jueves, 8 de diciembre de 2016

TRINIDAD Y ADVAITA



Sobre la Trinidad y el Vedanta Advaita:

"El Padre y el Hijo"

Henri Lesaux (Abishiktananda)

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Extracto del Capítulo titulado “En el corazón de la Trinidad” contenido en el libro “Saccidananda: una aproximación cristiana a la experiencia advaita”, Edicions du Centurion, Paris, Delhi, 1990. (Traducción inédita al castellano: Roberto Mallón Fedriani)

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Si la experiencia cristiana de la Trinidad abre al hombre nuevas perspectivas de significado respecto a la intuición de Sat-Chit-Ananda, es igualmente cierto que los términos Sat, Chit y Ananda por su parte ayudan mucho al cristiano en su propia meditación sobre ese misterio central de su fe. Ningún lenguaje teológico único será nunca capaz de expresar todo lo que el Evangelio nos ha revelado respecto a Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Cabe por tanto esperar que así como el judaísmo y el helenismo hicieron su contribución, así la divina preparación de India servirá por su parte para llevar a los creyentes a contemplar el misterio con una nueva profundidad. En particular, la intuición sobre Sat-Chit-Ananda será una ayuda para penetrar en el misterio del Espíritu, el cual, de acuerdo con el evangelio de San Juan tiene que ver principalmente con la presencia de Dios ante los hombres en sus corazones. Y si cualquiera llega al Evangelio con la experiencia personal del Vedanta, se puede decir con seguridad que las palabras evangélicas provocarán profundos ecos a partir de la intuición que ya había tenido anteriormente con Sat-Chit-Ananda. Esta experiencia previa causará maravillosas resonancias en su actual fe en la Santísima Trinidad. Esto es así porque todas las cosas son el trabajo del Espíritu Uno, quien se ha estado preparando para el despertar y la resurrección de este hombre desde que hace mucho tiempo se reveló primero al corazón de los rishis como Presencia Infinita.
No se trata aquí de una cuestión de teorización teológica o de comparaciones académicas entre los términos de la revelación Cristiana y aquellos con los que India ha expresado su propia experiencia mística única. Se trata más bien de una cuestión de despertar, una consciencia que está más allá y muy lejos del alcance del intelecto, una experiencia que brota y surge en las rincones más profundos del alma.

La experiencia de Sat-Chit-Ananda lleva al alma, más allá de todo simple conocimiento intelectual hacia su mismo centro, a la fuente de su ser. Solo allí es capaz de escuchar la Palabra que se revela en el interior de la unidad indivisa y no-dual (advaita) de Sat-Chit-Ananda, el misterio de las Tres Personas Divinas: en Sat, el Padre, el Principio absoluto y Fuente de todo ser; en Chit, el Hijo, el Verbo divino, el Conocimiento de Sí Mismo del Padre; en Ananda, el Espíritu de amor, Plenitud y Felicidad sin fin.

Entonces, en Sat el cristiano adorará especialmente el misterio de la Primera Persona, el Padre. De hecho el Padre es en Sí Mismo ‘principio No Originado’, la Fuente inmanifiesta de la que procede su auto-manifestación. Pero si se contempla solamente el Padre entonces la adoración debe permanecer por siempre en silencio, pues en sí mismo el Padre es Aquel que ‘nunca ha sido hablado’, que es esencialmente inmanifiesto, no conocido. Él es el Abismo del Silencio. Solo el Verbo (la Palabra) lo hace conocido, y es sólo en este Verbo, su Hijo, donde él está presente a Sí Mismo.

Es de Sat, el Simple-Ser, san-matra en términos vedánticos, de donde procede Chit. Chit es la presencia ante Sí Mismo, la consciencia de Sí Mismo, la apertura hacia Sí Mismo, de Sat. San Juan dice del Verbo que era “en el principio”. De Sat, el Padre, no se puede concebir ni decir nada a fin de situarlo en ningún lugar, sea en el tiempo o en la eternidad. El Padre es origen, fuente; absolutamente. El manantial no es la corriente de agua que fluye de él, y sin embargo el manantial solo se conoce por medio de la corriente que de él fluye. ¿Entonces qué es el manantial en sí mismo, la pura fuente? ¿Qué es el Ser –Sat- en Sí mismo? ¿Qué es el Padre?

Chit es el despertar a Sí Mismo del Ser, es la venida a la manifestación en Sí Mismo. No es meramente un aspecto o un modo de Brahman, el Absoluto. En términos cristianos es una verdadera procesión, un verdadero nacimiento, primero en la eternidad y ulteriormente en el tiempo. El Hijo es la Palabra (Verbo) consubstancial a través de quien el Padre se expresa a Sí Mismo en Sí Mismo. Y es en ese Verbo por medio del cual el Padre se expresa a sí mismo, en su propia autoconsciencia y presencia ante Sí Mismo en el Hijo, donde ‘todo lo que es ha llegado a ser’.

