Duo sunt in homine
(COMENTARIO AL LOGION 48 DEL EVANGELIO DE TOMAS)
Roberto Pla
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Extracto del libro "El hombre, templo de Dios vivo. Exégesis oculta de la religión de Cristo". Roberto Pla. Editorial Sirio, Málaga, 1990.
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JESÚS HA DICHO: SI DOS HACEN LAS PACES ENTRE ELLOS EN
ESTA MISMA CASA, DIRÁN A LA MONTAÑA: DESPLÁZATE Y ELLA SE DESPLAZARÁ [1]
COMENTARIO:
Los dos moradores de una misma casa cuyas buenas relaciones
producen un efecto tan excepcional, son el hombre psíquico y el pneumático, los
cuales residen conjuntamente en cada hombre. Se refiere con ello el logion al corazón
mismo de la antropología religiosa explicada por el mensaje cristiano, que consiste en la necesidad
de que la conciencia del hombre, fundada sólo en los muchos movimientos de la psiquis,
cese en su hábito de vivir de espaldas a su propia esencia, y se decida a
descubrir en sí misma y por sí misma la conciencia superior, eterna, perfecta, del hombre en Cristo.
En verdad, de esto tratan en todos los casos, de una manera
u otra, los dichos de Jesús seleccionados en este evangelio
de Tomás que nosotros comentamos. De igual manera, éste es casi por entero el
fondo común en el que se mueven,
especialmente si se miran según su vertiente oculta, la mayor parte de las
perícopas, parábolas y hechos narrados en los evangelios canónicos. De
cualquier forma que se miren, lo que indican en varias direcciones los
escritores neotestamentarios es que el hombre psíquico que la mente cree
conocer y que denominamos el alma, no es el hombre esencial sino la representación
o imagen de sí mismo que tal hombre esencial reproduce en su conciencia. Según
esto, el alma es un conjunto, suma, o sucesión de datos de naturaleza psíquica,
o si se quiere, psicosomática, que son contemplados secretamente por el nosotros-mismos.
Por supuesto que el nosotros-mismos, que en el léxico
testamentario hay que descubrirlo bajo la denominación de Hijo del hombre[2], no puede ser
contemplado por nadie, pues él es siempre el que contempla, y en todo
acto de busca introspectivo, ¿quién podría contemplar al contemplador? De ahí
que la conciencia, construida siempre con los contenidos psíquicos, ignora al Hijo
del hombre, su Ser verdadero, y en consecuencia vive de espaldas a su soplo
vivificador e inmortal, a su hálito de sabiduría. De tal modo, el hombre,
sumido en el horizonte limitado de sus propios datos de conciencia, se cree ser
únicamente un alma, un desierto, una isla para el dolor y la muerte. Pero eso
no impide que ténuemente difundida en esa conciencia permanezca, cual un
perfume que nunca se extingue, la intuición del Ser verdadero, del Yo Soy. De
manera incesante, intenta Jesús avivar en todo el que se acerca a oirle, la
presencia de ese hombre esencial al que indebidamente se mantiene marginado.
Es verdad que merced a la persistencia inagotable de ese
perfume del Ser, no olvida nunca del todo la conciencia que hay en ella, en su
trasfondo, un contemplador que no es ella misma, sino su Ser real; por eso son comunes
y nunca sorprenden las expresiones en las cuales
se denota de manera implícita la dualidad
formada por el alma, transida de estados diversos, y el Hijo del hombre que
contempla dichos estados: Y diré a mi alma: alma, tienes
muchos bienes[3] ; amarás
al Señor, tu Dios ... con toda tu alma[4]; Engrandece mi alma al Señor[5]; o como se dice explícitamente en aquel agraphon que transmite
Clemente Alejandrino: Sálvate tú y tu alma[6] ; o en
aquella exclamación bellísima y llena de conocimiento, de Jesús: Mi alma
está triste hasta el punto de morir[7].
