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lunes, 31 de julio de 2017

EL EGO Y LA BESTIA (II)





EL EGO Y LA BESTIA

(Segunda parte)


Wolfgang Smith



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sanatanadharmatradicional

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Capítulo extraído de "Cosmos & Trascendence: Breaking Through the Barrier of Scientistic Belief"
Sophia Perennins, 2008. Traducción al castellano: Roberto Mallon Fedriani.


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El propio Freud siempre se preocupaba de subrayar el carácter científico de sus ideas. La Ciencia, según Freud, constituye el único camino legitimo hacia el conocimiento, y esto ha sido reconocido, además, por la ciencia misma. “Afirma”, se nos dice, “que no hay ninguna fuente de conocimiento del universo que no sea el trabajo intelectual realizando observaciones examinadas cuidadosamente –en otras palabras, lo que llamamos investigación– sin que junto a ello haya ningún tipo de conocimiento derivado de la revelación, la intuición o la adivinación.”[1]  No se nos dice, por supuesto, por medio de qué pasos lleva “el trabajo intelectual sobre observaciones examinadas cuidadosamente” a estas notables conclusiones; pero en cualquier caso, este es uno de los dogmas fundamentales de la visión del mundo freudiana.

Aparte de la ciencia –de la cual el psicoanálisis sería el término final, si no la apoteosis–, Freud reconoce otros tres dominios de la cultura humana: el arte, la filosofía y la religión; los “tres poderes que pudieran disputar la posición fundamental de la ciencia”, y de los que “solo la religión se ha de tomar seriamente como enemigo.”[2] Respecto al primero, “casi siempre es inofensivo y beneficioso; no pretende ser otra cosa que una ilusión.” Por otro lado, la Filosofía, a pesar de sus pretensiones ambiciosas, es al menos inofensiva en tanto que “al no tener una influencia directa sobre la gran masa de la humanidad, resulta de interés únicamente para un pequeño número, e incluso solo para intelectuales de alto nivel, de modo que apenas es inteligible para nadie más”. Esto nos deja únicamente a la Religión como “un inmenso poder” y una seria amenaza para la iluminación científica de la humanidad.

Esto nos lleva a uno de los grandes temas freudianos: “la lucha del espíritu científico contra la Weltanschauung religiosa.” Este parece ser un asunto muy serio para Freud, y como cabría esperar, él ve que el psicoanálisis es el que finalmente será capaz de otorgar la victoria a la Ciencia.  “La última contribución a la crítica de la Weltanschauung religiosa”, afirma, “ha sido llevada a cabo por el psicoanálisis al mostrar cómo la religión se originó a partir de la indefensión de los niños, y encontrando el origen de sus contenidos en la supervivencia hasta la madurez de los deseos y necesidades de la infancia.”[3] En otras palabras, los contenidos de toda creencia sagrada, según Freud, se pueden retrotraer al complejo de Edipo y su precipitado, el “ego ideal” o “super-yo”. Este último, se nos dice, “da respuesta a todo lo que se espera de la naturaleza más elevada del hombre. Como sustituto de la añoranza del padre, contiene el germen a partir del cual han evolucionado todas las religiones.”[4]

A partir de estas afirmaciones podría parecer que Freud considera la religión como una de las ilusiones “beneficiosas”. Sin embargo, en otro lugar se expresa de forma bastante clara sobre esta cuestión:

La religión es un intento de gobernar el mundo sensorial en el que estamos situados por medio del mundo deseable que hemos desarrollado en nuestro interior como resultado de las necesidades biológicas y psicológicas. Pero la religión no puede lograr esto. Sus doctrinas tienen la impronta de los tiempos en los que surgieron, los tiempos ignorantes de la infancia de la humanidad. Sus consolaciones no merecen ser creídas. La experiencia nos enseña que el mundo no es ninguna guardería. Las demandas éticas que las religiones buscan destacar, necesitan tener más bien otros fundamentos, pues son indispensables para la sociedad humana y es peligroso prestarles obediencia con fe religiosa. Si intentamos asignar el lugar de la religión en la evolución de la humanidad, resulta ser no una adquisición permanente, sino la contrapartida a la neurosis por la que tienen que pasar hombres individuales y civilizados en su paso de la infancia a la madurez.”[5]

