Viendo a Dios en todas partes (3)
Perspectivas coránicas acerca de la Santidad de la Naturaleza Virgen
3ª parte
Ética Práctica: El Paradigma Profético
Ética Práctica: El Paradigma Profético
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Reza Shah Kazemi
Traducción al español:
Roberto Mallón Fedriani
(2020)
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4. Ética Práctica: El Paradigma Profético
Los medioambientalistas nos dan sólidas recomendaciones ecológicas que, en conjunto, están en armonía con el énfasis coránico sobre la conservación, sobre la santidad de la naturaleza, sobre la necesidad de la frugalidad, sobre la evitación de la extravagancia, del desperdicio, y demás cuestiones. En muchos versos del Corán se nos dice que evitemos el malgasto extravagante (israf); y también se nos dice que hagamos acopio de aquello que es legítimo y saludable: “¡Oh gentes! ¡Comed de lo lícito y bueno que hay en la Tierra y no sigáis los pasos de Satán! En verdad, él es para vosotros un enemigo declarado.” (Sura al-Baqara, “La Vaca”, 2:168).
Podría decirse que, en el vocabulario actual, el término tayyib, bueno, saludable, cabe traducirlo como “orgánico”, aquello que es natural, no contaminado por aquellos que “siguen los pasos de Satán”. Hemos visto antes que uno de los propósitos de Satán es hacer que la humanidad “altere la creación de Dios”, así pues, en este verso podemos entender que seguir los pasos de Satán significa seguir un camino que es fundamentalmente antinatural respecto a nuestro alimento. En relación con esto, solo hay que pensar en aberraciones tales como la crianza de aves en factorías industriales, o la cría y alimentación industrial de ganado, por no mencionar la ingeniería genética. Como hemos visto antes (4:119), Satán predice que será él quien domine a la humanidad, infunda falsos deseos en ella, y haga que “corten las orejas del ganado” –un signo de la aberración de la relación del hombre con el mundo animal.
Si quisiéramos llevar adelante un programa sobre ética medioambiental, solo tendríamos que estudiar detenidamente la Sunna del Profeta; solo hay que seguir los “pasos” del Profeta para iniciar una reorientación radical de nuestra relación con el mundo natural. Si vamos desde la teoría coránica a la práctica profética veremos la ejemplificación más impresionante de los ideales espirituales más elevados que se dan en el Corán. Se podrían encontrar docenas de dichos y de acciones que materializan y expresan este paradigma profético orientado hacia la ética práctica ante el mundo natural. Se puede ver que cada uno de ellos cultiva una orientación de respeto, de cuidado, de consideración, de una forma de hilm, es decir, una sabia y respetuosa cautela en relación a todas las criaturas, animadas e inanimadas; y también, algo fundamental, se encuentra allí zuhd –la cualidad que otorga la capacidad de abstenerse de todo deseo excesivo, y de considerar la vida de este mundo (al-hayat al-dunya) de escasa importancia en relación al Más Allá. Como se dijo anteriormente: uno contempla y respeta el rostro de Dios dentro de cada cosa, mientras que se desapega a sí mismo del rostro evanescente de la cosa misma. Así pues, una visión de lo divino en todas las cosas se traduce en reverencia contemplativa y en desapego espiritual: desde este punto de vista, el mundo se convierte en una fuente de dhikr –de recuerdo de Dios por medio de la contemplación de Su ayat; y genera una actitud de zuhd, o desapego de lo impermanente en pro de lo Eterno.
