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domingo, 5 de marzo de 2023

IDEALISMO NO-CREACIONAL DEL VEDANTA

 

El idealismo no-creacional del Vedanta

 

Yoga Vashista


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Extraído de “Yoga Vashista. Un Compendio”, Traducción y notas de Ernesto Ballesteros Arranz, Etnos, Madrid 1995

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Este universo es, de hecho, la eterna y luminosa conciencia. La conciencia reflexiona sobre su ausencia de forma y concibe una idea vacía, que sólo es producto de aquella reflexión sobre sí misma. Así puede decirse que surge el espacio (akasha), que no es más que una reflexión de la propia conciencia sobre su ausencia de forma. Después de largo tiempo, cuando la conciencia del espacio vacío se consolida en el ser infinito, brota en su interior la mente cósmica o Hiranyagarbha, el “Huevo Dorado”, en donde laten todas las demás formas que animan el universo, y el infinito parece abandonar su estado de tranquilidad suprema para determinarse como jiva o mente individuada. Incluso entonces, a pesar de esta reflexión primordial, Brahman no sufre ninguna transformación y continúa siendo infinito. En ese akasha original, la facultad del sonido se manifiesta por sí sola como el primer tanmatra [1]. Entonces surge el sentimiento del ego (ahamkara), que aparece estrechamente unido al factor que conocemos como tiempo. Todo esto sucede simplemente por el pensamiento creador inherente al ser cósmico (jiva o Hiranyagarbha), y no por una transformación substancial del inmutable Brahman. Por la acción de este pensamiento creador (chit shakti) aparece luego el aire. En ese momento, los Vedas comienzan a existir. La conciencia que permanece en el interior de todo esto se llama jiva y produce a continuación el resto de los tanmatras. Hay catorce niveles de existencia y cada uno posee su propio género de habitantes. Pero todos ellos son meras manifestaciones del pensamiento creador (chit shakti) de la conciencia. De este modo, cuando esta conciencia piensa "Yo soy luz", surgen las fuentes luminosas como el sol, el fuego, etc. De forma similar son creados el agua y la tierra. Estos tanmatra y los respectivos elementos o bhuta se ponen a actuar unos sobre otros, desdoblándose como experienciador y experiencia, y toda la creación comienza a existir como las olas que estremecen la superficie del océano. Tan sutilmente tejidos y entrelazados están estos elementos entre sí, que no pueden separarse unos de otros hasta la disolución cósmica (pralaya). Aunque estas apariencias materiales son siempre cambiantes, la realidad sigue existiendo sin cambios. En el momento en que se unen a la conciencia, los tanmatras se convierten en substancias físicas materiales (bhutas), aunque en realidad no son más que esa misma conciencia infinita que no sufre cambio alguno. Como te he dicho, en el ser supremo existe aquella vibración sonora que es equilibrio y perturbación a un tiempo; a causa de ella aparecen el vacío (akasha), la luz y la inercia, aunque no han sido efectivamente creados como algo independiente al ser supremo. Cuando la conciencia percibe todo esto, se transforma en una cosa cognoscible, y al mismo tiempo aparece el conocedor. El inherente poder de la conciencia lo ilumina todo como el conocedor cósmico (jiva o Hiranya garbha), y la propia conciencia se desdobla en conocedor y conocido. Cuando aparece esta doble relación, brota en la conciencia la idea: “Yo soy un jiva, un alma viviente”. Por la posterior identificación del yo con un objeto cognoscible (la mente), brota en la conciencia la idea del sentimiento del ego (ahamkara), y a continuación la facultad de discriminación o razonamiento intelectual (buddhi). Surgen después los órganos sensibles (indriyas) y la mente (manas)[2] . Estos grandes principios o tattvas se combinan una y otra vez hasta formar los mundos. De forma espontánea y conforme a leyes que rigen inexorablemente sus cambios, los tattvas aparecen y desaparecen, como las ciudades en un sueño. Ninguno de ellos necesita causas instrumentales, como el agua o el fuego, para surgir o desaparecer. Porque todos poseen la naturaleza esencial de la conciencia, y es la conciencia la que parece crearlos, como el que sueña crea las ciudades soñadas en su propia mente. Los veinticuatro tattvas no son otra cosa que conciencia. Las cinco formas sensibles son la semilla de la que nace el árbol del mundo, pero la semilla de las formas sensibles sólo es conciencia. Puesto que el árbol es idéntico a la semilla, el mundo no es diferente al Brahman absoluto. De este modo ha aparecido el universo en el espacio cósmico en virtud de la conciencia cósmica y su poder infinito (chit shakti), pero este universo no es real, puesto que no ha sido realmente creado como algo separado de la conciencia, sino que está en ella y es ella misma. Aunque estas formas sensibles se combinan entre sí y producen una apariencia material, en realidad todo esto es una mera apariencia, como formas que flotan en un espacio soñado. Sólo poseen la realidad que les concede su substrato, que es la conciencia cósmica, lo único real.

Líbrate del sentimiento de que el mundo de los cinco elementos es una verdadera creación, y considera a estos elementos como un poder inherente a la conciencia. Puede decirse que los cinco elementos (aire, tierra, etc.) brotan en la conciencia como objetos soñados, o que son meras apariencias superpuestas a la conciencia cósmica por simple ignorancia. Esta es la visión o realización del mundo que tiene el hombre de conocimiento (jñani).

 

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[1] El sabda tanmatram es el primer tanmatra. Los tanmatras son las formas generales de la percepción. Una especie de formas puras a priori de la sensibilidad, que hemos descrito en nuestro “Antah Karana”.

[2] Todo esto son los veinticuatro tattvas que propone la antigua filosofía samkhya.