Por más cuestionable y carente de fundamento que todo esto pueda ser, se dice que lleva el imprimatur de la ciencia. Esto es lo que nos impresiona a los mortales. ¿Si el psicoanálisis es ciencia, ¿como puede el inexperto desafiar sus conclusiones? Una vez aceptado este dogma crucial promulgado por Freud, uno se inclina a creer también en sus demás pronunciamientos ex cathedra.

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Entretanto, parecería que millones de personas han hecho justamente eso. Al igual que la teoría de la evolución, el freudismo ha entrado en el pensamiento contemporáneo dominante, y quizás por la misma razón básica: constituye una doctrina supuestamente científica que da respuesta a una tendencia mayor. Esto no significa que las enseñanzas de Freud –que después de todo son más complejas y difíciles de entender que las tesis darwinistas– hayan sido aceptadas de forma absoluta por las masas. No obstante, numerosos conceptos y actitudes típicamente freudianas han encontrado de hecho su camino dentro de la conciencia popular; por ejemplo, la idea de que la cultura es intrínsecamente “represiva” y por consiguiente mala, que la moralidad es convencional, que la creencia religiosa es una ilusión, y que en el fondo el principio del placer reina por encima de todo. Estos son los puntos de vista que, con toda seguridad, bebemos en nuestras escuelas y a través de los medios de comunicación. Además, pensar de otro modo, es correr el riesgo de ser categorizado como reaccionario, zopenco, o muy posiblemente como neurótico.

Verdaderamente sería difícil sobrestimar la magnitud de la revolución encabezada por Freud. Ha socavado los vestigios que quedaban de la cultura cristiana y ha triunfado brillantemente en su programa de de-conversión. Tal y como señala Philip Rieff, “la caza sistemática de todas las convicciones establecidas representa la base anticultural sobre la cual se está reorganizando la personalidad moderna, no solo en Occidente, sino incluso de forma más lenta en lo que no es el Occidente.”[6]  Es más, está más allá de toda discusión el que Freud haya contribuido al establecimiento de esta tendencia más que ningún otro individuo. “Freud ha sistematizado nuestra falta de fe”, escribe Rieff; “el suyo es el credo más inspirador que se haya ofrecido hasta ahora a una cultura post-religiosa.”[7]  Se podría decir que ha llegado a la existencia un nuevo tipo de ser humano: “el hombre psicológico” –la persona que rechaza de forma instintiva todos los absolutos excepto el absoluto mismo de la ausencia de fe–. “Allí donde estaba la familia y la nación, o la Iglesia y el Partido”, predice Rieff, “habrá hospital y también teatro, las instituciones normativas de la próxima cultura. Entrenado para ser incapaz de sostener satisfacciones sectarias, el hombre psicológico no puede ser susceptible del control sectario. El hombre religioso nació para ser salvado; el hombre psicológico ha nacido para ser satisfecho.”[8]

Es verdad que la doctrina de Freud, en sentido estricto, ha sido ahora ampliamente desbancada. Es demasiado austera y demasiado negativa para mantener un apoyo popular generalizado. La doctrina era emocionante en las primeras décadas del siglo XX, un tiempo en el que los restos del Victorianismo aún no habían sido advertidos. Por otro lado, hoy en día es el “selfismo” en sus incontables formas –“el culto o adoración a uno mismo” como lo llama Paul Vitz– el que ha capturado la escena popular. No es Freud, sino Fromm, Maslow, y Rollo May los gurús psicológicos de la actualidad. Y en ciertos aspectos su doctrina se opone mucho a la doctrina ortodoxa freudiana, la cual no está preocupada en absoluto en ofrecer consolaciones. No obstante, está claro que estas autoridades posteriores están aún siguiendo las huellas del maestro; y si no fuera por la brecha abierta por Freud, no podrían haber ejercido ninguna influencia comparable sobre la sociedad. Hasta que Dios y la religión no han sido destronados de la imaginación popular, no parece tan atractiva la perspectiva de “sentirse bien”.

