EL SIGNIFICADO DE LA MUERTE
Ananda K. Coomaraswamy
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Breve pero profundo y esclarecedor artículo del maestro A.K. Coomaraswamy que acaba con en el error de la idea de "reencarnación" difundida en Occidente en los últimos dos siglos.
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El significado de la muerte está inseparablemente ligado al significado de la vida. Nuestra experiencia animal es solo de hoy, pero nuestra razón tiene en cuenta también mañana; de aquí que, en la medida en que nuestra vida es intelectual, y no meramente sensitiva, estemos interesados inevitablemente en la pregunta, ¿Qué deviene de «nosotros» en el mañana de la muerte? Evidentemente, es una pregunta que solo puede responderse en los términos de qué o de quién somos «nosotros» ahora, mortales o inmortales: una pregunta sobre la validez que atribuimos, por una parte, a nuestra convicción de ser «este hombre, Fulano», y, por otra, a nuestra convicción de ser incondicionalmente. Toda la tradición de la Philosophia Perennis, Oriental y Occidental, antigua y moderna, hace una clara distinción entre existencia y esencia, devenir y ser. La existencia de este hombre Fulano, que habla de sí mismo como «yo», es una sucesión de instantes de consciencia, de los cuales jamás hay dos que sean el mismo; en otras palabras, este hombre jamás es el mismo hombre de un momento a otro. Conocemos solo el pasado y el futuro, nunca un ahora, y así nunca hay un momento con referencia al cual podamos decir de nuestro sí mismo, o de toda otra presentación, que ello «es»; tan pronto como preguntamos qué es ello, ello ha «devenido» otro; y se debe solo a que los cambios que tienen lugar en un periodo breve son usualmente pequeños por lo que confundimos el incesante proceso con un ser efectivo. Esto es válido tanto para el alma como para el cuerpo. Nuestra consciencia es una corriente, todo fluye, y «tú nunca puedes meter tus pies dos veces en las mismas aguas». Por otra parte, considerada individualmente, cada corriente de consciencia ha tenido un comienzo y, por consiguiente, debe tener un fin. Incluso si asumimos que una continuidad de la consciencia individual puede sobrevivir a la disolución del cuerpo (como no sería inconcebible si suponemos la existencia de una variedad de soportes substanciales, no todos tan groseros, sino más bien más sutiles, que la «materia» que nuestros sentidos perciben normalmente), es evidente que una tal «super- vivencia de la personalidad», al implicar todavía una duración, no aporta ninguna prueba de que una tal existencia deba durar siempre. El universo, por muchos «mundos» (es decir, lugares de composibles) diferentes que pueda considerarse abarcando, no puede considerarse aparte del tiempo; por ejemplo, no podemos preguntar, ¿Qué estaba haciendo Dios antes de crear el mundo? O, ¿Qué estará haciendo él cuando el mundo acabe?, debido a que el mundo y el tiempo son concomitantes y no pueden considerarse aparte. Si suponemos que el universo ha tenido un comienzo, también suponemos que acabará cuando el tiempo y el espacio ya no sean; y eso significara que todo lo que existe en el tiempo y el espacio debe acabar más pronto o más tarde. Recalcamos este punto debido a que es importante comprender que las «pruebas» espiritistas de la supervivencia de la personalidad, incluso en el caso de que debiéramos aceptar su validez, no son pruebas de la inmortalidad, sino solo de una prolongación de la existencia personal. Presuponer una supervivencia de la personalidades solo posponer el problema del significado de la muerte. Así pues, toda la tradición de la que estoy hablando asume, y a este respecto está de acuerdo con la opinión del «materialista» o «positivista», que para este hombre, Fulano, que tiene tal y cual nombre, apariencia y cualidades, no hay ninguna posibilidad de una inmortalidad; su existencia, bajo las condiciones que sean, es una existencia siempre cambiante, y «todo cambio es un morir». Se sostiene, igualmente sobre los terrenos de la autoridad y de la razón, que «este hombre» es mortal, y que no hay «ninguna consciencia después de la muerte». Todo lo que ha nacido debe morir, todo lo que es compuesto debe descomponerse, y sería vano afligirse por lo que es inherente a la naturaleza misma de las cosas. Pero la cuestión no acaba aquí...
