El idealismo no-creacional del Vedanta
Yoga Vashista
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Extraído de “Yoga Vashista. Un Compendio”, Traducción y notas de Ernesto Ballesteros Arranz, Etnos, Madrid 1995
Este universo es, de hecho, la
eterna y luminosa conciencia. La conciencia reflexiona sobre su ausencia de
forma y concibe una idea vacía, que sólo es producto de aquella reflexión sobre
sí misma. Así puede decirse que surge el espacio (akasha), que no es más
que una reflexión de la propia conciencia sobre su ausencia de forma. Después
de largo tiempo, cuando la conciencia del espacio vacío se consolida en el ser
infinito, brota en su interior la mente cósmica o Hiranyagarbha, el “Huevo
Dorado”, en donde laten todas las demás formas que animan el universo, y el
infinito parece abandonar su estado de tranquilidad suprema para determinarse
como jiva o mente individuada. Incluso entonces, a pesar de esta
reflexión primordial, Brahman no sufre ninguna transformación y continúa
siendo infinito. En ese akasha original, la facultad del sonido se
manifiesta por sí sola como el primer tanmatra [1].
Entonces surge el sentimiento del ego (ahamkara), que aparece
estrechamente unido al factor que conocemos como tiempo. Todo esto sucede
simplemente por el pensamiento creador inherente al ser cósmico (jiva o Hiranyagarbha),
y no por una transformación substancial del inmutable Brahman. Por la
acción de este pensamiento creador (chit shakti) aparece luego el aire. En
ese momento, los Vedas comienzan a existir. La conciencia que permanece en el
interior de todo esto se llama jiva y produce a continuación el resto de
los tanmatras. Hay catorce niveles de existencia y cada uno posee su
propio género de habitantes. Pero todos ellos son meras manifestaciones del
pensamiento creador (chit shakti) de la conciencia. De este modo, cuando
esta conciencia piensa "Yo soy luz", surgen las fuentes luminosas
como el sol, el fuego, etc. De forma similar son creados el agua y la tierra. Estos
tanmatra y los respectivos elementos o bhuta se ponen a actuar
unos sobre otros, desdoblándose como experienciador y experiencia, y toda la
creación comienza a existir como las olas que estremecen la superficie del
océano. Tan sutilmente tejidos y entrelazados están estos elementos entre sí,
que no pueden separarse unos de otros hasta la disolución cósmica (pralaya).
Aunque estas apariencias materiales son siempre cambiantes, la realidad sigue
existiendo sin cambios. En el momento en que se unen a la conciencia, los tanmatras
se convierten en substancias físicas materiales (bhutas), aunque en
realidad no son más que esa misma conciencia infinita que no sufre cambio
alguno. Como te he dicho, en el ser supremo existe aquella vibración sonora que
es equilibrio y perturbación a un tiempo; a causa de ella aparecen el vacío (akasha),
la luz y la inercia, aunque no han sido efectivamente creados como algo independiente
al ser supremo. Cuando la conciencia percibe todo esto, se transforma en una
cosa cognoscible, y al mismo tiempo aparece el conocedor. El inherente poder de
la conciencia lo ilumina todo como el conocedor cósmico (jiva o Hiranya
garbha), y la propia conciencia se desdobla en conocedor y conocido. Cuando
aparece esta doble relación, brota en la conciencia la idea: “Yo soy un jiva,
un alma viviente”. Por la posterior identificación del yo con un objeto
cognoscible (la mente), brota en la conciencia la idea del sentimiento del ego
(ahamkara), y a continuación la facultad de discriminación o
razonamiento intelectual (buddhi). Surgen después los órganos sensibles
(indriyas) y la mente (manas)[2]
. Estos grandes principios o tattvas se combinan una y otra vez hasta
formar los mundos. De forma espontánea y conforme a leyes que rigen inexorablemente
sus cambios, los tattvas aparecen y desaparecen, como las ciudades en un
sueño. Ninguno de ellos necesita causas instrumentales, como el agua o el fuego,
para surgir o desaparecer. Porque todos poseen la naturaleza esencial de la
conciencia, y es la conciencia la que parece crearlos, como el que sueña crea
las ciudades soñadas en su propia mente. Los veinticuatro tattvas no son
otra cosa que conciencia. Las cinco formas sensibles son la semilla de la que
nace el árbol del mundo, pero la semilla de las formas sensibles sólo es
conciencia. Puesto que el árbol es idéntico a la semilla, el mundo no es
diferente al Brahman absoluto. De este modo ha aparecido el universo en
el espacio cósmico en virtud de la conciencia cósmica y su poder infinito (chit
shakti), pero este universo no es real, puesto que no ha sido realmente
creado como algo separado de la conciencia, sino que está en ella y es ella
misma. Aunque estas formas sensibles se combinan entre sí y producen una
apariencia material, en realidad todo esto es una mera apariencia, como formas
que flotan en un espacio soñado. Sólo poseen la realidad que les concede su
substrato, que es la conciencia cósmica, lo único real.
Líbrate del sentimiento de que el
mundo de los cinco elementos es una verdadera creación, y considera a estos
elementos como un poder inherente a la conciencia. Puede decirse que los cinco
elementos (aire, tierra, etc.) brotan en la conciencia como objetos soñados, o
que son meras apariencias superpuestas a la conciencia cósmica por simple
ignorancia. Esta es la visión o realización del mundo que tiene el hombre de
conocimiento (jñani).
[1] El sabda
tanmatram es el primer tanmatra. Los tanmatras son las formas
generales de la percepción. Una especie de formas puras a priori de la
sensibilidad, que hemos descrito en nuestro “Antah Karana”.
[2] Todo
esto son los veinticuatro tattvas que propone la antigua filosofía samkhya.