Mientras tanto, la hostilidad freudiana hacia la religión también ha llegado a estar algo pasada de moda. Una vez que se ha hecho dominante la mentalidad terapéutica dentro de una cultura, ya no se hace necesario vituperar contra el Cristianismo, o contra cualquier otro credo. Entonces uno puede predicar el evangelio del “pluralismo” y la “tolerancia” con la total seguridad de que, a su debido tiempo, toda faceta de la creencia será subjetivizada apropiadamente e incorporada dentro de un panteón universal de ilusiones terapéuticas. Es más, esta fascinante posibilidad no parece haberse perdido por completo en los eclesiásticos. Primero tímidamente, y después en manada, se han presentado para responder a la llamada. Como señala Rieff, “la presente agitación en la Iglesia Católica Romana” poco tiene que hacer con cualquier renovación de la percepción espiritual, sino que constituye “un movimiento hacia acomodaciones más sofisticadas con las comunidades negativas de terapeutas.”[9] Desde este punto de vista, “el hombre consagrado sucumbe ante el analista como funcionario terapéutico de la cultura moderna.”[10]

Pero volvamos a Freud y al psicoanálisis. “Las más de las veces la literatura psicoanalítica contemporánea tiende a apartar el simple hecho de que el psicoanálisis se originó y buscó su validación presentándose como un método para tratar la enfermedad mental. Desde entonces, son muchos los que han intentado –y ninguno conseguido– demostrar de manera convincente que el psicoanálisis (o de hecho ninguna forma de psicoterapia) sea mejor para los pacientes neuróticos que nada en absoluto; esta actitud quizás no sea sorprendente.”[11] Sin embargo, lo que sí es sorprendente es que esa valoración venga (como de hecho lo hace) de un psiquiatra clínico. No obstante, el Dr. Miller no es para nada el primer miembro de su profesión que haya llegado a esa conclusión. Unos treinta años antes, por ejemplo, Abraham Nyerson (un conocido profesional) decía esto:

Yo afirmo definitivamente que el psicoanálisis, como sistema terapéutico, ha fallado en probar su valía. Ante todo, no ha conquistado el campo, como es el caso de cualquier otro acercamiento terapéutico –tal y como he indicado en la primera parte de este artículo–. En el caso de las psicosis, hay más razones para ensalzar las medidas farmacológicas y las estimulaciones fisiológicas que el psicoanálisis. Las neurosis se ‘curan’ por la osteopatía, la quiropraxia, la nux vómica y los tranquilizantes, el sulfato de bencedrina, los cambios de escenario, un soplo en la cabeza, y por el psicoanálisis; todo lo cual probablemente significa que ninguno de ellos ha establecido aun su valor real en el asunto, y con toda seguridad que el psicoanálisis no es especifico. Es más, como muchas neurosis están auto-limitadas, cualquiera que invierta dos años con un paciente obtiene el crédito de una operación llevada a cabo por la naturaleza.[12]