Algunos ejemplos de la Sunna
En primer lugar, señalemos los fuertes avisos en contra del desperdicio (israf). Por ejemplo, en relación al agua, un recurso que se está reduciendo en distintas partes del mundo a una velocidad alarmante. Viendo como uno de sus compañeros estaba usando demasiada agua al hacer sus abluciones, el Santo Profeta dijo: “¿A qué viene tanto exceso?”, a lo cual el compañero contestó: “¿Acaso puede haber excesos al hacer las abluciones?”, y el Profeta dijo: “Sí, incluso si estas usando agua de la corriente de un rio”. (Ibn Hanbal, Musnad, no.7186; Ibn Majah, Sunan, no.460). Este simple precepto expresa un principio que tiene una importancia capital: incluso si hay abundancia de agua y el rio se está regenerando constantemente, lo que importa por encima de todo es la actitud que se debe tener: una actitud de frugalidad, de conservación, basada en el respeto permanente y de corazón ante este recurso dado por Dios. Esta actitud se ha de extender a toda la creación, pues cabe entender que el agua representa todos los recursos de la Naturaleza Virgen, los cuales han de ser considerados como gracias de Dios, signos de Su generosidad, y ser reverenciados conforme a ello. (Ver el bello pasaje en la Sura al-Waqi’a 56:57-74, en donde se nos muestra que la Gracia sobrenatural es la realidad subyacente a toda causalidad aparentemente natural).(1)
Respeto a los animales
La lectura de muchas de las crónicas sobre el respeto que tuvo el Santo Profeta a los animales nos hace sentirnos completamente avergonzados de la manera en la que se les trata en nuestros días. Veamos algunos ejemplos:
· Una prostituta pasaba junto a un pozo junto al cual había un perro a punto de morir de sed. Ella extrajo agua del pozo y sació la sed del perro. Según el Profeta, sus pecados le fueron perdonados. (Citado en Bukhari, Sahih, nº3505; Muslim, Sahih, nº.5998)
· En contraste con lo anterior: Una mujer fue condenada por dejar morir a un gato de hambre, según el profeta. (Bukhari, Sahih, nº.2405; Muslim, Sahih, nº.5989)
· Un gorrión matado en vano vendrá ante el Trono de Dios el Día del Juicio, gritando “¡Oh Señor! Este hombre me mató inútilmente (‘abathan), sin buscar ningún beneficio (es decir, solo por diversión).” (Nasa’i, Sunan, nº.4463; Ibn Hanbal, Musnad, nº.19779).
· Un nombre le preguntó al Profeta: “¿Hay alguna recompensa por la caridad que tenemos con los animales?” El Profeta respondió, “Hay una recompensa por cada ser que tenga un hígado húmedo”. (Bukhari, Sahih, nº.2403; Muslim, Sahih, nº.5996).
· “Cuando sacrifiques (tus animales para alimentarte), debes sacrificarlos bien. Afila tu cuchillo y alivia así a tu animal sacrificado” (Muslim Sahih, no.5167; Nasa’i, Sunan, no.4422; Ibn Hanbal, Musnad, no.17388, etc.).
· “Quienquiera que mutile una criatura viviente y no se arrepienta de ello, será mutilado por Dios el Día del Juicio”.(Ibn Hanbal, Musnad, no.5765).
· Según se acercaba a la Meca el ejército islámico a fin de conquistar pacíficamente la ciudad, pasaron junto a una perra con cachorros. Entonces el Profeta dio órdenes de que no la molestasen, llegando incluso a poner allí a un hombre para asegurar que ningún perro le hacía daño. (Ver al-Waqidi, Kitab al-maghazi, Cairo, 1984, p.804).
· Los árabes preislámicos estaban acostumbrados a torturar sus animales; esas prácticas, junto con la de organizar peleas entre animales, fueron abolidas, así como la costumbre de sobrecargar a los animales de carga. En relación con esto, se dice que el Profeta dijo: “Si ves a tres montados en un animal, apedreadlos hasta que uno de ellos se baje”. (Citado por al-Asqalani in Fath al-Bari, kitab al-libas, parte 99).
Señalemos que el Profeta y sus compañeros eran casi vegetarianos, pues comían carne muy probablemente no más de algunas ocasiones al mes. A este respecto tiene mucho valor práctico en nuestros tiempos el siguiente dicho de Imán Ali: “No hagáis de vuestros estómagos cementerios de animales” (maqabir al-hayawan). (Sharh Nahj al-balagha, Ibn Abī’l-Hadīd, Beirut, 2009, vol.1, p.23; ....).
El respeto hacia los animales se extiende al mundo inanimado -hay fuertes prohibiciones respecto a la tala innecesaria de árboles-. Por ejemplo, el Santo Profeta dijo: “A quienquiera que tale un almez, Allah lo arrojará bocabajo al Fuego” (Abu Dawud, Sunan, no.5241).
Ayuno
Un elemento muy práctico e inspirador de la Sunna que puede ser adoptado por todos los que quieran hacer algo concreto es este: ayunar uno o dos días a la semana, los lunes y/o los jueves. Esta era la costumbre profética, y está llena de significado tanto ecológico como espiritual.