Es cierto que nada mortal por naturaleza puede devenir inmortal, no importa que sea mucho o poco el tiempo que ello pueda durar. Sin embargo, la tradición insiste en que debemos «conocer nuestro sí mismo», qué y Quién somos. Al confundir nuestra intuición-de-ser con nuestra consciencia-de-ser-Fulano, nos hemos olvidado de nosotros mismos. De hecho, se trata de un caso de amnesia y de identidad equivocada. Recordemos que una «persona» es primariamente una máscara y un disfraz asumido, que «todo el mundo es un escenario», y que puede haber sido un engaño más bien pueril haber asumido que las dramatis personae eran las «personas verdaderas» de los actores mismos. Desde el punto de vista de nuestra tradición, el cogito ergo sum cartesiano es un non sequitur absoluto y un argumento circular. Pues yo no puedo decir cogito verdaderamente, si- no solo cogitatur. «Yo» ni pienso ni veo, sino que hay Otro que es el solo en ver, oír y pensar en mí y en actuar a través de mí; una Esencia, Fuego, Espíritu o Vida que no es más ni menos «mío» que «vuestro», pero que él mismo jamás deviene alguien; un principio que informa y vivifica un cuerpo tras otro, y que aparte del cual no hay ningún otro que transmigre de un cuerpo a otro, un principio que jamás nace y jamás muere, aunque preside en cada nacimiento y cada muerte («ni un gorrión cae al suelo...»). Esta es una Vida que se vive dove se appunta ogni ubi de ogni quando, un lugar sin dimensiones y un ahora sin duración, cuya experiencia empírica es imposible y que solo puede conocerse inmediatamente. Esta Vida es el «Espíritu» que «entregamos» cuando este hombre muere y el espíritu retorna a su fuente y el polvo al polvo. Toda nuestra tradición afirma por todas partes que «hay dos en nosotros»; las «almas» mortal e inmortal platónicas, los nefesh (nafs) y ruaú (ruh) hebreos e islámicos, el «alma» y el «Alma del alma» de Filón, el Faraón y su Ka egipcios, los Sabios Exterior e Interior chinos, los Hombres Exterior e Interior, la Psique y el Pneuma cristianos, y el «sí mismo» (Œtman) y el «Sí mismo Inmortal del sí mismo» vedánticos —uno el alma, el sí mismo o la vida que Cristo nos pide que «odiemos» y «neguemos», si queremos seguirle, y el otro el alma o el sí mismo que puede salvarse. Por una parte se nos manda, «Conoce tu sí mismo», y por la otra se nos dice, «Eso (el Sí mismo inmortal del sí mismo) eres tú». Entonces surge la pregunta, ¿En quién, cuando yo parta de aquí, estaré yo partiendo? ¿En mi sí mismo, o en el Sí mismo Inmortal de mi sí mismo? De la respuesta a esta pregunta depende la respuesta a la pregunta, ¿Qué acontece al hombre después de la muerte? Sin embargo, por lo que se ha dicho, es evidente que esta es una pregunta ambigua. ¿Con referencia a quién se pregunta, a este hombre o al Hombre? En el caso de este hombre, solo podemos responder preguntando, ¿Qué hay de él que pueda sobrevivir de otro modo que como una herencia en sus descendientes? y en el caso del Inmortal, solo preguntando, ¿Qué hay de él que muera? Si en esta vida —y «una vez fuera del tiempo, vuestra oportunidad ha pasado»— hemos recordado nuestro Sí mismo, entonces «Eso eres tú», pero si no, entonces «grande es la destrucción». Si hemos conocido a ese Hombre, podemos decir con S. Pablo, «Vivo, pero no yo, sino Cristo en mí». Quienquiera que puede decir eso, o su equivalente en cualquier otro dialecto, es lo que se llama en la India un jivanmukta, un «hombre liberado aquí y ahora». Este hombre, Pablo, anunciaba así su propia muerte; las palabras «Contemplad a un hombre muerto andando» podrían haberse dicho de él. ¿Qué quedó de él sobreviviendo cuando el cuerpo cesó de respirar, sino Cristo? —ese Cristo que dijo, «¡Ningún hombre ha ascendido al cielo salvo el que descendió del cielo, el Hijo del Hombre, que está en el cielo!» «El reino de Dios no es para nadie sino el completamente muerto» (Maestro Eckhart, ed. Evans, I, 419). Así pues, en las mismas palabras del Maestro Eckhart, «el alma debe entregarse a la muerte». ¿Pues qué más significa «odiarnos» y «negarnos» a nosotros mismos? ¿No es cierto que «toda la Escritura clama por la liberación de sí mismo»? La respuesta tradicional puede darse en las palabras de Rumi y Angelus Silesius: «Morid antes de que muráis». Solamente los muertos pueden saber lo que significa estar muerto.
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