Hay que entender que no es el alma, en cuanto yo o ente
personal, quien dice: Diré a mi alma; Engrandece mi alma; Mi alma está
triste; o a quien se encomienda y advierte:
Con toda tu alma; salva a tu alma. Es cierto que el alma, la conciencia, posee, como sabemos, una virtud reflexiva que la dota de la capacidad
protéica de transformarse sucesiva y voluntariamente en actor o espectador de
sí misma y pasar de un ángulo al otro con vertiginosa rapidez. El alma es unas veces
el actor único y exclusivo del que dispone cada hombre y otras veces es un
crítico interesado de sus propios actos; pero eso no invalida el hecho evidente
de que en la conciencia domina la convicción firme - podríamos decir que con arraigo instintivo-- reflejada incluso en el lenguaje, de que el alma es un actor que responde
con mayor o menor docilidad y disciplina a una ordenación superior de otro
habitante de la misma casa, llámesele el yo, la voluntad, o el sí-mismo.
Lo que ocurre es que el Hijo del hombre, que así denomina
Jesús a ese coinquilino superior de quien hablamos, no entra nunca en la condición de actor en
los campos de batalla de la psiquis. Su obra de bienaventuranza y el envío de
su soplo de sabiduría, no son en puridad el resultado de su acción, sino un hecho
que se produce siempre cuando aparece en el alma el reconocimiento de su
presencia testificante. Denuncia el logion que el alma -la conciencia psíquica-
vive de espaldas a la presencia constante en su propia casa de este espectador
de excepción. El vivir diario del alma se reduce a ignorar la presencia del testigo
eterno, y su consecuencia es la escisión del hombre unitario en una dualidad
psíquico-espiritual, de la que se engendran el temor, la ignorancia, la soledad. El resultado negativo de esta dicotomía es
advertido sin tregua por Jesús: Si
una casa está dividida contra sí misma no podrá mantenerse[8]; Los enemigos del
hombre serán los de su casa[9].
El propósito general de la Buena Nueva consiste en proclamar
los medios para que estos dos moradores o principios separados, los pneumáticos
cautivos y los psíquicos oprimidos --estos últimos por causa de su propia ceguera- alcancen
la unión que significará para ambos la redención. Esta exposición la hace Jesús
por vez primera apoyado en un texto de Isaías que lee en la sinagoga de Nazará
y en el que revela su doble acción programática: a) proclamar
la redención de los cautivos, (éstos
son los pneumáticos, los pobres a los que anuncia tal Buena Nueva), y b) enviar con libertad a los oprimidos, (los psíquicos, una vez devuelta a éstos la vista, pues
son los ciegos)[10].
Mucho más adelante, en la magna oración reproducida en el
evangelio joánico y pronunciada, según se dice, por Jesús al punto de empezar
su Pasión, vuelve a insistir, en el ruego que en su oración hace al Padre, en la
doble dirección de su acción redentora. Dice: No ruego sólo por éstos (por los pneumáticos consagrados[11] en la verdad de la Palabra), sino también por aquellos (los psíquicos) que,
por medio de su Palabra (la que en ellos
reside), creerán en mí. Que todos sean uno[12].
De lo que se trata en definitiva es de conseguir la unidad,
la unificación, de los dos moradores separados de la misma casa y tal
obra es la que el evangelio de Jesús acomete desde el principio con la
proclamación del Bautismo. Cuando el largo y complejo
proceso del bautismo culmina, al final, con sus dos bautismos terminados, el de
agua y el de Espíritu, se produce la asunción en el Hijo del hombre de todos
aquellos contenidos de la psiquis que por sus valores de justicia han
sobrevivido a la difícil operación de ser purgados como la plata en el fuego
del Espíritu[13].
El bautismo enseñado en su primera fase por Juan y en la
totalidad por Jesús es la ciencia de la religión revelada para uso de la
comunidad cristiana, una ciencia completa de la accesis religiosa, cuyo
desarrollo metodológico apenas ha sido estudiado y practicado por el orbe
cristiano, pues es necesario admitir que además de la expresión manifiesta del
baño tradicional practicado con fines a la recepción de la gracia, es precisa
una inmersión prolongada en los contenidos del alma con fines purgativos. Esa
inmersión es la que requiere un método, y su cumplimiento conviene a la norma
de una ciencia, porque la gracia no llega por ciencia sino por voluntad del
Espíritu. El fundamento de la inmersión no es otro que la conversión -la metanoia- que
consiste en que el alma, cuya tendencia primaria, no disciplinada aún, es mirar
siempre hacia el exterior, da al fin, en volverse sobre sí misma para, en
principio, reconocer y contemplar sus propios contenidos, y por sí sola, si se
ejerce la conversión sin ninguna acción restrictiva, de condena o laudatoria, trae
un lavado preliminar, insustituible para emprender una accesis religiosa.