Al adoptar esta práctica se entra en un nuevo molde de pensamiento y se es liberado de la prisión del consumo, permitiéndonos disfrutar de numerosos beneficios espirituales, tales como la prolongación a lo largo del año del espíritu del Ramadán -ese espíritu de elevada sensibilidad hacia el poder de la oración que experimentan los musulmanes durante el Ramadán-, y el “sabor” de la felicidad que viene a través del auto-control, una anticipación del sabor de la beatitud del autodominio y la trascendencia de uno mismo. Esta práctica ayudará en gran medida al individuo a adoptar esa austeridad moderada, ese agradable ascetismo (zudh) que debe ser el marco de todo musulmán y en general de todos aquellos que se dan cuenta de que el único camino de salida de la crisis medioambiental es reducir radicalmente nuestro consumo; y, aún más importante, eliminar la mentalidad de deseo insaciable generada por el consumo de masas, la publicidad, y demás.
Recordemos el principio básico que se adujo anteriormente: el microcosmos es inseparable del macrocosmos. Lo que hacemos en nuestras almas afecta a nuestro medioambiente. Uno de los versos más importantes que afirman esta necesidad de cambio individual como prerrequisito para un cambio global es el siguiente (que ya mencionamos brevemente más arriba): “En verdad, Dios no cambia la situación de un pueblo mientras ellos no cambien lo que hay en sus almas” (al-Rad, “El Trueno”, 13:11).
El principio expresado aquí se ve reforzado por estos versos:
“… y a quien sea temeroso de Dios Él le dará una salida y hará que le llegue la provisión por donde menos lo espera. Y quien confíe en Dios tendrá suficiente con Él.” (Al-Talak, “El Dividrcio”, 92:5-7)
“Así pues, a quien dé y sea temeroso de Dios, y crea en la buena promesa, le facilitaremos las cosas.” (Al-Layil, “La Noche”, 92:5-7)
Esto significa que la solución macrocósmica no cabe separarla del cambio que se requiere a nivel individual. No nos corresponde a nosotros hacer especulaciones acerca de si nuestras acciones a nivel individual serán capaces de generar una masa crítica suficiente que sirva, por decirlo así, de imán que atraiga la misericordia de Dios. Todo lo que podemos hacer es entregarnos a estos sencillos actos externos de austeridad, conservación, ascetismo leve; haciendo lo que podamos por el medioambiente, a la vez que dándonos cuenta de que la rectificación de nuestras propias faltas interiores contribuye de una manera invisible a la resolución de la crisis medioambiental. Cuanto mayor es nuestra fe en la relación entre el mundo interior y el exterior –es decir, cuanto mayor es nuestra fe en la realidad omniabarcante del Tawhid- tanto más alegre, gozosa y agradecidamente haremos aquello que podamos dentro del marco de posibilidades que Dios nos ha dado a través de nuestro destino.
Esto no implica de ningún modo una especie de debilitamiento de nuestro sentido de la naturaleza transitoria del mundo. De hecho, uno de los requisitos clave de nuestra situación actual es el de comprender que el mundo está pereciendo, pero también reconocer que nuestro desapego del mundo como entidad perecedera, paradójicamente nos permitirá mostrar una mayor reverencia hacia aquél, a respetar su contenido sagrado, incluso de una manera más profunda, y a enderezar aquello que podamos dentro de nuestro mundo.
Cuanto más desapegados estamos del mundo al nivel de su propia manifestación, tanto más nos apegamos a su contenido sagrado, el cual trasciende el nivel de su manifestación. Es entonces cuando las manifestaciones se respetan como “signos” de lo que ocurre detrás de ellas. Se muestra más respeto -no menos- a los fenómenos de la Naturaleza Virgen, cuando a través de ellos se ven sus arquetipos, las Cualidades Divinas del “tesoro escondido” que “quieren ser conocidas”.
Acción Espiritual
El Profeta hizo dos afirmaciones importantes respecto al fin del mundo, afirmaciones que están conectadas entre sí sutilmente, y que apuntan a la dimensión espiritual de la solución de la crisis en la que estamos inmersos:
· La Hora no vendrá mientras haya alguien en la tierra diciendo Allah, Allah. (Muslim, Sahih, no.148).