En el corazón de todo ser pensante, de toda consciencia que despierta a sí misma, la Presencia eterna brilla y se hace conocer –la Luz que ilumina toda consciencia que despierta en el mundo (Juan 1:9).
Los videntes de los tiempos antiguos tuvieron una intuición de esta pura auto-consciencia que está en la misma fuente de su ser y a su vez es el horizonte más elevado de su pensamiento; una intuición de aquello que sin duda escapa al alcance de los devas, esto es, al intelecto y la voluntad humana (Kena Up 3). Aquello que ellos reconocieron oscuramente (cp. 1 Cor. 13:12), lo descubre la fe cristiana en la mirada eterna del Hijo. Siendo en su sí mismo más interior la imagen de Dios, se reconoce a sí mismo en el reflejo perfecto de la gloria del Padre que el Hijo es.

No hay sino una Presencia –eso dicen los videntes, aquellos que han contemplado la Verdad. Es la presencia del Sí Mismo ante sí mismo; la que es idéntica allí donde se manifieste.

Para la fe cristiana no hay sino un Hijo, divina y eternamente engendrado. Jesús es el único Hijo del Padre, así como –en un nivel que es un signo del primero- él es también el único Hijo de Maria. En la contemplación de su Hijo, el Padre ve todas las cosas; amándole, ama todas las cosas. En el deleite que tiene en su Hijo, el Padre se deleita en todas las cosas., encontrándolas “buenas, muy buenas” (Génesis 1:10, 31). De modo similar todo “vidente” de Dios contempla al Padre únicamente a través de los ojos del Hijo; todo el que ama a Dios lo ama en el amor del Hijo; todo adorador glorifica al Padre a través de las alabanzas de su Hijo. Todo lo que no pasa por el Hijo, no es en realidad, sino que pertenece a la esfera de la ‘no-realidad’, a-sat, la esfera del caos sin significado.

En el mundo de los hombres hay incontables rostros que reflejan al Hijo. No obstante todos son uno, así como el Hijo es. Chit es esencialmente no dual, advaita. Esto puede resultar  desconcertante para nuestras mentes, pero no tenemos derecho a vaciar de significado las palabras de Cristo: cualquier cosa que uno haga –o deje de hacer- con cualquiera de los hermanos de Jesús, se hace –o se deja de hacer- a Jesús mismo (Mat. 25-35).  El apóstol Pablo, después de una experiencia que rasgó su corazón y transformó su vida, se convirtió en un testigo excepcionalmente cualificado y en un predicador incansable de esta verdad. En la eternidad está solamente el Hijo que el Padre contempla y con quien él está completamente satisfecho. Cada uno de los elegidos es la manifestación por medio de la gracia del eterno despertar del Padre a sí mismo en el Hijo.

Para el cristiano a quien el Espíritu le ha conducido a la verdadera consciencia de sí mismo, el Hijo es todo en todo (Col 3:11). La mirada del Padre descansa en la del Hijo en todas partes, y así mismo la del Hijo descansa en la del Padre; en todas partes hay solamente la manifestación de Dios a Sí mismo y en Sí mismo, en la bendita Trinidad de las Personas. De este modo, ningún hombre puede ser un extraño para otro. Así como el Padre despierta a Sí Mismo en mí, y en mí contempla a su único Hijo, así lo hace en todos mis hermanos, por más humildes o insignificantes que puedan parecer. No hay ningún hombre con el que no esté en comunión con la circumincesión misteriosa (circumincessio: movimiento de uno hacia el otro) y en la circuminsesión (circuminssesio: mutua ‘inhabitación’) que es característica de la vida una no dividida de la Santísima Trinidad.

El Ser solo llega a sí mismo en su autoconsciencia –Sat- a través de Chit; el Padre a través del Hijo. La consciencia de Sí Mismo solo se alcanza en el Ser mismo, Chit en Sat, el Hijo en el Padre. Solo el Padre conoce al Hijo, además de aquellos que vienen al Hijo atraídos por el Padre (Juan 6:44); ni nadie conoce al Padre excepto el Hijo y aquellos a quien él elige revelarse (Mat. 11:27). Pero es precisamente a fin de revelar al Padre (Juan 1:18) que el Hijo ha venido al mundo y ha morado entre nosotros (Juan 1:14), viviendo como un hombre entre los hombres, pleno de gracia y de verdad.

En la tierra de Israel la Palabra de Yahveh fue escuchada por los profetas, quienes la comunicaron fielmente a sus gentes. Por su parte, los académicos y sabios de Israel meditaron acerca del secreto de la sabiduría divina que ordena el Universo. De este modo fue como Dios preparó a sus pueblo elegido para la revelación suprema del Hijo que mora eternamente ‘en el seno de su Padre’; Aquel que es la Palabra a través de la cual Él creo el mundo, y la Sabiduría por medio de la cual lo dirige.

India fue preparada por el Espíritu de una manera incluso más interior, de modo que en la plenitud de los tiempos pudiese oír la misma Palabra. Él la condujo dentro de la profundidad del misterio del Ser, dentro de esa consciencia de sí mismo en la que el Ser despierta a sí mismo hasta el punto que todo pensamiento es aniquilado. Pero ese es el mismo lugar donde Aquel que mora en el seno del Padre -que es la presencia del Padre ante Sí Mismo y su propia Consciencia de Sí Mismo- la está esperando para que venga a reunirse con él.

El Silencio del Ser se expresa en la Palabra. Sin la Palabra ese Silencio permanecería por siempre sin romperse. ¿Pero cómo podría el Ser haberse mantenido eternamente inmanifiesto a Sí Mismo?
Solo en la gloria que el Hijo le rinde al Padre podemos afirmar que el Padre es.   


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