Se puede afirmar que la contemplación de los contenidos
psíquicos conduce a un mejor conocimiento de los motivos del alma, en una
acción de efectos paralelos, aunque en este caso su realización debe ser puramente interior,
a lo que el apóstol Santiago denominó confesión
de los pecados[14]•
En la literatura de los místicos, los cuales descubren muchas
cosas por la potencia gnoscitiva del solo amor, a despecho de su ignorancia de la ciencia religiosa, aunque
no sin extremo sacrificio y demora a causa de tal ignorancia, todo este proceso
que sobreviene a causa de la conversión, ha sido descrito como la Noche
activa del alma. La purificación exige, en efecto, el
cumplimiento de una cuarentena de accesis sostenida, aunque tal medida no
significa una cifra temporal definida, sino un periodo necesario para que la
purificación o lavado del alma se complete hasta cierto punto. En los textos evangélicos, el transcurso de
este periodo está simbolizado en los cuarenta días del desierto. Durante todo ese proceso
de sequedades y aridez no dejan de despertarse esas tentaciones de las que tanto el evangelio como los relatos
hagiográficos dan cuenta. Pero esas tentaciones
no deben sorprender a nadie. El alma es, entre otras cosas, como bien
sabemos ahora, un depósito mnémico de las experiencias vividas y cuando se le presta la
atención necesaria su primera reacción es extraer de sí misma sus frustraciones
y los remanentes del deseo, que son, en definitiva, gran parte de lo que ella
es.
En la revelación y reconocimiento consiguiente de las
tentaciones, consiste, cuando se opera con ellas conforme a ciencia, el lavado purificador del alma.
Sólo después de esto pueden las aguas limpias de
la mente ser surcadas sin entorpecimiento por las irradiaciones descendentes enviadas por
el soplo del Espíritu. La propiedad purificadora de la acción introspectiva del
bautismo de agua (= inmersión
en los contenidos del alma), es evidente. Juan lo anuncia así: Preparad el
camino del Señor y rectificad sus sendas[15], y con mayor
claridad queda expresado en el texto directo de Isaías: Trazad en el desierto
(en el alma) una calzada recta a nuestro Dios[16].
La eficacia de la contemplación de los contenidos psíquicos
requiere una alta dosis de humildad, es decir, de renuncia, de no ser nada, de
no identificación ni aún con las tentaciones, o apariciones psíquicas.
Esta humildad absoluta exige ser practicada con energía hasta conseguir que las
apariciones no sean nunca para la conciencia una parte de sí misma sino que
posean una condición objetiva. En eso consiste la humildad, en no ser nada, que
por eso está dicho: El celo por tu casa me devorará[17]. Toda aparición
objetiva, esto es, sobre la que no se actúa sino sólo se ejerce la acción
objetiva de ver, queda en seguida en su condición muerta de no ser trigo
para el granero, sino paja que el bieldo perfecto de la objetivación separa
primero y aventa después para que sea quemada y no vuelva. Toda paja quemada
consiste - según es posible comprobar- en que es un agregado estéril
superpuesto al alma y al que se ha renunciado después. El camino verdadero, la
senda del bautismo, está hecha de renunciación, es decir, según pide Jesús: de
negación de sí mismo[18].