· Si la Hora esta sobre ti, y tienes un arbolillo en la mano, continúa plantando el árbol. (Ibn Hanbal, Musnad, no.1249).
El primero de estos dichos nos conduce directamente al principio y a la práctica del “recuerdo de Dios”, la invocación del Nombre Divino. Se debe destacar que la repetición del nombre no es simplemente una cuestión de verbalizar y de creer en Dios, sino de invocar Su nombre, repitiendo Su nombre insistentemente, metódicamente. El Corán dice que la oración canónica, al-salat, nos mantiene alejados de la indecencia y del mal, pero “el recuerdo de Dios es mayor (wa la-dhikru’Llahi akbar)” (Sura al-Ankabut, “La Araña”, 29:45). La invocación metódica del Nombre de Dios es el acto de adoración más elevado, y sus consecuencias son incalculables, tanto para el individuo como para el cosmos. Si miramos a la luz de esto las enseñanzas proféticas citadas anteriormente, así como otros muchos versos en relación el dhikr Allah, vemos una alusión a la relación sutil, pero real, entre la acción espiritual de cada individuo y la misma sustancia del cosmos. El cosmos está sostenido, de una forma intangible pero inteligible, por la acción espiritual, por los ritos y rituales, por las oraciones e invocaciones que conforman el núcleo de la praxis de todas las religiones de la humanidad. Hay una intrínseca relación entre los seres humanos ejecutando esa función para la que fuimos creados, y la creación misma. Como vimos anteriormente: “Yo solo cree a os Jinn y a la humanidad a fin de que pudieran adorarme” (al-Dhariyat, “Los Vientos Huracanados”, 51:56). Así pues, esta adoración, y en particular su quintaesencia, el dhikr Allah, purifica el corazón según el bien conocido dicho del Santo Profeta: “Todo tiene un pulimento (siqala), y el pulimento de los corazones es dhikr Allah” (citado en Bayhaqi). Las repercusiones de esta purificación son incalculables, pero innegables: el fin del mundo no puede llegar aunque solo una persona esté invocando el Nombre de Dios. Si el mundo es mantenido solo por la oración, entonces esto implica que se mantiene únicamente en aras de la oración. A su vez, esto implica que la oración no es solo la razón por la que Dios creó a la humanidad y a los Jinn, sino que también lo es de la creación del cosmos –como vimos antes, todo en la creación canta las alabanzas del Señor. Y recordemos que el propósito de la oración es la consciencia permanente y amorosa de la presencia de Dios. La oración humana llevada a cabo sobre la base de la voluntad libre, por un lado colabora con la oración del cosmos, y por otro, es como si “animara” la oración cósmica, pues el colapso final del cosmos es mantenido a raya por la oración humana. Hay muchos dichos del Santo Profeta refiriéndose a personas a través de la cuales Dios aparta desastres de la tierra (con frecuencia se les denomina Abdal, o “sustitutos”); otros se refieren a almas (normalmente en número de cuarenta) cuyos corazones son semejantes al de Abraham, y a través de ellas vienen alimentos y bebida para toda la humanidad. El Imán Alí también nos da la siguiente descripción de estos santos, refiriéndose a ellos como los “sirvientes de al-Rahman” (ibad al-Rahman, ver al-Furqan, 25:63-76), pertenecientes a la categoría más elevada de los seres humanos:
“Ellos han tomado la tierra como su lecho, su agua como perfume, el Corán como ornamento, y la oración como manto. Sus ojos lloran, su ropa es sucia; y han cortado todos los lazos con este mundo. Si se van no se les echa de menos, si están presentes siguen siendo desconocidos. Si piden la mano para matrimonio, se les rechaza, y si hablan no se les presta atención. No obstante, debido a ellos Dios aleja las plagas, las calamidades, y las tribulaciones del mundo. Debido a ellos es por lo que Dios da las gentes agua que beber, enviando agua desde el cielo, gotas desde las nubes. Ellos son los sirvientes de Dios. En verdad. Sí, en verdad. (haqqan, haqqan).” (Citado en la colección de dichos del Imán Alí de al-Qadi al-Quda‘i, Dustur ma’alim al-hikam, traduido por Tahera Qutbuddin como A Treasury of Virtues: Sayings, Sermons and Teachings of ‘Ali, p. 65; traducción modificada)
