disciplina a una ordenación superior de otro habitante de la misma casa, llámesele el yo, la voluntad, o el sí-mismo.

Lo que ocurre es que el Hijo del hombre, que así denomina Jesús a ese coinquilino superior de quien hablamos, no entra nunca en la condición de actor en los campos de batalla de la psiquis. Su obra de bienaventuranza y el envío de su soplo de sabiduría, no son en puridad el resultado de su acción, sino un hecho que se produce siempre cuando aparece en el alma el reconocimiento de su presencia testificante. Denuncia el logion que el alma -la conciencia psíquica- vive de espaldas a la presencia constante en su propia casa de este espectador de excepción. El vivir diario del alma se reduce a ignorar la presencia del testigo eterno, y su consecuencia es la escisión del hombre unitario en una dualidad psíquico-espiritual, de la que se engendran el temor, la ignorancia, la soledad. El resultado negativo de esta dicotomía es advertido sin tregua por Jesús: Si una casa está dividida contra sí misma no podrá mantenerse[8]; Los enemigos del hombre serán los de su casa[9].

El propósito general de la Buena Nueva consiste en proclamar los medios para que estos dos moradores o principios separados, los pneumáticos cautivos y los psíquicos oprimidos --estos últimos por causa de su propia ceguera- alcancen la unión que significará para ambos la redención. Esta exposición la hace Jesús por vez primera apoyado en un texto de Isaías que lee en la sinagoga de Nazará y en el que revela su doble acción programática: a) proclamar la redención de los cautivos, (éstos son los pneumáticos, los pobres a los que anuncia tal Buena Nueva), y b) enviar con libertad a los oprimidos, (los psíquicos, una vez devuelta a éstos la vista, pues son los ciegos)[10].

Mucho más adelante, en la magna oración reproducida en el evangelio joánico y pronunciada, según se dice, por Jesús al punto de empezar su Pasión, vuelve a insistir, en el ruego que en su oración hace al Padre, en la doble dirección de su acción redentora. Dice: No ruego sólo por éstos (por los pneumáticos consagrados[11] en la verdad de la Palabra), sino también por aquellos (los psíquicos) que, por medio de su Palabra (la que en ellos reside), creerán en mí. Que todos sean uno[12].

De lo que se trata en definitiva es de conseguir la unidad, la unificación, de los dos moradores separados de la misma casa y tal obra es la que el evangelio de Jesús acomete desde el principio con la proclamación del Bautismo. Cuando el largo y complejo proceso del bautismo culmina, al final, con sus dos bautismos terminados, el de agua y el de Espíritu, se produce la asunción en el Hijo del hombre de todos aquellos contenidos de la psiquis que por sus valores de justicia han sobrevivido a la difícil operación de ser purgados como la plata en el fuego del Espíritu[13].

El bautismo enseñado en su primera fase por Juan y en la totalidad por Jesús es la ciencia de la religión revelada para uso de la comunidad cristiana, una ciencia completa de la accesis religiosa, cuyo desarrollo metodológico apenas ha sido estudiado y practicado por el orbe cristiano, pues es necesario admitir que además de la expresión manifiesta del baño tradicional practicado con fines a la recepción de la gracia, es precisa una inmersión prolongada en los contenidos del alma con fines purgativos. Esa inmersión es la que requiere un método, y su cumplimiento conviene a la norma de una ciencia, porque la gracia no llega por ciencia sino por voluntad del Espíritu. El fundamento de la inmersión no es otro que la conversión -la metanoia- que consiste en que el alma, cuya tendencia primaria, no disciplinada aún, es mirar siempre hacia el exterior, da al fin, en volverse sobre sí misma para, en principio, reconocer y contemplar sus propios contenidos, y por sí sola, si se ejerce la conversión sin ninguna acción restrictiva, de condena o laudatoria, trae un lavado preliminar, insustituible para emprender una accesis religiosa.

Se puede afirmar que la contemplación de los contenidos psíquicos conduce a un mejor conocimiento de los motivos del alma, en una acción de efectos paralelos, aunque en este caso su realización debe ser puramente interior, a lo que el apóstol Santiago denominó confesión de los pecados[14]

En la literatura de los místicos, los cuales descubren muchas cosas por la potencia gnoscitiva del solo amor, a despecho de su ignorancia de la ciencia religiosa, aunque no sin extremo sacrificio y demora a causa de tal ignorancia, todo este proceso que sobreviene a causa de la conversión, ha sido descrito como la Noche activa del alma. La purificación exige, en efecto, el cumplimiento de una cuarentena de accesis sostenida, aunque tal medida no significa una cifra temporal definida, sino un periodo necesario para que la purificación o lavado del alma se complete hasta cierto punto. En los textos evangélicos, el transcurso de este periodo está simbolizado en los cuarenta días del desierto. Durante todo ese proceso de sequedades y aridez no dejan de despertarse esas tentaciones de las que tanto el evangelio como los relatos hagiográficos dan cuenta. Pero esas tentaciones no deben sorprender a nadie. El alma es, entre otras cosas, como bien sabemos ahora, un depósito mnémico de las experiencias vividas y cuando se le presta la atención necesaria su primera reacción es extraer de sí misma sus frustraciones y los remanentes del deseo, que son, en definitiva, gran parte de lo que ella es.

En la revelación y reconocimiento consiguiente de las tentaciones, consiste, cuando se opera con ellas conforme a ciencia, el lavado purificador del alma. Sólo después de esto pueden las aguas limpias de la mente ser surcadas sin entorpecimiento por las irradiaciones descendentes enviadas por el soplo del Espíritu. La propiedad purificadora de la acción introspectiva del bautismo de agua (= inmersión en los contenidos del alma), es evidente. Juan lo anuncia así: Preparad el camino del Señor y rectificad sus sendas[15], y con mayor claridad queda expresado en el texto directo de Isaías: Trazad en el desierto (en el alma) una calzada recta a nuestro Dios[16].