El camino es estrecho y difícil y en él es necesario perseverar,
por lo cual sólo será posible para los que aman con intensidad la libertad, la
verdad, o el camino mismo. La contemplación continuada de cualquier contenido mental
hará recta la vía y dejará desembarazada la calzada interior. Hasta que un día,
notaréis que, sin dejarse sentir, habéis empezado a percibir, o que os
ha llegado a vosotros, la intuición del Ser, que no puede ser descrita. La
llegada de la intuición del Ser no es posible preverla, pero sólo ocurre cuando
el corazón está suficientemente
limpio, tal como se dice en la
bienaventuranza mateana[19]. Entonces
se comprende que tenía razón el evangelio cuando dijo: Convertíos y
creed, porque el Reino está cerca[20], pues en efecto, para los que ya reciben ese olor del Ser, es fácil creer y los que creen aprenden que el Reino está cerca, en uno mismo, aunque para
los que no saben y por tanto no creen, parece estar infinitamente lejos. Por
entonces se suele cumplir aquello que dice Lucas: Tiempo vendrá en que
desearéis ver uno solo de los días del Hijo del hombre, y no lo veréis[21], pero no hay que ir ni correr detrás, porque no puede ser visto. Sólo se sabe que está ahí, muy cerca, aquello que uno no ve, ni es posible verlo, puesto que él es lo-que-uno-es, lo-que-es, inseparable de la conciencia que interroga, esencia del
que pregunta. Este es el Ser real eterno, que es nombrado como un fondo
absoluto e inseparable de uno mismo cuando el alma dice, Yo Soy.
En verdad todo ha consistido en volverse al interior de
uno mismo y en la llegada de la intuición del Ser, tan viva y fugaz como el relámpago fulgurante que brilla de un extremo a otro del
cielo[22], pero desde entonces ha quedado instalada -aunque siempre
estuvo allí- la presencia del morador de la casa, que según se descubre luego,
no resulta ser el otro morador, el de arriba, sino el único y verdadero morador: la montaña que estuvo lejos
y ahora cerca, muy cerca. Mateo
también dice esto mismo, pero hay que saberle leer: Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre[23]. La señal, es la
intuición de su presencia, que abre las puertas a la fe, y el cielo, es el
fondo bien limpio de las aguas del alma. Y agrega: Cuando veáis todo esto, caed en cuenta de que El está
cerca, a las puertas[24].
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[1]
El logion 106 explica un pensamiento semejante al de este logion, pero con
vistas a la unificación absoluta de las dos esferas de conciencia que de manera
natural existen en todo hombre.
[2]
En el A. T. y en libros apócrifos como el Henoc etiópico, se usa la locución
hijo de Hombre con un sentido paralelo al Hijo del hombre evangélico. Esta
identidad no suele ser reconocida desde la vertiente manifiesta de Cristo, pero
resulta evidente si se estudia desde el punto de vista del Cristo oculto, Señor
de David y gloria visible de los profetas, desde antes de Abraham, pues el Hijo
del hombre es el hombre superior inmortal, el Espíritu, la esencia. Su empleo
es una circunlocución para referirse al sí-mismo, al-que-es.
[3] Lc 12, 19.
[4] Lc 1, 46.
[5] Mt 22, 37.
[6]
Clemente Alex. Excerpta ex Theod. 2:Pg., 2638. Agrapha 21 (A. de Santos Otero.
Los Ev. apocrif. BAC 1956. Madrid. p. 123).
[7] Mc 14, 34.
[8] Mc 3, 25. También
Cf. Mt 12, 25.
[9] Cf. Mt 10, 36. Tomo
la trad. text. de Nacar-Colunga.
[10] Cf. Lc 4, 18 (ls
61, 1).
[11] Consagrados
significa separados para Dios, santificados.
[12] Jn 17, 20-21: Por
medio de su Palabra, quiere decir, por medio del Espíritu de Verdad que hay en
ellos, en su principio pneumático. Ser uno, tiene aquí el sentido de
hacerse uno, ser unificados.
[13] Cf. Zac 13, 9.
[14] Cf. St. 5, 16.
[15] Cf. Mt 3, 30.
[16] Cf. ls 40, 3.
[17] Cf. Jn 2, 17 (Sal
69, 10).
[18] Cf. Mt 16, 24-25.
[19] Cf. Mt 5, 8.
[20] Cf. Me 1, 15.
[21] Lc 17, 22.
[22] Lc 17,24
[23] Mt 24,30
[24] Mt 24, 33