Veamos ahora el segundo dicho del Santo Profeta: Cuando veas la Hora venir, y estés plantando un árbol, continúa plantándolo. A partir de este dicho podemos comprender que nunca debemos pensar que nuestra acción no tiene consecuencias, simplemente porque el día del Juicio Final esté sobre nosotros. Se debe terminar de plantar el árbol porque puede tener efectos que van infinitamente más lejos que nuestra imaginación. Cualquier acción buena, no importa lo insignificante que parezca -¿qué puede ser aparentemente más inútil que plantar un árbol cuando la totalidad del mundo se está destruyendo?-, toda buena acción, tiene pues una significación inmensa, no por su magnitud “peso” en términos mundanos, sino por su cualidad de bondad. El Corán nos pregunta: “¿Acaso la recompensa de hacer el bien es otra que el bien mismo?” (al-Rahman, “El Clementísimo”, 55:60). Los actos son juzgados según sea su intención, tal y como enseñó el Santo Profeta, de modo que este bien “de peso atómico” –plantar un árbol momentos antes del fin del mundo- no será juzgado según sus consecuencias mundanas, sino conforme a la medida del bien habido en la intención que motivó el acto. Dios, la fuente de todo bien –incluyendo la bondad de nuestras buenas intenciones y acciones- promete transformar en el Paraíso nuestras acciones insignificantes hechas sobre la tierra en puro vino: “Su Señor les dará de beber una bebida pura: «En verdad, ésta es vuestra recompensa. Vuestro esfuerzo ha sido apreciado.» (kana sa’yukum mashkuran)” (al-Insan, “El Ser Humano”, 76:21-22).
Vemos aquí un milagro “alquímico”: el “plomo” de nuestra acción terrestre es transmutado en el “oro” del vino celestial en virtud de ese “elixir” de la sinceridad de corazón que suscita la Gracia divina –una gracia transformadora manifestada a través de la cualidad divina de la gratitud, al-Shakur (no olvidemos que las palabras “gracia” y “gratitud” comparten la misma raíz latina). En la medida en que nuestro esfuerzo está motivado por la intención sincera, tiene consecuencias que trascienden infinitamente la esfera de nuestras acciones terrenales. El Corán se refiere en muchos lugares a la idea de esfuerzo (sa’i): la sinceridad de una intención se prueba con el esfuerzo que hacemos a fin de conseguir lo que intentamos. A continuación vemos algunos versos sobre este tema cuya reflexión profunda recompensa ampliamente:
· El Día en el que el ser humano recuerde sus esfuerzos (al-Nazi’at, “Los que Arrancan”, 79:35 –citado anteriormente)
· Nada pertenece a la persona [en el Más Allá] excepto aquello por lo que se esfuerza, y pronto se verán las consecuencias de su esfuerzo (al-Najm, “La Estrella”, 53:39-40)
· Ese día, las almas [literalmente: “rostros”] resplandecerán satisfechos por su esfuerzo (al-Gashiya, “La que Cubre”, 88:9-10)
· Y quien desee la otra vida y se esfuerce (wa sa’a laha sa’yaha) por obtenerla y tenga fe será recompensado por su esfuerzo. (kana sa’yuhum mashkuran). (al-Isra, “El Viaje Nocturno”, 17:19)
· En verdad, la Hora viene. He querido mantenerla oculta para que cada alma sea recompensada conforme a su esfuerzo. (Ta-Ha, 20:15)
Volvamos a la idea de plantar un árbol aun estando en la mismísima Hora. Entre el hecho de plantar un árbol y dihkr Allah hay una relación muy sutil. En el capítulo titulado Abraham, tenemos este verso:
“¿No has visto cómo Dios compara una buena palabra con un árbol bueno? Su base está firme y sus ramas están en el cielo. Da su fruto en toda época, con permiso de su Señor” (Ibrahim, 14:24-25).