Cabe añadir que Myerson ha liderado una encuesta entre neurólogos, psiquiatras y psicólogos con el fin de averiguar precisamente lo que pensaban sus colegas sobre Sigmund Freud. Los resultados mostraron un espectro muy amplio de actitudes y creencias, y que la opinión experta estaba dividida más o menos por la mitad respecto al valor –tanto teórico como terapéutico– de las enseñanzas freudianas. Parece que hasta la última sombra de opinión sobre el asunto estaba representada en las respuestas. Hubo aquellos, por ejemplo, que ensalzaron las ideas teóricas de Freud, pero sentían que el psicoanálisis “fallaba significadamente de cara a producir resultados beneficiosos”. Hubo también aquellos que creían que “la doctrina de la sexualidad infantil estaba completamente en contra de los hechos”, y aquellos que sostenían que podía sustanciarse objetivamente en gran medida. Hubo quienes creían incondicionalmente que el psicoanálisis es la panacea para la mayoría de las enfermedades, y quienes afirmaban que menos de la mitad de sus pacientes podrían beneficiarse de los métodos freudianos. Hubo psiquiatras que sostenían que el 60 por ciento de las veces el psicoanálisis hace más perjuicio que beneficio, y que en cuatro de cada cinco casos el análisis “no está indicado”. Hubo aquellos que aclamaban a Sigmund Freud como el profeta de nuestra era, y aquellos que consideraban sus pronunciamientos “una de la anomalías más extrañas y extravagancias más fantásticas de principios del siglo XX”. “Cuando uno lee”, dice Myerson, “en el libro de Freud ‘La civilización y sus descontentos’ que la mujer se ha convertido en el guardián del fuego del hogar porque ella esta anatómicamente constituida de manera que no puede apagar el fuego con un chorro de orina, uno piensa cómo ha sido posible que se hayan aceptado esas doctrinas.” ¡De hecho uno se lo pregunta! Mientras tanto, y aparte de cualquier otra conclusión que se pueda extraer de estas observaciones diversas, una ausencia de acuerdo como ésta entre los expertos es suficiente por sí misma para probar que aquello con lo que estamos tratando no es una auténtica ciencia, ni un sistema médico exitoso.

Si bien no estamos al tanto de ninguna otra encuesta reciente de naturaleza comparable, parece que el prestigio del psicoanálisis freudiano ha disminuido considerablemente dentro de los círculos profesionales desde los tiempos de Myerson. “Excepto en Francia, donde los conceptos de Freud aún siguen teniendo considerables efectos”, escribe Vitz, “la influencia del psicoanálisis está en declive. En los Estados Unidos ha estado sujeto a una crítica constante desde todos los puntos de vista durante años.”[13] La mayor estocada de esta crítica es que los métodos freudianos han probado ser completamente ineficaces en el tratamiento de los trastornos mentales. “Como consecuencia”, dice Rieff, “hay nuevos polemistas acusando a Freud por toda la tierra…”[14] Podríamos añadir que uno de los que más se hace oír de entre ellos es Thomas Szasz, otro psiquiatra respetable que ha ido tan lejos como para incluso argumentar que el mismo concepto de “enfermedad mental” es erróneo y engañoso. Conforme a esta postura, Szasz sostiene que la psicoterapia como tal no es, propiamente hablando, un sistema de la medicina, sino una técnica de influencia y de control. Es más, culpa a esta técnica de ser utilizada frecuentemente de manera inmoral y dañina; de que este asunto ha sido ocultado sistemáticamente; y afirma “que todo ese tipo de intervenciones y propuestas deberían considerarse malignas mientras no se demuestre lo contrario”.[15] Entretanto, la psiquiatría continúa sin embargo extendiendo su influencia tanto en Occidente como en Oriente.


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Es indiscutible que el psicoanálisis coloca al paciente en una posición de extrema vulnerabilidad, y lo somete a influencias que no puede ni entender ni controlar. Como ha señalado Salter, “la totalidad del proceso psicoanalítico fomenta la forma más completa y peligrosa de dependencia.”[16]  Por otro lado, es bien sabido que el psicoanálisis debe la eficacia que pueda tener –cualquier que sea– al establecimiento de una relación especial entre el paciente y el analista, una relación conocida como “transferencia”. Como dice Freud:

El paciente no está satisfecho con considerar al analista a la luz de la realidad, como alguien que le ayuda y le aconseja y que además recibe una remuneración por los problemas con los que carga…; por el contrario, el paciente ve en su analista el retorno –la reencarnación– de alguna figura importante de su infancia o su pasado, y consiguientemente transfiere sobre él sentimientos y reacciones que sin duda se corresponden con su modelo.[17]

En otras palabras, el paciente pierde el contacto con la realidad y sucumbe ante una actitud más o menos infantil; una actitud que proporciona al analista poder sobre su mente. “Si el paciente pone al analista en el lugar de su padre (o madre)”, explica Freud, “también le está proporcionando el poder que ejerce su super-yo sobre su ego, ya que sus padres fueron, como sabemos, el origen de este super-yo. El nuevo super-yo tiene la oportunidad de llevar a cabo una especie post-educación del neurótico…”[18] En cualquier caso –tanto si aceptamos las teorías de Freud sobre el super-yo y sus raíces libidinales, como si no– permanece el hecho de que por medio de la transferencia el paciente se ha abierto a sí mismo a las influencias que emanan de su analista. Se llaman “sugestiones” en la medida en que esas influencias son manipuladas conscientemente por el analista. Es así como la transferencia prepara el camino hacia la sugestión, y este doble proceso constituye sin duda el mecanismo central de la terapia psicoanalítica. “La influencia de la terapia psicoanalítica se funda esencialmente en la transferencia, es decir, en la sugestión”, dice Freud.[19] 

Detengámonos para considerar algunas de las implicaciones de esta sorprendente confesión. En primer lugar, ahora resulta que el testimonio psicoanalítico del paciente es probable que haya sido influenciado por el analista y sus conceptos preconcebidos. Como explica el propio Freud: “El mecanismo de nuestro método curativo es de hecho bastante fácil de entender; le damos al paciente la idea consciente (bewusste Erwartungsvorstellung) de lo que puede que él esté esperando, y la similitud de esto con la idea inconsciente reprimida le lleva a que él mismo se encuentre con esta última.”[20] Pero la existencia de dicha “similitud” con el material reprimido es solo una hipótesis; además gratuita. Lo que sabemos, y lo único que es observable, es que el analista hace sugerencias, y que eventualmente el paciente reproduce las temáticas e imágenes que han sido implantadas con anterioridad en su mente. Ahora bien, esto se explica fácilmente –y sin necesidad de más supuestos– por medio del hecho de que el paciente, en virtud de la transferencia, se ha hecho patológicamente vulnerable a los deseos e insinuaciones del analista. Está virtualmente en el estado de un sujeto hipnotizado, preparado para demostrar cualquier cosa que le haya sido sugerida por el hipnotizador. Como observa Freud, una transferencia positiva de este tipo “altera por completo la situación analítica y desvía el propósito racional del paciente de mejorar y liberarse de sus dificultades. En vez de ello surge el propósito de halagar al analista, de ganarse su aplauso y su amor.”[21] En relación con esto uno recuerda aquellas mujeres desafortunadas que confesaron haber sido seducidas por su padre. Aunque uno no sabe cuánto aplauso y amor obtuvieron de vuelta por sus invenciones incestuosas, uno puede estar seguro que el propio Freud fue “complacido”.

Aparte del hecho de que lo que se ha dicho respecto al mecanismo de transferencia y de sugestión arroja serias dudas sobre la objetividad de los hallazgos del psicoanálisis, también señala el terrible peligro al que se expone el paciente entrando intencionalmente en el pacto psicoanalítico. Tal y como se admite a veces en los círculos profesionales, incluso una persona perfectamente normal que se somete al psicoanálisis está obligada a contraer una neurosis bona fide como consecuencia directa del proceso psicoanalítico.[22] Y no hace falta decir que cuanto más confuso y desgraciado se hace el paciente, tanto más susceptible será a las insinuaciones de su analista. “Con el arpón de la transferencia en el paciente”, dice un psicólogo clínico, “el analista le puede dar cualquier interpretación, aun cuando sea ridícula, y el paciente normalmente la secundará.”[23]