La eficacia de la contemplación de los contenidos psíquicos requiere una alta dosis de humildad, es decir, de renuncia, de no ser nada, de no identificación ni aún con las tentaciones, o apariciones psíquicas. Esta humildad absoluta exige ser practicada con energía hasta conseguir que las apariciones no sean nunca para la conciencia una parte de sí misma sino que posean una condición objetiva. En eso consiste la humildad, en no ser nada, que por eso está dicho: El celo por tu casa me devorará[17]. Toda aparición objetiva, esto es, sobre la que no se actúa sino sólo se ejerce la acción objetiva de ver, queda en seguida en su condición muerta de no ser trigo para el granero, sino paja que el bieldo perfecto de la objetivación separa primero y aventa después para que sea quemada y no vuelva. Toda paja quemada consiste - según es posible comprobar- en que es un agregado estéril superpuesto al alma y al que se ha renunciado después. El camino verdadero, la senda del bautismo, está hecha de renunciación, es decir, según pide Jesús: de negación de sí mismo[18].

El camino es estrecho y difícil y en él es necesario perseverar, por lo cual sólo será posible para los que aman con intensidad la libertad, la verdad, o el camino mismo. La contemplación continuada de cualquier contenido mental hará recta la vía y dejará desembarazada la calzada interior. Hasta que un día, notaréis que, sin dejarse sentir, habéis empezado a percibir, o que os ha llegado a vosotros, la intuición del Ser, que no puede ser descrita. La llegada de la intuición del Ser no es posible preverla, pero sólo ocurre cuando el corazón está suficientemente limpio, tal como se dice en la bienaventuranza mateana[19]. Entonces se comprende que tenía razón el evangelio cuando dijo: Convertíos y creed, porque el Reino está cerca[20], pues en efecto, para los que ya reciben ese olor del Ser, es fácil creer y los que creen aprenden que el Reino está cerca, en uno mismo, aunque para los que no saben y por tanto no creen, parece estar infinitamente lejos. Por entonces se suele cumplir aquello que dice Lucas: Tiempo vendrá en que desearéis ver uno solo de los días del Hijo del hombre, y no lo veréis[21], pero no hay que ir ni correr detrás, porque no puede ser visto. Sólo se sabe que está ahí, muy cerca, aquello que uno no ve, ni es posible verlo, puesto que él es lo-que-uno-es, lo-que-es, inseparable de la conciencia que interroga, esencia del que pregunta. Este es el Ser real eterno, que es nombrado como un fondo absoluto e inseparable de uno mismo cuando el alma dice, Yo Soy.

En verdad todo ha consistido en volverse al interior de uno mismo y en la llegada de la intuición del Ser, tan viva y fugaz como el relámpago fulgurante que brilla de un extremo a otro del cielo[22], pero desde entonces ha quedado instalada -aunque siempre estuvo allí- la presencia del morador de la casa, que según se descubre luego, no resulta ser el otro morador, el de arriba, sino el único y verdadero morador: la montaña que estuvo lejos y ahora cerca, muy cerca. Mateo también dice esto mismo, pero hay que saberle leer: Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre[23]. La señal, es la intuición de su presencia, que abre las puertas a la fe, y el cielo, es el fondo bien limpio de las aguas del alma. Y agrega: Cuando veáis todo esto, caed en cuenta de que El está cerca, a las puertas[24].



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[1] El logion 106 explica un pensamiento semejante al de este logion, pero con vistas a la unificación absoluta de las dos esferas de conciencia que de manera natural existen en todo hombre.
[2] En el A. T. y en libros apócrifos como el Henoc etiópico, se usa la locución hijo de Hombre con un sentido paralelo al Hijo del hombre evangélico. Esta identidad no suele ser reconocida desde la vertiente manifiesta de Cristo, pero resulta evidente si se estudia desde el punto de vista del Cristo oculto, Señor de David y gloria visible de los profetas, desde antes de Abraham, pues el Hijo del hombre es el hombre superior inmortal, el Espíritu, la esencia. Su empleo es una circunlocución para referirse al sí-mismo, al-que-es.
[3] Lc 12, 19.
[4] Lc 1, 46.
[5] Mt 22, 37.
[6] Clemente Alex. Excerpta ex Theod. 2:Pg., 2638. Agrapha 21 (A. de Santos Otero. Los Ev. apocrif. BAC 1956. Madrid. p. 123).
[7] Mc 14, 34.
[8] Mc 3, 25. También Cf. Mt 12, 25.
[9] Cf. Mt 10, 36. Tomo la trad. text. de Nacar-Colunga.
[10] Cf. Lc 4, 18 (ls 61, 1).
[11] Consagrados significa separados para Dios, santificados.
[12] Jn 17, 20-21: Por medio de su Palabra, quiere decir, por medio del Espíritu de Verdad que hay en ellos, en su principio pneumático. Ser uno, tiene aquí el sentido de hacerse uno, ser unificados.
[13] Cf. Zac 13, 9.
[14] Cf. St. 5, 16.
[15] Cf. Mt 3, 30.
[16] Cf. ls 40, 3.
[17] Cf. Jn 2, 17 (Sal 69, 10).
[18] Cf. Mt 16, 24-25.
[19] Cf. Mt 5, 8.
[20] Cf. Me 1, 15.
[21] Lc 17, 22.
[22]  Lc 17,24
[23] Mt 24,30
[24] Mt 24, 33