Tenemos aquí la combinación de una imagen natural con la práctica de la invocación. En términos espirituales, las raíces del Nombre divino son firmes, profundas dentro del terreno divino, la Realidad última. Las ramas que alcanzan los cielos son similares al ascenso celestial de la invocación, desde aquel que invoca hasta lo Invocado (al-Madhkur). En el comentario de Martin Lings (Shaykh Abu Bakr Siraj ad-Din) a este pasaje dice:
“Se puede interpretar lo siguiente: una invocación, - y sobre todo el Nombre Supremo que es la mejor entre las buenas palabras - no es un expresión plana que se esparce exteriormente de forma horizontal en este mundo para perderse en el aire, sino una continuidad de repercusiones a través de todos los estados del ser. (“What is sufism?”, p.85)
Y los frutos vienen “en todas las estaciones”. Los frutos de la invocación, de todas las acciones espirituales, trascienden el tiempo, el espacio, y todas las limitaciones terrenales y escalas de medida. Pero también tienen un impacto inconmensurable sobre nuestro medioambiente terrestre; los “frutos” de la oración caen sobre la tierra, y de este modo la tierra es alimentada de miles -si bien invisibles- maneras. Esto es lo que parecen implicar los dichos del Santo Profeta acerca de las almas santas a través de las cuales se canalizan las gracias celestiales; gracias que evitan catástrofes y sostienen el mundo natural. Solo cuando dejan de existir –cuando ya no queda nadie sobre la tierra que invoque Allah, Allah- es cuando viene el Día del Juicio Final.
Esta perspectiva sobre dhikr Allah y su relación con el mundo natural, no se restringe de ninguna manera al Islam. Es algo que se encuentra en todas las tradiciones religiosas, y en cierto sentido, es una expresión del principio según el cual toda la creación es una manifestación de Dios, una Palabra pronunciada (qawl) por Dios, el Nombre de Dios. El Nombre es siempre una expresión de lo Nombrado. Así pues, cuando un ser humano en el mundo pronuncia el Nombre divino, ese ser humano se está reintegrando a sí mismo con la Naturaleza divina, y de ese modo la totalidad de la creación participa en esa reintegración. La filosofía platónica viene a hablar de esta verdad a través de la idea del recuerdo –anamnesis, literalmente, deshacer el olvido-. El principio del recuerdo (literalmente: re-membrar o volver a unir lo que ha sido desmembrado) a través de la invocación del Nombre de Dios se expresa también en todas las tradiciones principales del mundo, al igual que la idea de que el microcosmos humano es un pequeño mundo, un mundo que no es únicamente una parte del macrocosmos, sino una recapitulación de aquel en su totalidad. Cambiar uno es cambiar el otro. Esto es algo inherente al principio del Tawhid. Cada fenómeno singular está entrelazado con todos los demás fenómenos en todo el universo, y le afecta de maneras que ahora solo se están empezando a atisbar a través de los descubrimientos de la física postmoderna, y a través de ideas tales como la “resonancia mórfica” lideradas y sustentadas científicamente por Rupert Sheldrake. Pero estas ideas siempre se han sabido; de hecho han sido realizadas espiritualmente por los sabios y los santos, y también intuidas por los piadosos de todas las grandes tradiciones espirituales del mundo.
Para aquellos de nosotros que creemos en estas dimensiones sutiles del Tawhid como principio activo y unificador, el resultado es que “la esperanza es eterna”: se nos da la gracia de una determinación perpetuamente renovada por la esperanza espiritual, no por un optimismo infantil. Esta esperanza y determinación, junto con la confianza y la resignación, subsisten incluso estando ante una destrucción inminente. Nuestra relación con Dios debe, en principio, regenerar siempre una nueva y firme determinación para hacer lo que podemos a fin de mejorarnos a nosotros mismos y nuestro medioambiente, social y natural; y hacerlo como una expresión de nuestra auténtica gratitud al Creador. Purificar nuestras almas; rectificar nuestras actitudes y acciones hacia la Madre Naturaleza; prepararnos para el encuentro con Dios en la “verdadera” Vida Venidera; orar de corazón, recitar el Corán, cantar las alabanzas de Dios, invocar Su Nombre –creemos que todo esto no puede sino tener repercusiones beneficiosas para nosotros mismos y para nuestro mundo, espiritual y moralmente, tanto “aquí abajo” como en el Más Allá. Creemos que estas repercusiones reverberan por todo el universo, y de este modo contribuyen de incalculables maneras a la atracción de esa Gracia que -solo ella- puede resolver la crisis que la humanidad causada en la Madre Naturaleza.