Pero parece que el menor de los peligros al que se expone el paciente desafortunado es la aceptación de enseñanzas absurdas. Para empeorar las cosas, hay incuestionablemente un lado oculto del psicoanálisis. Incluso la transferencia como tal es algo bastante misterioso, algo que uno no entiende suficientemente. Freud parece haberse dado cuenta de esto a veces, especialmente cuando en el curso de sus investigaciones se encontró con determinados fenómenos extraños. Es así como, sin comprometerse a sí mismo en el asunto, consideró que lo más probable fuese que la transferencia pudiese traer a la escena medios desconocidos de comunicación psíquica y de influencia, tales como la telepatía.[24]   Pero esto significa, dicho en términos claros, que el paciente psicoanalítico se abre a sí mismo a fuerzas que ni siquiera el propio analista comprende. Asimismo, significa que en algún momento del proceso también el analista puede haber sido víctima de influencias ocultas que no están conscientemente bajo su control. Y esto parece lo más probable si uno recuerda que, conforme a la tradición freudiana, el psicoanalista ha de ser analizado antes.

Ahora bien ¿cuál podría ser la naturaleza y el origen –digámoslo en términos muy generales– de estas fuerzas misteriosas para cuyo desencadenamiento está diseñado el escenario del psicoanálisis? Parece que una buena mirada a las imágenes típicas que el proceso desentierra del inconsciente nos pondría en la pista. Después de todo, el Cristianismo ha proclamado durante largo tiempo que hay de hecho “fuerzas oscuras” dentro de la Creación que pueden actuar sobre nuestras mentes. “¿Qué es este susurro más hiriente del Enemigo?”, pregunta Tauler, “Es toda imagen o sugestión que comienza en tu mente.” ¿Debemos concluir que el id freudiano representa de hecho el reino infernal, una ejemplificación –por así decir– del mundo infernal? Como hemos señalado anteriormente, este parece ser el caso. E irónicamente, el propio Freud lo dio a entender cuando inscribió la siguiente línea de Virgilio atravesando la página del título de su primera obra importante: Flectere si nequeo superos, acheronta movebo ("Si no puedo persuadir a los dioses del cielo, moveré a los de los infiernos").[25]



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[1] NILP, p159.
[2] Ibid., p160.
[3] Ibid., p167.
[4] The Ego and the ld, p27.
[5] NILP, p168.
[6] The Triumph of the Therapeutic (New York: Harper, 1968), p13.
[7] Ibid., p40.
[8] Ibid., p24.
[9] Ibid., p253.
[10] Ibid., P77·
[11] 'Psychoanalysis: A Clinical Perspective', en Freud: The Man, His World His Influence, ed., Jonathan Miller (Boston: Little, Brown & Co., 1972), p112.
[12] 'The Attitude of Neurologists, Psychiatrists and Psychologists Towards Psy- choanalysis', American journal of Psychiatry, vol. 96 (1939), p 640.
[13] Psychology as Religion (Grand Rapids, Eerdmans, 1977), p13.
[14] The Triumph of the Therapeutic (cited inn 126).
[15] The Myth of Psychotherapy (Garden City: Doubleday, 1978), pxxiii.
[16] The Case Against Psychoanalysis, p145.
[17] AOP, pp65-66.
[18] Ibid., p67.
[19] A General Introduction to Psychoanalysis (New York: Liveright Publishing, 1960), p390.
[20] Collected Papers, val. 2 (New York: Basic Books, 1959), p286
[21] AOP, p66
[22] Ver The Case Against Psychoanalysis, pp2-3.
[23] Ibid., p124.
[24] Ver por ejemplo, NILP, pp 47-56.
[25] Die Traumdeutung (Viena: Deuticke, 1900).