Por un lado, la “corrupción” forjada por la humanidad debe hacer que “volvamos” a Dios: “La corrupción se ha manifestado en la tierra y el mar por lo que los seres humanos han hecho, para que prueben algo de lo que han hecho y así, quizás, regresen al buen camino” (Sura al-Rum, “Los Romanos”, 30:41). Por otro lado, cuanto más plenamente volvemos al Señor, tanto mayor es la posibilidad de un cambio global debido a Su Gracia. Una vez más, citemos de nuevo el verso que siempre debemos mantener en mente, ya que nos lleva constantemente desde la tristeza paralizante ante el estado del mundo, hasta una determinación llena de gracia para enderezar el estado de nuestra propia alma, y de ese modo, participar en el proceso por medio del cual la Gracia divina enderezará el estado de nuestro mundo:
“En verdad, Dios no cambia la situación de un pueblo mientras ellos no cambien lo que hay en sus almas.” (Al-Rad, “El Trueno”, 13:11)
De lo Secular a lo Sagrado
Llegados aquí habrá quedado clara la diferencia entre la concepción islámica de la ética medioambiental y una secular. Puede que superficialmente ambas parezcan tener los mismos objetivos, pero en realidad la perspectiva islámica integra una ética medioambiental dentro de un marco de la realidad mucho más universal, prestando atención no solo a las manifestaciones superficiales de la crisis medioambiental, sino también vinculando sus raíces más profundas en las tendencias espirituales y psicológicas fundamentales que dieron origen inicialmente a la crisis. Recibimos muchas propuestas y recomendaciones encomiables de parte de los medioambientalistas seculares, instándonos a que cambiemos nuestras acciones e incluso nuestros hábitos; y tales recomendaciones están de acuerdo con el énfasis dado en el Corán a la conservación, a la necesidad de la frugalidad, a la evitación de las extravagancias, del desperdicio, etc.
Sin embargo, un conjunto de recomendaciones seculares sobre a ética medioambiental es plano y horizontal, ya que carece de las dimensiones de altura y profundidad que confiere una visión sagrada del medioambiente, una visión en la que las actitudes saludables hacia el mundo natural están enraizadas en el principio del Tawhid, el cual vincula todos los niveles del “medioambiente”, desde el material hasta el moral, el espiritual, y el Divino. De este modo, la actitud prudente hacia la creación va de la mano de la responsabilidad moral hacia el Creador, y de la armonía espiritual con la naturaleza última de la Realidad. Entonces nuestra ética medioambiental estará inspirada por la belleza santificante de la Madre Naturaleza, la impresionante majestad de su Creador, y la alquimia transformadora de la Gracia Divina.
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[1] Nota del Traductor. El pasaje es el siguiente: “Esa será la hospitalidad que ellos recibirán el Día de la Recompensa. Nosotros os hemos creado, así pues ¿Por qué no reconocéis? ¿Habéis reparado en lo que eyaculáis? ¿Acaso sois vosotros quienes creáis o somos Nosotros los creadores? Somos Nosotros quienes decretamos la muerte entre vosotros y nadie Nos podrá impedir que os sustituyamos por vuestros semejantes y a vosotros os hagamos renacer a lo que no conocéis. Y, ciertamente, ya habéis conocido la primera creación, así pues, ¿Por qué no reflexionáis? ¿Habéis reparado en lo que sembráis? ¿Sois vosotros quienes lo hacéis crecer o somos Nosotros quienes lo hacemos crecer? Si hubiésemos querido habríamos hecho de ello paja seca. Entonces, os lamentaríais: «¡Hemos sufrido una grave pérdida! Más aún. ¡Estamos arruinados!» ¿Habéis reparado en el agua que bebéis? ¿Sois vosotros quienes la hacéis descender de las nubes o somos Nosotros quienes la hacemos descender? Si hubiésemos querido la habríamos hecho salobre. Así pues ¿Por qué no sois agradecidos? ¿Habéis reparado en el fuego que encendéis? ¿Sois vosotros quienes habéis hecho crecer el árbol que lo alimenta o Nosotros quienes lo hacemos crecer? Somos Nosotros quienes lo hemos puesto como un recuerdo y para el beneficio de los viajeros. Así pues ¡Glorifica el nombre de tu Señor, el Inmenso!” (Sura al-Waqia, “El Acontecimiento”, 56:57-74)